Ahora que nos adentramos en la época más calurosa del año, creo que es el momento ideal para rememorar a través de la fotografia histórica una realidad que en pasado formó parte importante de los veranos toledanos pero que hoy resultaría casi inconcebible, tanto por las transformaciones culturales de nuestra sociedad, como por la terrible degradación que sufre nuestro río Tajo.
Me refiero a las casetas de baño que, cada verano, se instalaban en las orillas del río en diferentes playas naturales de finísima arena que el Tajo había ido generando a lo largo de los siglos gracias a sus crecidas y estiajes, cuando sus ciclos naturales no se habían truncado y su caudal era variable en función de las épocas del año y de la bonanza de la meteorología. Básicamente, cuando el Tajo era un río, no la cloaca putrefacta e hiperregulada en base a los trasvases que hoy sufrimos.
Estas casetas, construidas artesanalmente con grandes maderos toscamente conformados, eran instaladas cada año en base a los permisos que el municipio otorgaba en los los lugares que se autorizaban, que eran básicamente la playa de Safont (en ambas orillas), el arenal de San Servando junto al puente de Alcántara, la zona de la Incurnia (por debajo de las Carreras de San Sebastián) y la zona de La Cava-Solanilla en las inmediaciones del Puente de San Martín.
Es difícil establecer con certeza el comienzo de esta costumbre, pero en lo que a fotografías se refiere, se puede comprobar que estas casetas ya existían cuando las primeras imágenes de la ciudad fueron obtenidas, a mediados del siglo XIX.
La sociedad de entonces, aún marcada por un fuerte puritanismo, establecía que estos baños fueran realizados de un modo que hoy puede sorprender: a cubierto y separados por sexos.
El hecho de hacerlo a la sombra se explica no solo por una cuestión de recato moralista para evitar lucir los cuerpos en paños menores, sino también para no broncear las pieles, pues en esos tiempos se asociaba la blancura de piel con una elevada clase social, quedando las pieles morenas para las consideradas clases de menor rango social como labradores, arrieros y demás personas que debían trabajar a la intemperie.
En cuanto a la separación de casetas por sexos, ahí sí se evidenciaba un deseo institucional de evitar un excesivo contacto, tanto físico como visual, entre personas de diferente sexo en el momento del baño en las aguas del Tajo.
Por lo tanto, con todos estos condicionantes, llegado el mes de junio comenzaba cada año la instalación de estas casetas en los citados puntos. Eran estructuras alargadas, fijadas con grandes postes en la arena, inclinada su techumbre cubierta de tela, esteras o rafia en descenso hacia la zona del río. Un extremo de las casetas se anclaba en la arena de la playa y otro se clavaba dentro de las aguas del Tajo para garantizar que los usuarios, al acceder a las casetas, cumplieran con su deseo que no era otro que refrescar sus cuerpos en las aguas del río en una época en la que no existían los avances en la climatización que hoy disfrutamos y en la que las temperaturas eran también elevadas en nuestra ciudad en los meses de verano.
Vamos a hacer un repaso fotográfico por estas casetas de baños desde las imágenes más antiguas hasta las últimas veces en que fueron inmortalizadas. Hay que remontarse nada menos que a 1852 para encontrar la primera imagen de las casetas de baños en Toledo de la que tenemos constancia. Forma parte de la serie tomada por el alemán Felix Alexander Oppenheim y en ella podemos ver casetas en la zona de Safont, en la orilla derecha, cerca de las huertas del Granadal:
A comienzos del siglo XX se obtuvo esta foto por parte de un fotógrafo del estidio de Abelardo Linares en la que vemos de manera espectacularmente nítida el proceso de construcción de las casetas. Aparecen en la orilla del arenal de San Servando los grandes postes y maderos con los que se construían. Es muy probable, además, que estos maderos hubiesen llegado hasta Toledo precisamente a través del Tajo en las famosas maderadas que los gancheros lideraban para transportar gran cantidad de troncos desde las sierras de Cuenca y Guadalajara hasta las ciudades de Aranjuez y Toledo aprovechando la flotabilidad de la madera y el descenso en cota del discurrir del río.
Estas son otras fotos de las casetas en ese mismo punto, tomadas por varios autores como Max Junghaendel y Alois Beer a finales del XIX y comienzos del XX:
En estas fotos de finales del XIX y comienzos del XX vemos las casetas de la zona de La Incurnia retratadas desde el Valle:
La zona más cercana al Puente de San Martín también contaba con casetas:
Es absolutamente maravilloso este texto publicado en El Castellano titulado "Toledo, ciudad balneario" en el que se describen las casetas, el ambiente generado en torno a ellas y otras curiosidades. En especial me quedo con este párrafo en el que dice: "En Safont, en Alcántara, en la Incurnia, en San Martín... abundan estos modestos barracones que se adentran en el río, y en cuyo interior y en derredor de ellos, pulula una bandada de cabecitas flotantes de nadadores en las primeras horas del amanecer y en las últimas horas de la tarde. Entre estos nadadores están copiosamente representadas todas las clases sociales y todas las edades del hombre en perfecto disfrute de sus todas fuerzas físicas; pero, al caer de la tarde, domina el número de los mozalbetes y aún los que apenas si pisaron todavía los umbrales de la mocedad".
Es curioso recopilar y leer los anuncios de los permisos municipales para la instalación de las casetas desde comienzos del siglo XX hasta casi los años 40, donde vemos citadas las zonas autorizadas, los nombres de los promotores concesionarios de los permisos y algunas curiosidades más relativas a las ordenanzas:
Como curiosidad, traigo también esta foto de la que es considerada la imagen más antigua tomada en Toledo de bañistas en el Tajo, en este caso fuera de las casetas, desafiando a las normas y costumbres de la época. Es una imagen que data nada menos que de 1864 y fue tomada por Alfonso Begue en la zona cercana al azud de Azumel, no lejos del Cristo de la Vega y la fábrica de armas.
Con el paso del tiempo, las costumbres cambiaron y los baños pasaron a realizarse con mayor libertad sin tanto puritanismo, coincidiendo con la moda de los cuerpos bronceados, por lo que las casetas desaparecieron. Los toledanos siguieron bañándose hasta la fatídica fecha de junio de 1972 en que se prohibió oficialmente el baño como consecuencia de la contaminación procedente de las industrias de Madrid y otros puntos más cercanos a Toledo. La puntilla para el Tajo llegó en 1979 con la puesta en marcha del maldito Trasvase Tajo-Segura que esquilma nuestras aguas dejándonos una cloaca putrefacta en la que cerca del 70 % del líquido que pasa por Toledo es agua residual canalizada a través del Jarama. Toca seguir luchando, y la divulgación de nuestro pasado ligado al río es una excelente manera de hacerlo. Espero que os haya gustado.
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