martes, 18 de septiembre de 2012

La historia de la mina del Alcázar contada desde los dos bandos tras 76 años

Hoy se cumplen 76 años del estallido de la enorme carga explosiva contenida en la mina excavada por el gobierno de la II República para acabar con el encierro que casi 1.800 personas del bando sublevado mantenían desde hacía ya dos meses en el Alcázar de Toledo.
Con tal motivo Toledo Olvidado publica hoy una entrada especial en la que todo el mérito debe recaer en uno de los mayores expertos que jamás he conocido sobre el Asedio: Víctor Girona Hernández. Es a él a quien debemos agradecer la generosidad de compartir tres documentos en buena medida inéditos de inmenso valor: una fotografía y dos diarios.
Comencemos por la fotografía. Se trata de una imagen tomada por un periodista de guerra alemán que acompañaba el avance del ejército nacional en dirección a Toledo procedente de Extremadura. Un familiar suyo visitó Toledo en 1997 y fue entonces cuando Víctor Girona y él se conocieron. Este familiar del fotógrafo donó a Víctor la fotografía, que desde entonces la conserva como oro en paño. Se trata de una de las fotografías tomadas justo después del asedio -finales de septiembre o comienzos de octubre de 1936- en las que se ve con más claridad desde el patio del baluarte la inmensa dentellada ocasionada por la mina que los republicanos hicieron estallar la mañana del 18 de septiembre de 1936, y que hizo saltar por los aires todo el torreón suroeste y buena parte de la fachada oeste. Es por tanto la perspectiva que contemplaban los sitiados desde el patio entre ese día 18 y el 27 en que fueron finalmente liberados por las tropas del general José Enrique Varela.
Efectos de la mina del 18 de septiembre sobre el flanco suroeste del Alcázar. Fotografía de un periodista alemán hacia el 1 de octubre de 1936. Cortesía de Víctor Girona
Pero, siendo enormemente valiosa esta imagen, tal vez sean los documentos escritos lo más extraordinario que Víctor nos regala. Se trata ni más ni menos que de dos diarios inéditos de dos mandos -uno de cada bando- que narran el día a día de la construcción de la mina. Reflejan de modo sobrecogedor el tremendo miedo y desasosiego, rayano en la locura, de los sitiados así como la esperanza de los sitiadores por acabar con un encierro que comenzaba a acabar con su paciencia.
Tras varios días de trabajos de excavación realizados por mineros asturianos venidos ex profeso a Toledo, la voladura se realizó ante un enorme despliegue de medios y autoridades encabezado por el presidente de la República Francisco Largo Caballero que contempló la explosión desde los cerros cercanos a la ciudad.
No me extiendo más. A continuación os dejo con los textos de ambos diarios y la presentación que de ellos hace Víctor Girona. El resto, es historia.


Detrás de toda fotografía, hay una historia. Y la de ésta, inédita hasta hoy en que decido hacerla pública gracias a la invitación que me brinda Toledo Olvidado, muestra el resultado de uno de los momentos más trascendentales de la Guerra Civil Española en Toledo: el efecto causado por la mina que voló el torreón SO y parte de la fachada Oeste del Alcázar el 18 de septiembre de 1936. Nos enseña a la perfección la “dentellada” que causó y como volatilizó parte del sur y el oeste de la fortaleza. Es la imagen de la desolación tras la batalla y, además, contiene la pequeña gran historia de dos hombres que, sin conocerse y en bandos enfrentados, defendieron libremente sus ideas y tuvieron, sin saberlo, un nexo común aquellos tristes días de odio; se trata de Don Luís Barber Grondona, Teniente de Ingenieros, Oficial que se encargó dentro del Alcázar, desde el momento en que tuvieron conocimiento de ello, de seguir los trabajos de minado que efectuaban los sitiadores y de Don Antonio Fernández Granados, Guardia de Asalto, perteneciente a la fuerza que sitiaba el Alcázar, 1ª Compañía de Asalto. Ambos dejaron escritas sus memorias de aquellos hechos y en los dos casos son prácticamente inéditas; dándose la circunstancia, por ejemplo, de que el Diario del Guardia de Asalto fue publicado en 1958 en el semanario provincial “Toledo”.

El Teniente Barber, único Oficial del Arma de Ingenieros entre los sitiados, en sus memorias nos cuenta con detalle su llegada a Madrid con un mensaje desde el norte de África y como allí conoce del asesinato de su tío, Don José Calvo Sotelo (la esposa de éste y su madre eran hermanas), su posterior llegada a Toledo e incorporación a las fuerzas que se muestran conformes con seguir la tesis de la sublevación contra el Gobierno del Frente Popular; a lo largo de su relato, va desgranando los diferentes aspectos y vicisitudes que compusieron la vida de los sitiados durante aquellos 70 días del verano de 1936 y es testigo directo de la Conversación del Coronel Moscardó con el Jefe de las Milicias de Toledo el 22 de julio de 1936, en la que se le conmina a rendir el Alcázar a cambio de la vida de su hijo, Luis Moscardó Guzmán. Pero tal vez lo más interesante, es poder constatar como este Oficial siguió y se enfrentó a los trabajos de minado, el poder conocer de su propia mano lo que pasaron dentro de la fortaleza las 1.800 personas entre hombres, mujeres, ancianos y niños que allí se refugiaron, sus dudas, sus terribles preocupaciones y la casi locura que les invadió los últimos días de asedio hasta que hizo explosión la mina al amanecer de aquel 18 de septiembre.
La otra visión, desde el punto de vista de los sitiadores, se encuentra recogida en las entradas del Diario del Guardia de Asalto Don Antonio Fernández Granados, que se encontró el Ingeniero Agrónomo, Don Fernando Espejo Prieto, abandonado encima de la mesa de su despacho en la Delegación de Hacienda de Toledo tras liberarse la ciudad, el 28-29 de septiembre, junto con una bomba de mano y una gorra de uniforme. El Diario arranca el 20 de agosto y termina el 26 de septiembre y está escrito en un cuadernillo de 15 x 10 cm, cuadriculado, y con el sello de una papelería de Madrid, Paseo de las Delicias, 36.
Cronología de la destrucción del Alcázar de Toledo durante el Asedio de 1936. Fuente: wikicommons

Del Diario del Teniente Barber:

“El día 16 de agosto me avisaron que se oían ruidos en la imprenta; acudo, se oía perfectamente claro el trabajo de un pico a una distancia no muy grande. Los ruidos parecen indicar sea una mina. Poco antes por radio en un discurso habían dicho “que en el Alcázar resistían cien locos con sus familias que no caían por la magnanimidad del Gobierno, que no había querido emplear contra ellos los recursos que le ofrecían los mineros asturianos”. Por todo esto es muy probable que estén tratando de volarnos y el problema es gravísimo.
- ¿Una contramina….?- me dicen.
Imposible, no hay elementos para atacar la roca en que está cimentado el edificio a la velocidad que estas cosas requieren, sólo disponemos de unos cuantos picos corrientes y entre los defensores solo el Cabo de la Guardia Civil D. Cayetano Rodríguez Caridad sabe algo de esto porque hace 20 años trabajó en unas minas de Peñarroya y para estas labores se necesita algo de práctica, aparte de que la cantidad de explosivo que tenemos es muy pequeña, aun contando los proyectiles sin explosionar.
- ¿Otra solución….?
- Tratar de localizar la boca y destruirla en una salida.
Se acepta esta solución y empezamos la observación para localizarla. Por la dirección del ruido parece que viene por el ángulo SO del torreón de esta misma situación…”.
Plano que realizó el Coronel Moscardó durante el Asedio y que fue publicado en los años 50 en el libro que sobre su biografía escribió el que fuera su ayudante, el Comandante Benito Gómez Oliveros

“Se busca a los que conocen las casas cercanas y se localiza un sótano, aproximadamente en la dirección en que se oye el ruido, la casa es la que hace esquina a la Plaza de Capuchinos y al callejón que va al Horno de los Bizcochos… El asunto parece resuelto y se ordena la destrucción de la casa. Vela Hidalgo se ofrece con sus chicos para ocuparla y quemarla, pero antes se intenta desde las ventanas con bombas incendiarias y con gasolina. El día 19 el teniente Lacourt las tira maravillosamente y se le confía esta misión, tira primero una Laffite dentro del patio seguida de una incendiaria y se oyen gritos, han hecho blanco, luego hemos sabido que se hicieron algunas bajas entre los mineros que dormían tranquilamente al fresco. Pasamos un rato de dudas porque la casa no ardía, pero al fin se logró. Los ruidos desaparecieron y nos quedamos con la relativa tranquilidad de haber hecho fracasar sus propósitos.”

“Pero poco duró la tranquilidad, cuando aún no se había apagado el incendio me llaman una noche porque se oía un motor, temen que sea un compresor, le oigo y quiero creer que es una bomba para apagar incendios, sostengo este punto de vista y me vuelvo a mi cama. No he querido dejar traslucir mis dudas, pero hacia poco había estado trabajando con un compresor en Ceuta y el ruido que había escuchado, a pesar de no tener las intermitencias clásicas del regulador automático, podía serlo. Tras él, la carga, el martillo, la roca, el Alcázar, la dinamita, los luceros… El mundo se me cae encima, estoy solo”…. “Me serené… ahora me pedían inteligencia, no podía dudar, era Ingeniero, mi padre y mi abuelo lo eran, ellos desde sus puestos civiles habían triunfado siempre, yo con su sangre, no podía achicarme. Conocía poco esta materia, mi corta vida militar, ocho años, había transcurrido en Transmisiones dos años y en Automovilismo de Marruecos el resto, cosas totalmente alejadas de la guerra de minas…”

“Salí al patio, caras preocupadas me abordan.
- Están haciendo una mina- me dice alguien
- ¿Quién os ha dicho eso?
- Por los sótanos eso se dice…
- Son tonterías, anoche se oyó un motor y como no tenéis en que ocuparos ya se ha inventado esa fantasía…
Mineros asturianos cavando las minas bajo el Alcázar de Toledo
En uno de los archivos que había al lado de la imprenta la cosa se pone más fea.
- Hemos oído unas explosiones sordas- me dicen (Dios mío, barrenos- pienso)
- Serán los golpes de los proyectiles que no hacen explosión-contesto.
- Es un ruido distinto.
- Porque antes no se fijaban en esta cosas…
- Le aseguro que es cierto.
- No lo dudo, pero tienen los nervios excitados y no interpretan bien los ruidos.
- Yo he oído una cosa como un chirrido con intermitencia- me dice otra (la barrena del compresor)
- Serán ratones…
- No lo creo.
- Ya saben que hay muchos y antes no se fijaban en estas cosas. De todas formas estén tranquilos, que se tomarán todas las medidas necesarias para evitar lo que sea y duerman con la seguridad de que hagan lo que hagan no nos cogerán desprevenidos”.
“Busco a Don Adolfo Aragonés, Ayudante de Obras de la Comandancia de Ingenieros a quien conozco de toda la vida, que se conoce el edificio palmo a palmo por los estudios históricos que de él ha hecho y que ha tenido el buen recuerdo de recoger los planos del edificio que conservaba en la oficina:
- Haga el favor de mirar la situación de las alcantarillas que vengan por la parte Oeste y Sur del edificio… ¿esto está cimentado en roca?
- Sí, este montículo parece que es de roca granítica muy dura.
Subo a ver al Coronel:
- Aún no puedo asegurar nada, pero me parece que sí.
Le digo lo que he hecho y le pido me agreguen al Cabo minero quitándole todo servicio, da la orden.
- En ti confío – me dice al salir.
- Haré todo lo que pueda, mi Coronel”.

“El Cabo minero me da cuenta de sus observaciones, ha oído barrenos y el trabajo de un martillo perforador.
Compresor neumático que accionaba las perforadoras de las dos minas cavadas para volar el Alcázar por los republicanos. Situado en la Plaza Mayor
Ya no hay dudas, es una mina.
- Pero ¿a qué distancia cree usted que estarán?- le pregunto
- Muy lejos, porque la barrena casi no se siente.
- Entonces en roca se tardará mucho…
- Desde luego.
- ¿Cuántos barrenos hacen falta para cada avance?
- Es variable, normalmente se da uno en el centro y dos inclinados y luego algunos tacos para corregir los salientes que quedan.
- ¿Qué profundidad suelen tener?
- Unos 80 cm como máximo, pero eso es muy variable.
- Es decir, ¿qué cada serie de barrenos supone como máximo un avance de 80 cm?
- Aproximadamente, sí señor.
- Pues a vigilar con todo cuidado el número de barrenos, procurando aquilatar en su intensidad”.

“Voy a la imprenta donde duermen algunos chicos, les encargo que me vigilen los barrenos y que apunten a las horas a que los oyen. Subo al piso principal, a la nave del frente Oeste, allí hay una Compañía de la Guardia Civil mandada por el Capitán Esteban Vals, le encargo me tome el horario a que trabaja el compresor.”

“Trato de ocultar el resultado de mis observaciones, pero es inútil, mil novecientos pares de orejas escuchan ruidos y no se les puede convencer, han oído los escapes de aire del compresor y no se puede sostener la idea de la bomba… Por la noche, cuando todo está en silencio, oigo el ruido de la barrena en su lento y seguro avance…”.
“Por voces aisladas, por pequeños reflejos de linternas, por ruidos de piedras, etc… localizamos las bocas de las minas, una en la casa donde estaba la Editorial Católica y otra en una casa cercana a la misma calle. Luego se pudo comprobar que no hubo error. Para situar los compresores hicimos una especie de triangulación de ruidos, tomando como base la longitud de la nave superior del edificio. Se situaron los dos y tampoco hubo error. Fueron noches terribles, en las que entremezclados con estos ruidos oíamos tiros lejanos que queríamos atribuir a reyertas, pero que nos repercutían en el corazón, nuestras familias estaban allí, y cantos de mujerzuelas y voces de borrachos ¡cuántas horas amargas! Y el agotamiento aumentaba en una proporción desconsoladora, porque las horas que se quitaban al sueño no se podían resarcir durante el día…”.

“Estas salidas eran muy desagradables, la noche impone y los ruidos se multiplicaban, casi siempre nos quedábamos unos momentos en la puerta acostumbrándonos al miedo, decíamos, y luego nos íbamos al sitio convenido…yo me tiraba al suelo y paso a paso recorría la zona por donde suponía venían las galerías, hasta que me parecía oírlas en la vertical… esto era lento y como la costumbre hace olvidar el peligro, terminábamos los tres con las orejas pegadas al suelo discutiendo y sin preocuparnos de la vigilancia…terminábamos hablando en voz alta y discutiendo…Uno de los días iba de rodillas buscando el sitio de más ruido, poniendo el oído en el suelo cada medio metro cuando toqué una cosa suave, preocupado no me fijo, agaché la cabeza y puse el oído en una cosa blanda y suave, doy un salto, me fijo ¡y era un gato muerto!... Otro día oímos de pronto una voz de ¡alto! y acto seguido un tiro, como rayos nos tiramos al suelo, hemos oído silbar la bala muy cerca, nos han tirado desde una ventana, empezamos a dar voces para que nos conozcan y nos tiran más, armando una escandalera que debieron oír desde Zocodover, nos metimos corriendo y resultó había sido un centinela que relevaron estando fuera nosotros y se habían olvidado de avisar…Para afinar más en las observaciones se me ocurrió emplear un fonendoscopio del botiquín, dio buen resultado, pero como estaban tan cerca se les oía perfectamente a oído, prescindí de él…”.

“Solo veía posible salir a por las bocas de la mina…se intentó dos veces, una Vela con sus chicos y otra el Comandante Araujo con sus fuerzas, pero no se consiguió nada…Tenían barricadas las calles en varios sitios y había que tomarlas por las malas o por sorpresa. Lo primero no se podía hacer, porque suponía un número elevado de bajas y había que economizar vidas en previsión de lo que aquello podía durar. Vela intentó el segundo procedimiento pero se dieron cuenta… El segundo intento se hizo con más elementos, pero pasó igual, se llegó a una de las casas pero no se pudo entrar, se tiraron unas bombas de mano dentro y dijeron que se habían hecho bajas. Había que pasar por una ventana y bajar por una escalera de mano, se dieron cuenta y empezaron a batir este paso obligado; gracias a la serenidad del Guardia Civil Castillo y del de Asalto, Molero, se pudo hacer la retirada, sosteniendo ellos a pecho descubierto el fuego de las ventanas y acallándolo con sus pistolas ametralladoras… Esta salida produjo un pánico cerval en la población, tomándose precauciones en sitios alejados a más de un kilómetro, corriendo los milicianos azorados por las calles gritando: ¡Qué salen los del Alcázar!, haciendo cerrar puertas y ventanas…”.

“Agotado el recurso de destruir las galerías, no quedaba más solución que volar y lo único que se podía hacer era aminorar los efectos de la voladura, por lo tanto en ese sentido orienté mis esfuerzos”.

“Había que suponer que nos pondrían una carga de toneladas… no me podía limitar al embudo clásico porque en este caso lo peligroso eran las proyecciones y los hundimientos del edificio; el embudo tendría un radio de acción limitado, pero había que buscar el alcance de los escombros y la zona posible de hundimiento para separar a la gente de ella, teniendo en cuenta que el espacio de que se disponía era muy limitado y había que aquilatar mucho… Había que desdoblarlo en dos: uno, efectos de la voladura, para marcar las zonas peligrosas; otro, el día y, a ser posible, hora de la voladura; para lo primero contaba con los libros y las revistas (de las propias Bibliotecas del Alcázar que había recopilado esos días, nota de Víctor Girona Hernández), para lo segundo con una observación cuidadosa y la interpretación de los datos recogidos no desperdiciando ni el más pequeño”.

“El 9 de septiembre, día que vino a parlamentar el Comandante Rojo, me llamó el Coronel para que informara ante la Junta de Jefes, procuré hacerlo con el mayor detalle explicando la situación actual de las galerías, el punto probable de la llegada, dando un plazo probable de ocho días para la terminación de la más adelantada… que creo poder marcar, con la ayuda de Dios, las zonas peligrosas, que caerá el torreón y parte de la fachada Oeste pero que el resto del edificio creo que no sufrirá…”.

“Los datos con los que yo contaba poder señalar el día de la voladura eran: cesación de los trabajos del compresor y martillo, ruidos de arrastre de las cajas de dinamita y ruidos del atraque…alejamiento de todos los que nos tiraban por este frente, que estaban muy cerca y alguna indiscreción de ellos a las que nos tenían acostumbrados; en cuanto a la hora, la más probable era al amanecer que es cuando la gente está más atontada y posiblemente sería precedida de un fuerte cañoneo para meter a la gente en los sótanos y cogernos mejor…”.

“El día 16 de septiembre, cuando ya las cosas estaban a punto y cada parada del compresor nos hacía pasar un mal rato…Aquella noche cesó el ruido del martillo y me avisaron, como había ordenado, cada vez que pasaban dos horas sin trabajar, nos pusimos a escuchar con toda atención… poco a poco las voces se fueron haciendo más lejanas… Inmediatamente le di cuenta al Coronel (Moscardó) de que creía cargada la mina del torreón… Como nos habíamos pasado la noche en todas estas observaciones, al amanecer se dieron las órdenes para evacuar la zona amenazada, aunque durante el día no se esperaba la voladura”.

“El día 17 al mediodía quedó todo en esta forma (se refiere a las zonas que se desalojaron totalmente dentro de los sótanos del Alcázar), la gente con la orden de estar tumbada y los niños pequeños lo más protegidos posible con colchones, di una vuelta por todos los sitios comprobando si se había dicho tal como dije, hecho esto me fui a la capilla a ver a la Virgen: He hecho todo lo que sé, he procurado no dejarme un cabo sin atar, nuestra vida está ya en tus manos…”.

“Llegar a este día me había costado momentos de locura, los nervios me fallaban y algunas veces dudaba de mí, creía que podíamos volar en cualquier momento sin haber tomado las medidas necesarias, en más de mil ocasiones habría dado la voz de alarma pero una voz en mi interior me decía: espera, y esperaba, creí volverme loco en algunos momentos y pedía a Dios que me conservase la razón, el Cabo minero que por su misión salía poco de los sótanos, al final dio muestras de haber perdido la cabeza, tenía una crisis de pesimismo atroz, vivía esclavo de los ruidos y a todas horas del día y de la noche se le veía como un fantasma, con su candil de grasa de caballo, recorriendo los sótanos en busca del ruido… El ¿cree usted que volaremos?... ¿está seguro de poder avisar a tiempo?... ¿cree usted que nos salvaremos?, y tener que contestar a estas preguntas incontestables… El Coronel, que sabía mi situación moral, sacando fuerzas de no sé donde porque sus preocupaciones eran mucho mayores, tenía siempre una frase cariñosa para animarme… Algún día que las dudas me ponían loco y ponía cara de preocupación en mis visitas al sótano, Vela (Capitán de Caballería, que leyó el Bando de Declaración de Guerra en Toledo) al darse cuenta me llevaba a un rincón:
- ¡Has pasado por los sótanos con cara de entierro y ya está todo el mundo preocupado!
- Es que no puedo más, las cosas están muy poco claras y esto acaba mal… Es que pierdo la cabeza…
- Pues no tienes derecho a perderla, ya estás cambiando de cara y bajando al sótano.
- No puedo….
- Pues es preciso que puedas y ahora mismo nos vamos los dos al sótano.
Me daba unas palmadas diciéndome alguna tontería y nos íbamos al sótano a decir más tonterías…”.

“Las reacciones de las mujeres ante esa situación terrible fueron admirables, era una pesadilla espantosa la que vivieron, sintiendo bajo sus pies el avance lento y seguro de las galerías, esperando saltar en cualquier momento y sin embargo no hubo una duda ni una vacilación, se podía morir de una forma espantosa triturados por los escombros y en ningún momento oí de su boca más que palabras de esperanza en Dios. Conocían la muerte terrible del que queda con vida aprisionado por los escombros y no dudaron. El Gobierno de Madrid os ofreció la vida y vosotras, dignas sucesoras de vuestras abuelas, que supieron llenar páginas gloriosa en la Historia, la rechazasteis…”.
Una de las pocas fotografías tomadas durante el Asedio dentro del Alcázar. Un guardia civil herido recibe cuidados de su esposa. Del libro "La guerra de España. Una gesta heroica de carácter universal. El Alcázar de Toledo"

“La noche del 17 quedó todo el mundo en su puesto y en el almacén nº 1 de la primera planta de sótanos me instalé… teníamos unas cuantas caretas por si la explosión metía gases en los sótanos, aunque si nos metían óxido de carbono de nada servían, pero para esta contingencia no teníamos solución… La vigilancia en el frente Oeste se hacía por un pelotón fuera del radio de acción, que destacaba un hombre que a la carrera recorría todos los puestos antiguos, disparando tiros para dar la sensación de que seguían ocupados, este servicio se hacía cada cuarto de hora con lo que las probabilidades de que le cogiera eran pequeñas… Cuando empezaba a quedarme dormido me avisaron que por el parapeto habían dicho que volaríamos a las once, esto confirmó mi idea de que sería al amanecer, no eran capaces de atacarnos de noche y querían tenernos agotados al amanecer, después de siete horas de ansiedad…”.

“A las seis, cuando empezaba a clarear, oímos los primeros cañonazos y esto confirmó mis augurios, creciendo con intensidad, sobre todo en el frente Norte, estábamos ya preparados esperando la voladura con la emoción que es de suponer cuando a las seis y media oímos una detonación sorda, nos tambaleamos todos y salimos corriendo del cuarto, la galería estaba llena de polvo pero no había gases… al ver que no ocurría nada avanzamos con cuidado y vi rota la clase inmediata a la Puerta de Carros, intenté entrar en la imprenta y no pude, por una rendija vi todo lleno de escombros. A todo esto se había armado un griterío enorme en los sótanos, corrí al almacén nº 7 ¡nuestra Virgen estaba en el suelo intacta! El tabique había cedido pero no habían entrado casi escombros…Corrí a la segunda planta de sótanos, al llegar al final de la escalera me saltaba el corazón, entro y me reciben con un griterío que no deja entender nada, me abrazan, me besan, pregunto y cien voces entrecortadas por sollozos me responden sin que pueda saber lo que me dicen, solo veo que todo es alegría y me tranquilizo un poco, en volandas llego a la cuerda y ¡los escombros están a menos de un metro!... Voy al almacén nº 4, está intacto y me enseñan a un nuevo ser que acaba de venir al mundo en ese momento ¡a pocos metros de los escombros! consigo enterarme que solo hay una mujer y una chica heridas leves por el derrumbamiento de un tabique… Corro al despacho del Coronel, me abraza y creo que los dos bailamos llorando ¡hemos vencido a la mina!
Van llegando detalles y uno me llena de pena, el Teniente Cuesta, íntimo amigo que estaba con su familia aquí ha desaparecido en la voladura con algún Guardia…Me choca no ver al Cabo minero, pregunto y nadie sabe nada, por fin los centinelas de la galería me dicen le han visto pasar con dirección a la imprenta momentos antes de producirse la voladura, su exceso de celo le hizo oír el último ruido. Su obsesión le hizo estar en su puesto hasta el último momento a pesar de la mi prohibición y cayó en él, la mina le atrajo de tal forma que se le llevó…”.

“El ataque ha sido durísimo, se veía que estaban decididos a entrar pero… les ha ocurrido lo de siempre y las banderas que clavaron en nuestras ruinas están en nuestro poder. Se debieron llevar una desagradable sorpresa porque supondrían que estábamos todos enterrados y llegaron con toda tranquilidad, esperando entrar como Pedro por su casa y se han encontrado con que todo estaba como siempre, lleno de fusiles y ametralladoras, se les han hecho muchas bajas que nos rodean y como son incapaces de retirarlas, ya tenemos un aumento de perfume…”.
Asaltantes republicanos muertos entre las ruinas del Alcázar. Foto Erich Andres. Ministerio de Cultura. Centro Documental de la Memoria Histórica

“Hemos tenido 14 muertos y 50 heridos, de ellos 3 muertos y 4 heridos de las minas. Para mí ha sido uno de los días de más emociones del asedio, terminar el fantasma de la mina y ver morir a varios de mis mejores amigos. ¿Pensar en que podían entrar? en ningún momento”.


Del Diario del Guardia de Asalto Fernández Granados:

Día 20 de agosto.- “Al mes justo de la sublevación, salimos toda mi compañía para Toledo. Salimos contentos, pues sólo deseamos enfrentarnos con el enemigo. Por los pueblos del trayecto a nuestro paso somos constantemente vitoreados. Nosotros, con el puño en alto, contestamos alegres. Al fin, bajo un sol de horno, llegamos a Toledo. La ciudad, como poco después de tomada, ofrece su aspecto normal. El comercio, abierto, ofrece una gran actividad. Las mujeres toledanas se dedican a sus acostumbradas tareas y, de trecho en trecho, encontramos un grupo de milicias que nos saluda a la par que viejos, niños, mujeres…todos demuestran su alegría al ver la columna que llega. Poco a poco vamos alojándonos en el edificio viejo de la Delegación de Hacienda. Estos edificios antiquísimos son poco saludables. Por pasillos interminables llegamos a nuestro alojamiento, que consta de dos piezas regulares cuajadas de archivos repletos de papelotes que huelen a antiguo. En ellas tenemos que dormir, comer y charlar el pelotón, que consta de 23 hombres. Cuando dormimos, nos despertamos al oír alguna ametralladora funcionar.”
Día 21 de agosto.- “A las 9 de la mañana tomamos el servicio y relevamos un pelotón. Éste se encuentra en un edificio o palacio antiquísimo destinado a museo que, por encontrarse en obras, da un aspecto aún más desastroso, con cúpulas apuntaladas, grandes naves desguarnecidas, suelos removidos y paredones derruidos por la acción de nuestra artillería, al quedarse cortas las granadas.
Milicianos en el Convento de Santa Fe. Fotografía de Vincent Doherty. Arxiu comarcal de L´alt Penedés
El Alcázar en toda su fachada principal, la que hostiliza más nuestros parapetos, se encuentra a escasa distancia y es el frente más cercano. Aquí tenemos una potente radio controlada de tal forma que un altavoz, colocado estratégicamente, lo oyen constantemente los facciosos sitiados. Las noticias del Ministerio de la Guerra son oídas sin cesar. La artillería cada cinco minutos manda un obús que explota tan cerca que tiembla el suelo y lo que nos rodea. Por la tarde ha ocurrido un suceso de los muchos que ocurren en los frentes: la Fábrica de Armas se encuentra muy separada de Toledo y a la derecha del Alcázar y, cuando los obreros salían de su trabajo, seis o siete obuses fueron a estallar en las puertas y dentro de los talleres, sembrando la natural alarma y víctimas. Una vez rehechos de la sorpresa, los obreros y milicias se lanzaron en busca de nuestras baterías llegando a apresar en su poder a un alférez de complemento que era el que mandaba, fusilándole en el acto.”
Día 2 de septiembre.- “Los mineros siguen arrojando dinamita y botellas de líquido inflamables dentro del Gobierno Militar. Los facciosos rápidamente lo apagan con mantas y otros medios. Lo mismo ocurre cuando se les arroja gasolina. La Artillería tiene casi desecha la fachada norte y se espera de un momento a otro se derrumbe uno de los torreones donde los facciosos disparan más con fuego de ametralladora. La noche sin novedad.”
Día 5 de septiembre.- “Hoy comienza la mañana con intenso bombardeo de las dos baterías emplazadas a 4 kilómetros de Toledo. Poco a poco, la fachada norte va desapareciendo. Los facciosos parece que no contestan tanto a las descargas nuestras. Es cuestión de 2 o 3 días la rendición o entrar a por ellos.”
Bombardeos republicanos a Toledo
Día 13 de septiembre.- “A las 9 de la mañana mi pelotón entra de servicio en la casa de las minas. Tenemos que hacer 6 días de servicios seguidos por conocer ya el terreno. Es el sitio más próximo a la Academia. A las 9 de la noche, el Embajador de Chile ha intentado pasar al Alcázar a parlamentar. Los sitiados le han contestado “que fueran a parlamentar con el Gobierno constituido en Burgos”. Durante este espacio de tiempo no se ha disparado un tiro. En mi parapeto acababan de instalar (por la tarde,) un reflector que alumbra toda la calle llena de escombros y paralela a la fachada Oeste de la Academia. Suponiendo que los sitiados aprovecharían la oscuridad para cruzar la calle en dirección a una de las minas, encendí de improviso la luz, y, (al) instante, se vio un bulto en una portada y (justo después), de dos ventanas medio derruidas, el fuego ametrallador de dos máquinas dirigidas a la bocamina. La ametralladora nuestra del piso bajo rompió el fuego. Nosotros, en el balcón de arriba, apuntábamos a los huecos de donde hostilizaban, seguramente con la intención de cargarse el reflector. No lo consiguieron. Un minero lanzó tres cartuchos tan bien tirados que ya no se volvió a oír ningún disparo de parte de ellos. A las 10 llega el relevo”.
Día 18 de septiembre.- “Esta madrugada hemos estado en vela haciendo preparativos. La población civil ha evacuado la ciudad para evitar los peligros de la explosión. A las 6,30 ha de ser la explosión de las dos minas y, media hora antes, las fuerzas de los parapetos y la de retaguardia nos hemos retirado para distintos sitios de las afueras de Toledo. Mi compañía (se ha) alejado hasta la puerta (del) Cambrón, a unos mil metros del Alcázar. El campo a dos o tres kilómetros se haya (sic) cuajado de personas que han abandonado sus casas. Al fin son las 6,15 de la mañana.
Largo Caballero supervisa la voladura del Alcázar de Toledo en el verano de 1936
Al instante una gran explosión atruena el espacio. Al momento empieza a verse las calles cubiertas de tierra, piedras, tejas… como si hubiese sido un terremoto. Esperamos encontrar el Alcázar completamente destruido, pero nos asombra al oír los disparos de los sitiados (que), seguramente advertidos por el silencio de nuestros fusiles, se resguardaron en los sótanos y lugares más apartados. Sólo queda un torreón en pie. El efecto de la dinamita no ha sido lo que nosotros esperábamos. De la fachada oeste sólo ha quedado un trozo de paredón aislado de todo lo demás. El torreón Suroeste ha quedado completamente destruido. Montones de escombros y hierros retorcidos llenan las calles (adyacentes). Las casas inmediatas han quedado en ruinas. Por los cuatro costados se ha comenzado una gran ofensiva. Las ametralladoras funcionan por todos los lados. El Alcázar contesta con un fuego desesperado. Una Compañía de Asalto y un Batallón de Milicia logran pasar al patio central. Por los escombros se libra una gran batalla. Se logra plantar banderas en lo más alto. Los facciosos lanzan bombas de mano y fuego ametrallador. El fuego dura toda la mañana. Por los escombros han quedado muchos nuestros. No se sabe quién mandó la retirada, pues se logró un magnífico sitio. El cerco ha sido estrecho y duro, pero es imposible tomar la cumbre a pecho descubierto. Por la tarde se han reconstruido los parapetos, mucho más avanzados que antes. Se sostiene el fuego sin cesar”.
Día 26 de septiembre.- “Al amanecer se empieza a percibir, en la lejanía, el fuego de la artillería. Esperamos que hoy sea un día decisivo para uno u otro bando. A las 9 suena la sirena, tres trimotores aparecen negros como sus conciencias, vuelan bajos, los cañones antiaéreos funcionan. De pronto, sin saber por dónde, se lanzan desde la altura cinco cazas que acosan al enemigo. Un trimotor ha sido tocado, deja una estela de humo y desciende rápidamente. Al momento, los tripulantes se lanzan al espacio en tres paracaídas. Los otros dos huyen, perseguidos por nuestros cazas. En una loma se destroza otro. El último no se sabe cómo habrá escapado. En las fuerzas y la población civil reina el entusiasmo. Los que estamos libres corremos a las afueras a ver los parachutistas y arder los aviones. En la Puerta (de) Bisagra nos enteramos de la gran victoria que se ha logrado con la columna enemiga. Se ha destrozado el grueso. Moros y legionarios han caído prisioneros. Se les ha cogido 3 cañones del 7 ½ con armones llenos de municiones, camiones, caretas de gases y otros pertrechos, y los que tienen que llegar, pues ha sido una derrota completa. El optimismo reina por todos los sitios”.

Diario del Guardia de Asalto republicano que controlaba el Asedio al Alcázar. 20 de agosto de 1936
Diario del Guardia de Asalto republicano que controlaba el Asedio al Alcázar. 12 y 13 de septiembre de 1936
Diario del Guardia de Asalto republicano que controlaba el Asedio al Alcázar. 26 de septiembre de 1936

Enlaces interesantes para saber más:
- Video del momento de la enorme explosión. Minuto 2:47.
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