He tardado varias semanas en asimilar que se ha ido. El golpe de su fallecimiento me noqueó y aún me descubro a mí mismo muchas noches viendo el último whatsapp que me envió, o el postrero correo electrónico con esos archivos adjuntos que yo abría con la ilusión de un niño.
Aquella maldita mañana de confinamiento, mis hijos me sorprendieron llorando en mi sofá tras colgar el teléfono a su sobrino, que fue quien me dio la triste noticia.
- Papá, ¿qué te pasa? ¿Por qué lloras?
- Se ha muerto un gran amigo mío, niños. Estoy muy triste.
- ¿Ha sido por el coronavirus, Papá?
- No, él estaba malito hace un tiempo, pero en los últimos días se ha acelerado todo. Tenía 86 años, una edad en la que las personas deben cuidarse mucho, porque ya no son tan fuertes.
- ¿Pero no has dicho que era un amigo tuyo?
De repente, me vi explicando a mis hijos algo tan bonito que mi ánimo, dentro del palo recibido, mejoró un poco. Les conté que Luis Alba era para mí un ejemplo en muchas cosas pero que, sobre todo, era mi amigo. Sí, mi amigo, porque la amistad no tiene edad. Ha querido el destino que él se haya marchado cuando su edad era justamente el doble de la mía. Pertenecíamos a generaciones muy diferentes y, sin embargo, tengo que reconocer que con él he pasado algunos de los momentos más gratos de los últimos años.
No necesitábamos gran cosa: una tarde entera por delante, carpetas y cajas llenas de fotos antiguas de Toledo, un escáner, él y yo.
Entrar a su casa era para mí como acceder a un santuario. Aún recuerdo la primera vez: yo estaba ilusionado y nervioso a partes iguales. Iba a conocer a la persona que más había hecho por la compilación de todo lo relacionado con Toledo en muchos campos: fotografía, libros, objetos, carteles, cuadros, recuerdos...todo lo que oliera a Toledo, Luis lo había comprado durante décadas en un esfuerzo tanto intelectual como económico que solo cuando conoces su colección alcanzas a comprender y a valorar. Para alguien como yo, dedicado a la búsqueda y divulgación de fotografías antiguas de Toledo, conocer a Luis Alba era como si un joven mago tuviese la oportunidad de tratar al mismísimo Merlín. Al salir del ascensor, vi que Luis me estaba esperando en el umbral, con su inconfundible mirada: amable, alegre y socarrona. Pronto olvidé mis nervios y solo me quedó la ilusión, él enseguida logró hacerme sentir cómodo. Al fin y al cabo, ser anfitrión había sido su gran especialidad: al igual que me estaba enseñando y acogiendo en su casa, Luis Alba fue el encargado durante décadas de mostrar a visitantes de todo el mundo y de toda condición su "gran casa", Toledo, en su condición de guía oficial y predilecto de la ciudad.
Aquella tarde fue la primera de muchas de inmenso gozo: su colección fotográfica era para mí el mayor tesoro que podría imaginar, y su generosidad y amabilidad hacían que las horas pasaran volando. Podíamos estar largo rato mirando una sola foto. El detalle que a mí se me había pasado, lo advertía él, o viceversa. Un encuadre desconocido, un rincón difícil de identificar, un autor por investigar...cada foto era la excusa perfecta para viajar juntos en una especie de máquina del tiempo. Entremezcladas, sus vivencias, anécdotas, chascarrillos y recuerdos personales eran pequeños regalos que mi mente hacía un enorme esfuerzo en recordar. Ahora lamento no haber tenido una grabadora, pues algunos detalles ya los he olvidado, aunque intentaba anotar todo lo que creía importante.
Poco a poco, nuestra relación fue evolucionando. Madurando, sería el término más apropiado. Él seguía siendo mi maestro y yo siempre seré su aprendiz, pero el paso de los años y la brecha digital generacional hacían que él no fuese muy activo en internet. Luis era el auténtico experto en búsquedas analógicas, donde se movía como pez en el agua: el rastro madrileño, anticuarios, librerías de viejo, ferias, subastas físicas, mercadillos y una excelente red de avisadores que le informaban de hallazgos en derribos, mudanzas, limpiezas de trasteros y herencias conflictivas.
Sin embargo, la red le daba pereza...y aunque de vez en cuando también compraba en línea, tanto personalmente como por encargo, él era un romántico y no disfrutaba comprando digitalmente. De este modo, comenzamos a colaborar y era yo quien le avisaba de posibles colecciones interesantes en páginas españolas y extranjeras, para que Luis o alguien en su nombre pujase.
Poco a poco fuimos ganando confianza y me transmitía su alegría por encontrar personas más jóvenes que él interesadas en Toledo y en coleccionar y divulgar imágenes toledanas, pues él era consciente de que Toledo es un filón inagotable y por mucho que él hubiera rescatado ya miles, ambos sabíamos que el iceberg aún escondía su mayor parte bajo el agua. Me mostraba su interés por poder acceder a colecciones que en su época eran muy opacas o desconocidas al no estar digitalizadas ni disponibles para su consulta, como las de los museos internacionales o los archivos de ciudades, regiones y países a lo largo del mundo, así como los bancos de imágenes de los mejores fotógrafos y agencias de la historia. Ambos comprendimos que nos complementábamos muy bien: él era un experto en un tipo de rastreos y yo intentaba serlo en otros diferentes, de modo que el objetivo común -Toledo y sus fotos- fuese poco a poco siendo abordable desde diferentes flancos. Al ser una persona muy metódica, siempre anotaba todos los datos que conocía al dorso: lugar, fecha, autor, personas que aparecían, vendedor, fecha de la venta...de modo que me daba muchas pistas que para él no eran importantes pero que al usarlas en rastreos digitales nos dieron grandes alegrías que disfrutábamos juntos con la ilusión de dos niños.
Un buen día, un viernes santo, me lo encontré al salir de un convento de los que tanto amaba y conocía, y me acompañó en un largo paseo mientras mis hijos correteaban alrededor. En un momento dado me dijo: "Eduardo, tienes que animarte a optar a ser académico en la Real Academia de Toledo, necesitamos gente nueva y me encantaría que algún día fueras uno de los nuestros". Sinceramente, siempre había visto el mundo académico como algo lejano e inaccesible, y nunca había entrado en mis planes esa posibilidad. Pensaba que eran instituciones de otro tiempo con gente de otro tiempo (¡qué equivocado estaba!). Pero la opinión de Luis era siempre una referencia para mí, y aunque inicialmente le dije que lo veía muy difícil por mi escaso tiempo disponible, poco a poco mi opinión fue cambiando...ayudado por la insistencia de Luis, que cada poco tiempo me recordaba el tema.
Finalmente, accedí a presentar mi candidatura, que por suerte tuvo buena acogida e ingresé en marzo de 2017 como correspondiente. En febrero de 2018 leía mi discurso de ingreso como académico numerario, con el honor de recibir la réplica de Luis Alba -¿quién si no?-, mi mentor, amigo y compañero de pasiones toledanas. Nunca olvidaré sus palabras aquel día, dirigidas tanto a mí como a mi familia. Formarán parte de mis mejores recuerdos para siempre.
Su legado es impresionante. Probablemente rescató miles de trozos de nuestra historia que sin él se hubieran perdido para siempre. Pocas ciudades han tenido la suerte de contar entre sus habitantes a personas como Luis, capaces de generar de manera autónoma una especie de colección-museo con fondos muy superiores, no solo en cantidad sino especialmente en calidad, a los de muchas instituciones oficiales. Toledo ha sido una ciudad generadora de infinidad de elementos coleccionables como lugar de referencia para artistas, historiadores, literatos y viajeros, pero sin Luis Alba ese tesoro se habría difuminado en vertederos, hogueras y escombreras. Por suerte, buena parte de su colección fue adquirida por el Ayuntamiento para engrosar nuestro Archivo Municipal, y el resto de su colección seguro que es bien gestionado también en el futuro. Los toledanos de ayer, de hoy y del futuro estaremos siempre en deuda con él, y cuanto más pase el tiempo mejor comprenderemos el valor de su trabajo. Será para siempre un espejo en el que muchos nos miraremos, y en cierto modo seguirá siendo siempre nuestro guía, pues su ejemplo nos marcará el camino a muchos que venimos por detrás. Si logramos siquiera parecernos un poco a él en su capacidad y amor por Toledo, podremos darnos por satisfechos.
No poder despedirme de él ha sido lo más duro de todo, no solo por lo repentino de su fallecimiento, sino por las horribles fechas que estamos viviendo en las que nos es imposible despedir y honrar a nuestros muertos como ellos merecen. Me rompe el alma que su funeral hubiera de celebrarse casi en soledad, únicamente acompañado de sus más directos familiares. Él hubiera merecido algo muy diferente, pero las circunstancias son las que son y tenemos que idear maneras de despedirle diferentes. En mi caso lo voy a hacer con una breve selección de unas fotos de su colección personal tomadas por un médico, de modo que quiero hacer extensivo este homenaje también a todos los sanitarios que han afrontado esta pandemia en circunstancias heroicas, enfrentándose a una carga de trabajo y a unos riesgos para su salud que solo una decidida vocación y capacidad de servicio a los demás son capaces de explicar.
Hans Leyden era el doctor de la Embajada de Alemania en Madrid a comienzos del siglo XX. Hispanófilo militante, este berlinés recorrió España con su cámara fotográfica, pues además de la medicina, la fotografía era su otra gran pasión, especialmente en la modalidad estereoscópica.
Retrató muchos lugares y actos oficiales y, como no podía ser de otro modo, la ciudad de Toledo fue uno de sus destinos predilectos. Luis Alba adquirió varias de sus fotografía toledanas, que nos muestran la ciudad de los primeros años del siglo XX de modo muy bello. Por ejemplo, existen muy pocas fotografías tan bonitas y tan antiguas de la iglesia de San Lucas como esta:
Mirad qué preciosa vista del Tajo desde la zona del embarcadero de la casa del Diamantista:
Aquí vemos una escena muy animada en la Puerta de Bisagra en 1906:
En esta escena, unos personajes con maletín (muy propios de los médicos de la época) parecen inspeccionar un puesto situado a la entrada del Puente de Alcántara. Me pregunto si serían compañeros de Leyden o si, incluso, alguno de ellos sería el propio doctor.
Como veis, son fotos curiosas y bellas tomadas por un eminente médico que sirven de muestra de qué tipo de archivos han sido rescatados de una muerte segura gracias al cariño de Luis Alba por Toledo. Intentaremos seguir su estela los que aún seguimos por aquí y trataremos de inculcar ese amor por nuestra ciudad para que la semilla germine en muchas personas y siempre tengamos un grupo nutrido de amantes de esta ciudad mágica que la protejan, la preserven y la den a conocer como Luis hizo. Descansa en paz, amigo, nunca te olvidaré.
jueves, 28 de mayo de 2020
Toledo a comienzos del siglo XX fotografiado por Hans Leyden (homenaje a Luis Alba)
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