Muchos de los edificios de más importancia patrimonial en Toledo fueron construidos durante el periodo denominado Óptimo Climático Medieval, que abarcó desde el siglo X hasta el XIV. En estos siglos -en los que la temperatura en Europa se cree que pudo ser hasta 1,5 ºC superior a la actual- floreció en Toledo la arquitectura del final del dominio islámico y, más adelante, especialmente el denominado arte mudéjar así como los albores del estilo gótico.
Sin embargo, a partir sobre todo del siglo XVI y hasta mediados del XIX, la temperatura descendió notablemente dando lugar a un periodo conocido como Pequeña Edad del Hielo. En este gélido intervalo están documentadas efemérides climáticas en Toledo relacionadas con el frío. Así por ejemplo, en 1536 Alejo Venegas escribía:
"(...) al principio de enero se heló el Tajo con tanto rigor, que demás de los otros días señaladamente de cabo a rabo, le pasaron a nueve de enero más de cinquenta personas a la par, y corrieron y jugaron en él a los birlos y al herrón, e hicieron lumbre y asaron carne con ella en mitad del río (...)"
En los Anales Toledanos se dice de este suceso que "jugaban los niños sobre el río y bailaban, atravesándolo incluso con cabalgaduras". Para el caudal medio del Tajo en enero en Toledo se precisa una temperatura estimada entre 15 y 20 ºC bajo cero para conseguir tal congelación de las aguas.
Del mismo modo, en los años del llamado Mínimo de Maunder -que marcó el punto más frío de este periodo, entre 1645 y 1715- están documentadas también congelaciones del río en la ciudad: en el invierno de 1693-94 sucedió en varias ocasiones y el 6 de febrero de 1697 se congeló el lecho excepto en las presas.
Con este gélido panorama, los edificios construidos en el Óptimo Cálido Medieval y en los años precedentes a la Pequeña Edad del Hielo se convertían en verdaderas neveras durante el invierno. Sus naves eran altas y no contaban con sistemas que permitieran conservar mínimamente el calor en su interior, en una época en la que además no existían métodos eficaces para calentar estos grandes espacios.
Se hizo necesario por tanto efectuar toscas obras de rudimentaria climatización en estos edificios, particularmente en los edificios religiosos. Se rebajaron los techos ocultando en muchos casos los bellísimos artesonados mudéjares y se construyeron pórticos de entrada que sirvieran como zaguán con el objetivo de generar una doble puerta que impidiera que se escapara el escaso calor del interior.
Observando estas obras se comprueba que poco o nada tenían que ver con cambios en el estilo o las modas arquitectónicas -aunque lógicamente estos pegotes fueron realizados según las pautas de esos años dominadas por el neoclasicismo o el barroco- y sí con la búsqueda de un mínimo confort térmico en el interior.
La llegada de la era fotográfica a mediados del XIX se produce con este frío periodo en su fase final, por lo que fueron fotografiados todos estos añadidos en los edificios toledanos. Ya en el siglo XX, a la recuperación paulatina de las temperaturas hubo que añadir la mejora en los sistemas de calefacción por lo que las restauraciones tendieron a eliminar estos postizos devolviendo en muchos casos su primitivo aspecto a estos edificios y redescubriendo elementos olvidados como bellas portadas y preciosos artesonados.
Intentaré hacer un repaso fotográfico -lógicamente no exhaustivo- a estos elementos y a su supresión durante el siglo XX.
Comenzaremos por la Iglesia de Santiago del Arrabal. En la denominada Catedral del Mudéjar fue construido un pórtico que en absoluto concordaba con el estilo del edificio. Fue ejecutado en 1704, en pleno Mínimo de Maunder. Una prueba más de que su finalidad era la climatización del edificio es que fue ejecutado en la entrada sur:
Fue retirado a mediados del siglo XX:
En su interior fueron rebajados sus techos para reducir el espacio a calentar y generar una cámara de aire superior. Se ocultó el prodigioso artesonado que fue descubierto en 1917:
En esta iglesia además se construyeron adosadas viviendas. No es en absoluto descartable que ello se permitiera con el objetivo de evitar pérdidas de calor a través de sus enormes muros:
Otro buen ejemplo es la Iglesia de San Román. Se le adosó un pórtico que ocultaba la portada mudéjar:
En la restauración de 1940 se retiró el pórtico y se redescubrió el artesonado que también había sido rebajado:
Algo parecido podemos contar de la Iglesia de Santa Leocadia. En época barroca se le añadió un pórtico muy similar a los anteriores que volvía a ocultar una portada mudéjar:
En 1966 fue retirado y se redescubrió esta portada:
En el caso de la Iglesia de San Andrés también se ejecutó un pórtico durante la Pequeña Edad del Hielo, en este caso en la cara norte pues en la pequeña puerta sur ya existía un zaguán:
Fue retirado en 1975 redescubriéndose tanto relieves visigóticos como la portada mudéjar:
Un caso de libro es el del Monasterio de San Juan de los Reyes. Sus inmensas proporciones hacen que sea uno de los espacios más fríos de Toledo durante el invierno -siempre he admirado a los franciscanos con sus sandalias sin calcetines en pleno invierno dentro de la iglesia-. Se hizo un intento de climatización en el acceso que daba a poniente (hoy cegado) con un estilo que en absoluto tenía que ver con el gótico isabelino del edificio:
En la Iglesia de San Lucas se rebajaron los techos, ocultando durante siglos el artesonado, que fue descubierto en 1916:
Lo mismo sucedió en la Iglesia de San Sebastián, cuyo techo fue rebajado en el siglo XVIII en pleno Mínimo de Maunder. En 1916 se redescubrió su artesonado:
En este periodo tan frío de la Pequeña Edad del Hielo floreció el desarrollo de ingeniosas técnicas muy eficaces en el almacenamiento masivo y en la conservación de la nieve -la frecuencia de nevadas aumentó considerablemente-. Estas técnicas consistían en la creación de pozos de nieve -o neveros-que permitían almacenar durante meses la nieve. Toledo no fue una excepción y se han descubierto casos de pozos de nieve en obras recientes. Tal vez el caso más famoso es el del nevero descubierto en el barrio de las Covachuelas, en el Cerro de Miraflores, donde una máquina que estaba trabajando literalmente se hundió sobre él:
En estos pozos la nieve se almacenaba cuando la nevada era considerable. Peones se encargaban de llenar capazos por la ciudad y llevarlos al pozo. El fondo tenía ramas, paja y madera para evitar el contacto con el suelo y así se permitía el drenaje. La nieve se apisonaba y compactaba por capas, situando entre cada capa bastante paja. En verano se extraía la nieve compactada y se transportaba envuelta en paños y paja preferiblemente por la noche hasta las neverías donde era vendida.
Como veis el clima nunca ha sido constante ni lo será jamás -pese a que haya quien quiera interesadamente intentar convencernos de lo contrario creando falsos mitos e idealizaciones de situaciones de clima constante y equilibrios maravillosos-, pero siempre el ser humano ha sabido adaptarse y aprovechar las ventajas que ofrecía cada nueva situación.
viernes, 13 de enero de 2012
Los niños de Toledo
En cualquier época, en cualquier circunstancia, los niños encarnan la ilusión, la alegría, la esperanza de un futuro mejor, la pureza, la inocencia y la sencillez.
Su mirada, directa; su sonrisa, en absoluto forzada; su pensamiento, únicamente centrado en el presente.
Así han sido y así serán. Siempre. Por suerte para el mundo.
Tengo la inmensa suerte de tener dos hijos pequeños. En estos difíciles días, también en lo personal, ellos calman cualquier desasosiego. A ellos va dedicado este repaso fotográfico a los niños de Toledo.
En el siglo XIX los niños tenían por desgracia una infancia corta y a menudo difícil. Enfermedades, falta de alimentos, aguas poco puras, frío...todo ello derivaba en una alta tasa de mortandad infantil. Los que sobrevivían comenzaban a trabajar a corta edad en oficios duros:
Los afortunados podían dedicarse a ayudar en oficios religiosos:
Los comienzos del siglo XX apenas trajeron novedad alguna para los niños de Toledo. Sin duda el maestro a la hora de inmortalizarlos fue Pedro Román Martínez, un genio del retrato y de las escenas costumbristas:
Otros autores también captaron escenas de niños en Toledo por aquellos años:
Pero aún habían de llegar peores tiempos para los niños toledanos. Tal vez la ruptura más brusca de una infancia sea una guerra, y dentro de ellas lo más detestable es el uso de niños como combatientes. Robert Capa inmortalizó a este niño utilizado como miliciano republicano en medio de un Zocodover asolado en septiembre de 1936:
Incluso durante la guerra los niños tampoco perdían la sonrisa:
En aquellos nefastos días también la vida se abría paso. Entre los asediados del Alcázar había una mujer embarazada que dio a luz. Al bebé lo llamaron Restituto del Alcázar y fue fotografiado con las autoridades franquistas tras el final del asedio:
Tal vez fue la posguerra el periodo más duro para todos, sobre todo para los niños. En algunos retratos puede verse marcado el rastro de la posguerra en los niños de Toledo:
Algunos de los mejores fotógrafos de la historia visitaron Toledo en esos años. Henri Cartier-Bresson fotografió a los niños del Hospicio situado en San Juan de Dios:
Poco a poco, a pesar de las dificultades comenzaron a verse más sonrisas entre los niños de la ciudad. De modo bastante representativo, desde los años 40 hasta la transición, las sonrisas infantiles parecían agrandarse según mejoraban las condiciones de vida y se flexibilizaba la dictadura:
Ójala los niños puedan siempre ayudarnos a recordar qué es lo importante en la vida, y que consigamos darles una infancia verdadera y plena, más abundante en tiempo y cariño que en bienes materiales.
Su mirada, directa; su sonrisa, en absoluto forzada; su pensamiento, únicamente centrado en el presente.
Así han sido y así serán. Siempre. Por suerte para el mundo.
Tengo la inmensa suerte de tener dos hijos pequeños. En estos difíciles días, también en lo personal, ellos calman cualquier desasosiego. A ellos va dedicado este repaso fotográfico a los niños de Toledo.
En el siglo XIX los niños tenían por desgracia una infancia corta y a menudo difícil. Enfermedades, falta de alimentos, aguas poco puras, frío...todo ello derivaba en una alta tasa de mortandad infantil. Los que sobrevivían comenzaban a trabajar a corta edad en oficios duros:
Los afortunados podían dedicarse a ayudar en oficios religiosos:
Los comienzos del siglo XX apenas trajeron novedad alguna para los niños de Toledo. Sin duda el maestro a la hora de inmortalizarlos fue Pedro Román Martínez, un genio del retrato y de las escenas costumbristas:
Otros autores también captaron escenas de niños en Toledo por aquellos años:
Pero aún habían de llegar peores tiempos para los niños toledanos. Tal vez la ruptura más brusca de una infancia sea una guerra, y dentro de ellas lo más detestable es el uso de niños como combatientes. Robert Capa inmortalizó a este niño utilizado como miliciano republicano en medio de un Zocodover asolado en septiembre de 1936:
Incluso durante la guerra los niños tampoco perdían la sonrisa:
En aquellos nefastos días también la vida se abría paso. Entre los asediados del Alcázar había una mujer embarazada que dio a luz. Al bebé lo llamaron Restituto del Alcázar y fue fotografiado con las autoridades franquistas tras el final del asedio:
Tal vez fue la posguerra el periodo más duro para todos, sobre todo para los niños. En algunos retratos puede verse marcado el rastro de la posguerra en los niños de Toledo:
Algunos de los mejores fotógrafos de la historia visitaron Toledo en esos años. Henri Cartier-Bresson fotografió a los niños del Hospicio situado en San Juan de Dios:
Poco a poco, a pesar de las dificultades comenzaron a verse más sonrisas entre los niños de la ciudad. De modo bastante representativo, desde los años 40 hasta la transición, las sonrisas infantiles parecían agrandarse según mejoraban las condiciones de vida y se flexibilizaba la dictadura:
Ójala los niños puedan siempre ayudarnos a recordar qué es lo importante en la vida, y que consigamos darles una infancia verdadera y plena, más abundante en tiempo y cariño que en bienes materiales.
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