"He estado cuatro veces en Toledo. ¡Me encanta esta ciudad! La conozco muy bien. Como la palma de mi mano... Consigue emocionarme..."
Con estas palabras describía nada más y nada menos que Rita Hayworth a la ciudad de Toledo en julio de 1968. Fue en una entrevista concedida al periodista Germán Hebrero San Martín para la revista Semana que fue publicada en el número 1482 de la misma el 13 de julio de aquel año.
En efecto, Margarita Carmen Cansino, que era el verdadero nombre de Rita Hayworth, tenía poderosas razones para sentir una profunda atracción por nuestra ciudad. No me refiero solo a la belleza de Toledo, sino a circunstancias personales muy concretas que ahora paso a detallar.
Por un lado, Rita era hija de Eduardo Cansino Reina, bailarín y actor nacido en España en la provincia de Sevilla, cuyo linaje procedía de judíos sefarditas como le descubrió su pariente el escritor y hebraísta Rafael Cansinos Assens. Es posible que, aunque la relación con su padre fuese convulsa -en algunas biografías se dice que incluso abusó de ella-, esa ascendencia sefardí hiciera que Rita se sintiera interesada por el legado cultural del que en cierto modo era heredera, y ello le llevara a visitar Toledo, ciudad emblemática para todo el mundo judeoespañol, con el objetivo de conocer mejor sus raíces.
Sumado a ello, Rita Hayworth había pasado en Toledo algunos de los momentos más felices de su vida cuando en 1948 visitó la ciudad con su entonces novio, el príncipe Alí Khan, hijo del Aga Khan III. Solo unos días después de haberse conocido, y a bordo un flamante deportivo conducido por él, salieron de Cannes en dirección a España, donde se detuvieron en Madrid, en Toledo y en Sevilla, donde aún residían los abuelos de Rita. De aquella estancia a finales de los años 40, en la que Alí Khan y ella "se perdieron por sus callejas cargadas de historia y romance" tras huir de la prensa en Madrid, Rita guardó siempre un imborrable recuerdo. Al año siguiente se casaron en Cannes ante 500 invitados que disfrutaron de 50 libras de caviar y 600 botellas de champán al borde de una piscina llena con 200 galones de “agua de colonia”.
Volviendo a la estancia de 1968, junto al periodista Hebrero San Martín estaba el fotógrafo Julián Torremocha, que inmortalizó a la inolvidable actriz en varios lugares de Toledo junto a su agente representante. Habían pasado 20 años desde el viaje con Alí Khan, que había fallecido en 1960 en un accidente conduciendo a elevada velocidad, y del que se había separado en 1951, tras solo dos años de matrimonio. En julio de 1968 Rita rozaba los 50 años pero aún conservaba una gran belleza. Las fotos no son sencillas de identificar en su ubicación exacta. Así, por ejemplo, creo que esta imagen está tomada en los jardines del Hostal del Cardenal:
Juraría que esta toma en una terraza está realizada en las inmediaciones del Paseo del Tránsito:
Estas fotografías en primer plano muestran a Rita Hayworth junto a lo que parece una muralla o un muro bastante antiguo:
Y esta toma en la que pasea con su representante parece ser una calle de la judería:
En definitiva, estamos ante las únicas fotos (que yo conozca, y os prometo que he rastreado a fondo) de Rita Hayworth en Toledo, y son una muestra más de que prácticamente no hay gran estrella del cine del siglo XX que no haya pisado nuestras calles, algo que debe llenarnos de orgullo. Seguiré buscando imágenes de las otras cuatro visitas de Rita a Toledo, que en caso de aparecer incorporaré a esta entrada. Me despido con la transcripción del comienzo del reportaje publicado en Semana en julio de 1968, escrito por Germán Hebrero San Martín:
"Gilda ha vuelto a Toledo. Gilda se siente feliz en Toledo. Recorre sus calles con parsimonia, deleitándose con las bellezas que emanan de cada esquina, de cada rincón, de cada casona... Gilda, en Toledo, se siente más mujer que actriz. Yo lo he visto y comprobado. Fue hace unos días. La famosa ex rubia atómica de Hollywood había llegado a Madrid cuarenta y ocho horas antes. (...) Rita, con un gran pañuelo blanco cubriéndole la cabeza y gafas oscuras, pasó prácticamente inadvertida durante su visita a la ciudad imperial. Es lo que pretendía. ¿Por qué? Rita descendió del coche en la plaza de Zocodover. Y, andando sin prisas, recorrió las callejas toledanas. Vi cómo Rita se detenía en esta o aquella esquina como rememorando recuerdos muy queridos para ella."
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1 comentario
Hago este comentario con algunos días de retraso respecto de la fecha de esta entrega en el blog. Culpa de la puñetera pandemia. Pero no he querido dejar pasar la ocasión para citar una de esas curiosas anécdotas de ese “Toledo interior” que se construye tantas veces desde lo cotidiano, que pasa desapercibido y se termina olvidando. ¡Hay numerosos ejemplos! La chunga popular toledana siempre ha tenido la habilidad de hacer de vez en cuando ciertas ingeniosas traslaciones: Corea, Las Malvinas, Los Katangas, El Paseo de los Mancos…
Me refiero ahora a la película Gilda, protagonizada en 1946 por Rita Hayworth. Mucho antes de esta visita de 1968 que ahora se nos documenta en el blog, ya nos había visitado la deslumbrante actriz sólo dos años después, (1948), del estreno de la película, acompañada de su entonces novio Alí Khan.
Y no podía pasar inadvertida en Toledo la visita de la estrella, precedida además del notable “escándalo” que la película había provocado en las oficinas más censoras de la moral y las buenas costumbres de la época, al parecer puestas en peligro en alguna escena de la película.
El caso es que Gilda se había colado en alguna de esas rutinas del “Toledo interior”. Ya me había llegado hacía algún tiempo la vaga referencia de las “gildas”, pero hoy me ha descrito el curioso producto con todo detalle mi buen amigo Pedro que desde hace ya cuarenta años –aunque el “invento”, claro está, es muy anterior– regenta el clásico Casa Pedro, frente a la Puerta del Cambrón.
Al parecer, la “gilda” no era otra cosa que una de las clásicas botellas de coca-cola taponada con un corcho perforado con dos aberturas y cuyo contenido era la necesaria dosis de cazalla hasta completar el envase. Los principales consumidores, casi únicos, eran los obreros de la Fábrica de Armas que, a la tempranísima hora señalada por la inolvidable sirena como comienzo de la jornada laboral, casi a las primeras luces del día, como paso obligado se detenían por un momento en Casa Pedro para hacer acopio de sus “gildas”, con el pago de las mismas a su vuelta, dadas las prisas por no demorarse en el trámite pagatorio a fin de no llegar tarde a la convocatoria laboral.
Conocido el motivo de la singular denominación de las “gildas” no ha quedado, sin embargo, constancia de quién fuera el autor del alcohólico invento, pero es lo cierto, según me comenta Pedro, que si su comienzo no cabe duda que vino a coincidir con la visita a Toledo en aquellas fechas de la rutilante Rita Hayworth, su vigencia debió perdurar al menos hasta la muy lamentable desaparición de la tan querida y añorada Fábrica de Armas de Toledo en 1996, que tenía en sus obreros a sus más fieles consumidores.
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