En la antigua Roma era conocida como Rupes Tarpeia una escarpada pendiente situada sobre la cima sur de la colina Capitolina. En época de la República romana eran arrojados por esta abrupta caída aquellos reos considerados como traidores o criminales que merecían la muerte. Su nombre parece tener un origen legendario: según la tradición, cuando el rey de Sabinia, Tito Tacio, atacó Roma tras el episodio del Rapto de las Sabinas, una virgen vestal romana llamada Tarpeya, hija de Espurio Tarpeyo -gobernador de la ciudadela de la colina Capitolina- traicionó a los romanos abriendo las puertas de la muralla a los sabinos a cambio de que estos le entregasen “lo que traían en sus brazos” (brazaletes de ricos materiales). En lugar de eso, Tarpeya obtuvo los golpes de sus escudos y fue arrojada al vacío desde la roca que, desde entonces, lleva su nombre.
Este lugar donde se ejecutaba por simple despeñamiento también existía en Toledo en la época romana. Cuenta la leyenda que en el mes de diciembre del año 306, durante la dominación romana de la ciudad, eran muchos los cristianos que esperaban su ejecución en las mazmorras de la prisión de Toletvm (situada al parecer en las inmediaciones del actual Paseo del Tránsito), entre los que se encontraba un joven llamado Cleonio. El carcelero mayor tenía una hija, que quedó locamente enamorada de este joven cristiano, con los riesgos que ello implicaba. Su nombre era Octavila, y por amor ella también abrazó la religión cristiana. Llegado el día marcado para la ejecución de Cleonio, en el camino hacia el lugar escogido para ser arrojado, vio a Octavila esperándole allí. Cleonio entregó a su amada en ese momento una pequeña cruz que el joven llevaba escondida en la boca. Cleonio fue empujado desde lo alto de la también llamada Roca Tarpeya por el abrupto cortado que mira al Tajo. Los guardias romanos que le empujaron se aseguraron de que la caída le ocasionaba la muerte. Octavila muere también por la inmensa tristeza causada por la pérdida de su amado y su padre, el carcelero romano, descubre entre sus ropas la cruz entregada por Cleonio, haciéndole comprender la injusticia cometida, convirtiéndose él también al cristianismo y siendo a su vez ejecutado en Roca Tarpeya.
En otras versiones de la leyenda aparece también Santa Leocadia, la patrona de Toledo, que el mismo día de la muerte de Cleonio habría fallecido en otra celda de la prisión, habiendo grabado con sus propios dedos la señal de la cruz en las duras paredes de la roca de la prisión.
Sea cierto o no que en Toledo existiera esa Roca Tarpeya a semejanza de la romana, lo cierto es que el tremendo desnivel y lo rocoso del terreno en este punto, hacen perfectamente verosímil que el lugar fuese utilizado para tales fines.
Se trata de un paraje tradicionalmente incluido en la judería de la ciudad, y que según algunos autores como Rodrigo Amador de los Ríos pudo albergar parte de la legendaria muralla que al parecer comenzó el rey godo Wamba y que en esta zona tuvo en época medieval una puerta conocida como Bib-al-Farach (Puerta de la consolación o del recreo).
Aún son visibles en sus cercanías restos de fortificaciones, a veces citadas como "Castillo de los Judíos", aunque las recientes investigaciones de Jean Passini sitúan en este lugar un corral conocido como "el amarradero de las vacas" justo al lado de la sinagoga vieja y las carnicerías de los judíos, quedando el castillo viejo de los judíos aproximadamente donde hoy se alza el Hotel San Juan de los Reyes (antigua fábrica de harinas), todo ello incluido en el conocido como "Barrio de Arriasa" en época medieval.
En cuanto a la denominación como "Roca Tarpeya", la referencia más antigua que he localizado en prensa data de 1842 cuando "Fray Gerundio" (pseudónimo del periodista Modesto Lafuente) ya menciona tanto el nombre como su relación con el paraje de Roma:
En cuanto a la fotografía, se trata de un lugar con interesantísimas estampas tomadas tanto desde la otra orilla del río como desde este punto, lugar que cuenta con una soberbia perspectiva del Puente de San Martín y de todos los cigarrales:
Hacia 1910, cuando era solo una humilde casa de vecinos, el gran Pedro Román tomó fotografías del lugar. Aún se conservan algunos de los elementos que vemos, como por ejemplo la barandilla de forja en el mirador circular que se asoma al cortado rocoso:
Esta foto es de 1935:
Así era el lugar en 1949:
Quiso el destino que en 1933 el genial escultor palentino Victorio Macho pasase unos meses viviendo en Toledo, en el Palacio de Munárriz. Quedó fascinado por la ciudad y se prometió a sí mismo vivir algún día en Toledo de forma definitiva. Transcurrida la dolorosa Guerra Civil, Victorio Macho cumple su sueño y adquiere en 1952 la casa de Roca Tarpeya (que ya había visitado en 1933) que convertirá en su paraíso final acompañado de su esposa Zoila Barrós. Aquí trajo gran parte de su obra y aquí produjo sus últimas creaciones hasta su fallecimiento. Su amigo Secundino Zuazo fue el arquitecto que reformó la casa con exquisito gusto entre 1952 y 1953. En 1955 Rodolfo García-Pablos diseñó el tallerón anexo que le cedió el ayuntamiento, donde Macho pudo alojar su obra traída desde Perú y donde pudo trabajar a gusto sus últimos años. Hizo de su casa-museo un lugar de encuentro de artistas e intelectuales de primer nivel, venidos de todo el mundo para conocer ese remanso de paz y de arte que Victorio Macho había generado en Toledo.
A su muerte, acaecida el 13 de julio de 1966, toda su obra pasó a ser gestionada por la fundación que se creó a tales efectos. Desde entonces, se sucedieron acontecimientos de todo tipo que en alguna ocasión hicieron peligrar la voluntad expresada por Macho de dejar su obra en Toledo ("Quiero que todo se quede aquí, en Castilla, para siempre").
Pero finalmente en 1988 la Real Fundación de Toledo se hizo cargo de todo su legado y del inmueble, que es su sede desde entonces, restaurándolo, adecentándolo y generando un museo a la altura de la figura de este genial escultor al que debemos obras emblemáticas como el monumento a Galdós, a Ramón y Cajal, a Gregorio Marañón o a Menéndez Pelayo, así como el colosal Cristo del Otero en Palencia, sin olvidar las grandiosas obras que ejecutó en Perú, Colombia, Venezuela y Panamá durante los años en que vivió en América.
Dentro de la larga lista de joyas que atesora la ciudad, creo que es de justicia recordar este icónico lugar ensalzado más aún si cabe por la inmensa figura de Victorio Macho y por la encomiable labor que la Real Fundación de Toledo viene haciendo por la ciudad desde hace más de 30 años, hasta el punto de haberse convertido en una pieza clave en la vida cultural e intelectual de Toledo.
Para saber más:
- Victorio Macho: el artista, el hombre, su maltratado museo, por Ángel Dorado Badillo (Revista Archivo Secreto, Ayuntamiento de Toledo).
- La Leyenda de la Roca Tarpeya en Leyendas de Toledo.
sábado, 9 de marzo de 2019
Toledo en febrero de 1918 fotografiado por Carles Batlle Ensesa
El longevo industrial catalán Carles Batlle Ensesa nació en Gerona el 7 de noviembre de 1888 y falleció en esta misma ciudad el 19 de octubre de 1994. Su formación universitaria se centró en la ingeniería industrial, cursando dicha carrera en Barcelona. Una vez licenciado, completó su formación trabajando por varias ciudades de España (la propia Barcelona y también Sevilla y Madrid). Más adelante se trasladó a Asturias donde alcanzó puestos de gran responsabilidad laboral. Fue allí donde dirigió el taller de construcción de barcos de la Sociedad Española de Construcciones Metálicas. En Gijón también ejerció como docente en la escuela de peritos de la ciudad asturiana.
En 1923 volvió a Gerona, siendo nombrado director de la empresa Tomás Solés y Cia. (posteriormente denominada Batlle Solés, S.A.). Esta compañía se dedicaba a la construcción y reparación de máquinas que abastecían industrias textiles como Gassol y Safa o empresas dedicadas a la fabricación de corchos como Corchera Bertrán o Amstrong. Carles Batlle fue también el responsable de diferentes estructuras metálicas de envergadura como la de Industrias Químicas y Tartáricas y el Garaje Callicó, obra de su amigo Rafael Masó, o también el mantenimiento de las centrales hidroeléctricas de la Central del Molino y otros de Valle del Ter.
En 1925 contrae matrimonio en Balaguer con María de Porcioles i Colomer. El matrimonio vivió en la denominada Casa Batlle del Carrer Nou, obra del arquitecto Rafael Masó, buen amigo suyo como antes he indicado. Carles y María tuvieron diez hijos. Durante la Guerra Civil le requisaron la empresa y fue detenido por los comités revolucionarios, debido a haber ejercido el cargo de vicepresidente de Acción Católica. Por suerte para Batlle, los propios obreros que habían trabajado para él en la fábrica lo sacaron de la cárcel y lo protegieron durante el conflicto bélico.
Durante el franquismo dio apoyo a todo tipo de actividades culturales y rehusó reiteradamente todos los cargos oficiales que le ofrecieron. Doctorado a los 80 años, en 1990 el Presidente de la Generalitat catalana Jordi Pujol le entregó la Cruz Francesc Macià al Mérito al Trabajo. Con cien años de edad logró renovar el permiso de circulación.
Su extenso fondo fotográfico, como gran aficionado a la fotografía, da comienzo en su juventud: retratos familiares, eventos acaecidos en su ciudad y excursiones que realizaba en su entorno más próximo forman parte de sus imágenes más antiguas. Posteriormente pasará a documentar sus viajes por España y el extranjero, así como diferentes aspectos de su actividad profesional como ingeniero industrial: maquinaria, fábricas, centrales eléctricas, etc.
Visitó Toledo el 24 de febrero de 1918, cuando contaba con 29 años de edad, acompañado por al menos dos personas. De esta visita se conserva en los fondos del Ayuntamiento de Gerona una serie de trece fotografías estereoscópicas de gran valor y notable calidad, que dan muestra de la pericia de Batlle como fotógrafo.
Comenzaré por ofreceros la más bella de todas, en mi opinión, que muestra a un carro de arrieros cruzando el Puente de Alcántara. Es una escena deliciosa, con los sonrientes ocupantes del carro, extremadamente humildes, con las suelas de los zapatos tremendamente desgastadas. Contrastan con la elegancia de los dos acompañantes de Batlle, que aparecen a la izquierda de la imagen (en todos los casos voy a mostrar la doble imagen estereoscópica también una de las partes ampliada para apreciar mejor la estampa).
El propio puente fue fotografiado por Batlle Ensesa desde la ladera del cerro de San Servando en una imagen sensacional que recomiendo ampliar para apreciar la multitud de detalles que se pueden observar en ella:
Desde el mismo puente D. Carles inmortalizó el Tajo, por entonces libre de trasvases y contaminación. A la derecha vemos las desaparecidas Turbinas de Vargas, que se levantaban en el mismo lugar donde se ubicó siglos atrás el Artificio de Juanelo:
Eran las 12 horas y 37 minutos del domingo 24 de febrero de 1918 cuando el catalán ascendió hasta Zocodover, donde obtuvo esta sensacional fotografía. La plaza, abarrotada de gente, contaba por entonces con la lánguida presencia arbórea de unas pocas catalpas que fueron un fracaso y un ejemplar suelto de Melia azedarach que vemos en primer término con sus características bolitas amarillentas que quedan en las ramas todo el invierno:
La otra gran plaza de la ciudad, la del Ayuntamiento, también fue objeto de visita por parte de Carles Batlle. De nuevo, una gran multitud de toledanos disfruta de los rayos de sol de aquel domingo de febrero de hace algo más de un siglo:
Una de las fotos más bellas del reportaje del ingeniero gerundense es esta de la Puerta del Sol:
Hay una bellísima fotografía de la plaza de Zocodover tomada desde la explanada del Alcázar. Debajo se ven los tejados, entre otros, del Hotel Imperial. Al fondo se ve el paisaje de la zona norte de la ciudad:
Desde la misma explanada del Alcázar, pero tomando la imagen en dirección opuesta, esta es la vista que nos dejó Batlle:
El fenómeno turístico había cambiado en Toledo cuatro años antes de la mano del III Centenario de la muerte del Greco. En aquel año 1918 de la visita de Batlle, el Museo dedicado al artista griego era ya una visita obligada:
Una de mis fotos predilectas del reportaje es esta impresionante vista del Puente de San Martín desde la Roca Tarpeya:
Para finalizar, una buena vista de las afueras de la Basílica de Santa Leocadia o del Cristo de la Vega, con un gran ciprés que aún vive en nuestros días:
Como podéis ver, se trata de una interesantísima serie de fotografías que vienen a completar la documentación visual que tenemos de los primeros años del siglo XX en Toledo, tomadas por una persona que tuvo una vida plena, llena de experiencias y vivencias. Agradeciendo al Ayuntamiento de Gerona su labor conservadora y divulgadora de los fondos fotográficos de sus ciudadanos más notables y a Luis Miguel Gallego por ponerme tras la pista de este autor, me despido hasta la próxima entrada del blog.
En 1923 volvió a Gerona, siendo nombrado director de la empresa Tomás Solés y Cia. (posteriormente denominada Batlle Solés, S.A.). Esta compañía se dedicaba a la construcción y reparación de máquinas que abastecían industrias textiles como Gassol y Safa o empresas dedicadas a la fabricación de corchos como Corchera Bertrán o Amstrong. Carles Batlle fue también el responsable de diferentes estructuras metálicas de envergadura como la de Industrias Químicas y Tartáricas y el Garaje Callicó, obra de su amigo Rafael Masó, o también el mantenimiento de las centrales hidroeléctricas de la Central del Molino y otros de Valle del Ter.
En 1925 contrae matrimonio en Balaguer con María de Porcioles i Colomer. El matrimonio vivió en la denominada Casa Batlle del Carrer Nou, obra del arquitecto Rafael Masó, buen amigo suyo como antes he indicado. Carles y María tuvieron diez hijos. Durante la Guerra Civil le requisaron la empresa y fue detenido por los comités revolucionarios, debido a haber ejercido el cargo de vicepresidente de Acción Católica. Por suerte para Batlle, los propios obreros que habían trabajado para él en la fábrica lo sacaron de la cárcel y lo protegieron durante el conflicto bélico.
Durante el franquismo dio apoyo a todo tipo de actividades culturales y rehusó reiteradamente todos los cargos oficiales que le ofrecieron. Doctorado a los 80 años, en 1990 el Presidente de la Generalitat catalana Jordi Pujol le entregó la Cruz Francesc Macià al Mérito al Trabajo. Con cien años de edad logró renovar el permiso de circulación.
Su extenso fondo fotográfico, como gran aficionado a la fotografía, da comienzo en su juventud: retratos familiares, eventos acaecidos en su ciudad y excursiones que realizaba en su entorno más próximo forman parte de sus imágenes más antiguas. Posteriormente pasará a documentar sus viajes por España y el extranjero, así como diferentes aspectos de su actividad profesional como ingeniero industrial: maquinaria, fábricas, centrales eléctricas, etc.
Visitó Toledo el 24 de febrero de 1918, cuando contaba con 29 años de edad, acompañado por al menos dos personas. De esta visita se conserva en los fondos del Ayuntamiento de Gerona una serie de trece fotografías estereoscópicas de gran valor y notable calidad, que dan muestra de la pericia de Batlle como fotógrafo.
Comenzaré por ofreceros la más bella de todas, en mi opinión, que muestra a un carro de arrieros cruzando el Puente de Alcántara. Es una escena deliciosa, con los sonrientes ocupantes del carro, extremadamente humildes, con las suelas de los zapatos tremendamente desgastadas. Contrastan con la elegancia de los dos acompañantes de Batlle, que aparecen a la izquierda de la imagen (en todos los casos voy a mostrar la doble imagen estereoscópica también una de las partes ampliada para apreciar mejor la estampa).
El propio puente fue fotografiado por Batlle Ensesa desde la ladera del cerro de San Servando en una imagen sensacional que recomiendo ampliar para apreciar la multitud de detalles que se pueden observar en ella:
Desde el mismo puente D. Carles inmortalizó el Tajo, por entonces libre de trasvases y contaminación. A la derecha vemos las desaparecidas Turbinas de Vargas, que se levantaban en el mismo lugar donde se ubicó siglos atrás el Artificio de Juanelo:
Eran las 12 horas y 37 minutos del domingo 24 de febrero de 1918 cuando el catalán ascendió hasta Zocodover, donde obtuvo esta sensacional fotografía. La plaza, abarrotada de gente, contaba por entonces con la lánguida presencia arbórea de unas pocas catalpas que fueron un fracaso y un ejemplar suelto de Melia azedarach que vemos en primer término con sus características bolitas amarillentas que quedan en las ramas todo el invierno:
La otra gran plaza de la ciudad, la del Ayuntamiento, también fue objeto de visita por parte de Carles Batlle. De nuevo, una gran multitud de toledanos disfruta de los rayos de sol de aquel domingo de febrero de hace algo más de un siglo:
Una de las fotos más bellas del reportaje del ingeniero gerundense es esta de la Puerta del Sol:
Hay una bellísima fotografía de la plaza de Zocodover tomada desde la explanada del Alcázar. Debajo se ven los tejados, entre otros, del Hotel Imperial. Al fondo se ve el paisaje de la zona norte de la ciudad:
Desde la misma explanada del Alcázar, pero tomando la imagen en dirección opuesta, esta es la vista que nos dejó Batlle:
El fenómeno turístico había cambiado en Toledo cuatro años antes de la mano del III Centenario de la muerte del Greco. En aquel año 1918 de la visita de Batlle, el Museo dedicado al artista griego era ya una visita obligada:
Una de mis fotos predilectas del reportaje es esta impresionante vista del Puente de San Martín desde la Roca Tarpeya:
Para finalizar, una buena vista de las afueras de la Basílica de Santa Leocadia o del Cristo de la Vega, con un gran ciprés que aún vive en nuestros días:
Como podéis ver, se trata de una interesantísima serie de fotografías que vienen a completar la documentación visual que tenemos de los primeros años del siglo XX en Toledo, tomadas por una persona que tuvo una vida plena, llena de experiencias y vivencias. Agradeciendo al Ayuntamiento de Gerona su labor conservadora y divulgadora de los fondos fotográficos de sus ciudadanos más notables y a Luis Miguel Gallego por ponerme tras la pista de este autor, me despido hasta la próxima entrada del blog.
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