El río Tajo no es ni más ni menos que el motivo de la existencia de la ciudad de Toledo. Los primeros pobladores eligieron este enorme promontorio por el hecho de estar rodeado casi por completo por el río, lo cual le confería unas magníficas ventajas tanto para la defensa frente a ataques enemigos como para el abastecimiento de agua y alimentos mediante cultivos regados con ella o mediante la pesca.
El río se adentra en la ciudad, por espacio de unos pocos kilómetros y de manera casi inexplicable, en la rocosa Meseta Cristalina formando el denominado Torno del Tajo que convierte a la ciudad en una península rodeada de agua por todos sus flancos excepto por el norte. A todo ello debe añdirse que este lugar está ubicado en una zona de transición geológica entre la arcillosa y fértil comarca de La Sagra y la silícea Meseta Cristalina -antesala de los Montes de Toledo-, hecho que permite una enorme diversidad de recursos naturales, desde cultivos hortícolas y cereales a zonas de monte mediterráneo que ofrecían leña y madera para las contrucciones o las abundantísimas piedras de la Meseta Cristalina que facilitaban mucho la edificación.
Por ello no es exagerado decir que el Tajo es la razón de ser de Toledo. Al menos así lo ha sido históricamente hasta fechas muy recientes.
Desde el punto de vista de la fotografía, en sus comienzos a mediados del siglo XIX, pronto quedó de manifiesto que en aquellos días de declive económico generalizado, el Tajo era uno de los pocos recursos que los toledanos podían explotar para subsistir a falta de una industria potente y sin la riqueza que antaño generaba la Corte.
Fue hacia 1860 cuando el francés Jean Laurent capturó la primera escena en la que se resume la importancia del río en esas fechas: una mujer viene de lavar la ropa mientras dos hombres ataviados con el típico traje castellano se dedican a tareas menos duras: uno pesca con una red y otro directamente la observa tumbado plácidamente en el prado de la orilla:
Fue al parecer pocos años antes de esa fotografía cuando la famosa anguila del Tajo se extiguió prácticamente en Toledo. Como recuerdo de este manjar se comenzó a hacer famosa la anguila de mazapán, como ya se comentaba en 1905:
Pero tampoco cabe mitificar el Tajo de los siglos pasados. Sus aguas nunca pudieron ser cristalinas -las aguas de los cursos medios de los grandes ríos nunca lo son-, ni su caudal era siempre abundante. Muy al contrario, al no estar regulado por presas, su caudal era enormemente variable. Existen numerosas citas históricas que hablan de inundaciones en Toledo o de efemérides relacionadas con el caudal del río, que narran cómo en diversas ocasiones el Tajo podía cruzarse a pie en varios puntos de la ciudad -no solo frente a la Puerta del Vado- o incluso nos cuentan que el curso del río se había congelado, para lo cual además de un intenso frío es necesario un caudal bastante pequeño. La primera evidencia fotográfica de un nivel de las aguas que hoy sería considerado directamente ilegal por no cumplir el caudal ecológico es probable que sea esta imagen tomada por otro francés, Jean Andrieu, donde podemos ver los cimientos de los molinos de Daicán bajo la ermita de la Cabeza así como abundantes piedras del lecho del río en sus inmediaciones. El escaso agua discurría por las esquinas del cauce o entre algunas piedras:
Tampoco cabe mitificar las riberas, pues la vegetación de las mismas es bastante más abundante hoy día que en esas duras fechas en que la madera era necesaria para casi todo y en las que la presión ganadera era muy patente. Para encontrar sotos de ribera con vegetación abundante había que desplazarse varios kilómetros desde la ciudad. Fue también Jean Laurent quien inmortalizó en esos primeros años de la era fotográfica las desoladas riberas del Tajo a su paso por la ciudad:
Había que alejarse, como decía, dos o tres kilómetros del centro de la ciudad para encontrar un soto de ribera medianamente denso. Casiano Alguacil recorrió esta distancia hacia 1880 para inmortalizar esta estampa aguas arriba de Safont donde además podemos apreciar en las orillas los efectos de las fluctuantes inundaciones en forma de grandes cárcavas y erosiones en el lecho que en este punto es aún arcilloso:
Aguas abajo de este lugar la vegetación desaparecía. Así lo fotografió el propio Alguacil:
En esta fotografía de Jean Andrieu tomada entre 1868 y 1870 en plena sequía podemos ver lo que os indicaba: riberas desprovistas de toda vegetación en la ciudad y, al fondo, aguas arriba de Safont, el soto más o menos denso:
En esos durísimos años eran varias las tareas cotidianas que dependían directamente del río. Ante la escasez de manantiales y fuentes, el oficio de azacán o aguador era uno de los que no podían faltar. Son a mi jucio impresionantes las fotografías en las que se ve cómo había que bajar directamente al río para llenar los cántaros y luego subirlos llenos por las cuestas de la ciudad. Creo que todos los días deberíamos ver estas fotografías para valorar algo hoy cotidiano pero entonces inimaginable como es tener agua potable ininterrumpidamente en nuestra propia casa. Seguramente seríamos menos quejicas:
La durísima labor que esta pobre gente realizaba bien merecería un monumento en la ciudad, siquiera para valorar nuestra calidad de vida actual. Por mi parte, la difusión de estas fotografías es mi humilde tributo a estos héroes de fechas no tan lejanas:
Pero nadie supo captar la vinculación del Tajo con la vida cotidiana de los toledanos como Don Pedro Román Martínez. Sus fotografías, recientemente redescubiertas gracias al empeño de su nieto Lorenzo Andrinal Román, son cada una de ellas una obra de arte en sí misma. Los oficios relacionados con el río, como las lavanderas, los pescadores o los pajareros supusieron para él una inagotable fuente de inspiración que supo plasmar en multitud de instantáneas de las que os dejo esta selección:
Pedro Román también inmortalizó diferentes estados del río, desde accidentes de barcas a inundaciones o días de enorme caudal:
Otros autores también captaron la vinculación entre la ciudad y el río:
Pero no todo iban a ser penurias. El Tajo supuso durante siglos una de las mayores fuentes de diversión, solaz y recreo de los toledanos. En nuestros calurosos veranos era habitual bañarse en el Tajo desafiando a los peligrosos y traicioneros remolinos que casi cada año dejaban alguna víctima mortal. La fotografía histórica también ha dejado preciosas e históricas imágenes de estos momentos de recreo:
Llegó incluso a existir el Club Náutico de Toledo, del que mi abuelo Eduardo Butragueño Bueno fue uno de los fundadores. Él mismo se hizo su propia barca -el Pichón Casero- probablememte sin imaginar que estaba descubriendo su futuro pues terminó convirtiéndose en Capitán de la Marina Mercante:
El Club Náutico dejó fotos preciosas, muchas de ellas tomadas por mi abuelo:
Cuando se popularizó la costumbre de pasar el día en las playas, allá por los años 60, Toledo no fue una excepción y aún contábamos con un río apto para el baño. De esos días nos ha quedado el recuerdo en forma de fotografías que se han convertido ya en míticas para el toledanismo:
Pero por desgracia estas imágenes tan bellas duraron muy poco. A finales de los sesenta, la creciente industrialización de Madrid y los vertidos que ello conllevaba a los afluentes del Tajo -Jarama y Henares principalmente- hicieron que las fotografías cambiasen radicalmente y pasasen a mostrar grandes manchas de espuma en las aguas del Tajo en Toledo. De este modo, desde los últimos años de los años sesenta se tomaron espeluznantes fotografías de la espuma que ocupaba gran parte del cauce. Os dejo las mejores fotografías tomadas por John Fyfe, José María Moreno y mi padre Ricardo Sánchez Candelas:
En junio de 1972 quedó oficialmente prohibido el baño en el Tajo a la altura de Toledo. Al problema de la contaminación se añadió poco después la entrada en funcionamiento del Trasvase Tajo-Segura en 1979, que agravó la situación del Tajo pues mermó en gran medida el caudal del río por lo que las aguas contaminadas estaban aún más concentradas.
Después de 30 años de funcionamiento del Trasvase, nada se ha avanzado en el periodo democrático en lo referente a la derogación del Trasvase o a la compensación a la cuenca del Tajo por este enorme sacrificio. Mientras la depuración de las aguas de las industrias sí ha ido perfeccionándose, el Estado de las Autonomías no sólo no ha conseguido poner fin al Trasvase sino que lo ha agravado. A su no derogación hay que añadir obras de ampliación del Trasvase como la denominada Tubería Manchega, que convierte al Tajo en el primer río de Europa que cede sus aguas mediante trasvases a dos cuencas diferentes, el Segura y el Guadiana, por no hablar del trasvase a las Tablas de Daimiel. El Tajo siempre es el pagano.
Y es que mientras las comunidades autónomas reivindiquen absurdos derechos sobre los ríos que transitan por ellas, saltándose la más elemental lógica ecológica que habla de la importancia de la unidad de cuenca estamos ante un problema irresoluble. Hay que explicar con claridad, sin aspavientos pero sin complejos, que el agua del Tajo le es tan ajena a un ciudadano de Ciudad Real o de Albacete como lo es a un ciudadano de Burgos, Zamora...o Murcia, en tanto en cuanto pertenecen a cuencas hidrográficas diferentes. Mientras no se asuma que los derechos en primer lugar pertenecen a las poblaciones de las cuencas hidrográficas, desde Albarracín hasta Lisboa, estaremos ante un teatro que sólo puede finalizar con un gobierno central que sea firme en este sentido y frene en seco esas aspiraciones autonómicas sin ninguna base ni ecológica ni histórica. Es más, si España no toma esas medidas, las debería tomar Europa pues no podemos olvidar que se trata de un río que atraviesa dos países distintos. Utilizar fronteras políticas para gestionar recursos naturales es inconcebible, pero lo es más enarbolar banderas de supuestos derechos en base a estas fronteras, que fueron trazadas con posterioridad este trasvase -no hace falta recordar la anterior distribución regional ni la fecha de creación de nuestra autonomía- y que pueden ser eliminadas en cualquier momento. Las fronteras naturales como las cuencas hidrográficas están por encima de esos vaivenes políticos y humanos y deben ser la base legal en que se sustente la gestión de cualquier río, incluido el Tajo. Para la ciudad de Toledo en concreto ha sido un verdadero problema a la hora de defender sus derechos sobre las aguas del Tajo el ser capital de una autonomía que pretendía -y lo ha conseguido- esquilmar aún más el Tajo derivando el trasvase hacia La Mancha. Cualquier análisis lógico hace que no pueda sostenerse que un trasvase Tajo-Segura sea diabólico y sin embargo sea maravilloso un trasvase Tajo-Guadiana, por el mero hecho de estar dentro de una comunidad autónoma.
Toledo y el Tajo han perdido 30 años en esta lucha, han retrocedido y a día de hoy vemos pasar en nuestra ciudad un 80% de agua procedente del Jarama y un 20% del Tajo.
Ojala algún día el Tajo vuelva a ser la razón de la existencia de Toledo.
Por mi parte, yo me despido hasta septiembre y os deseo a todos un muy feliz verano.
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