Este año de 2020 será recordado, tristemente, por todas las pérdidas ocasionadas por el maldito coronavirus: pérdida de vidas, pérdida de momentos compartidos, pérdidas económicas y pérdida también de fiestas y tradiciones que este año no se celebrarán.
Repasaba mentalmente hace poco la larga lista de celebraciones que en Toledo han tenido que suspenderse este año, desde las grandes fiestas como el Corpus o la Feria de Agosto, hasta las fiestas de muchos barrios, pasando por las tradicionales romerías (el Valle, la Bastida, la Cabeza, el Ángel, los Reviernes...) cuando, de pronto, recordé que tal vez no esté todo perdido, y que es posible que al menos una romería tradicional toledana pueda celebrarse en este año 2020. Me refiero a la histórica romería en honor de Nuestra Señora de la Guía, en la ermita que lleva su nombre en el barrio de Santa Bárbara.
Dado que esta fiesta se celebra el 12 de octubre, es posible que por entonces se permitan ya ciertos actos como este. El tiempo lo dirá, pero por lo pronto aprovecharé para dedicar una entrada, que tenía pendiente hace tiempo, a esta ermita tan recoleta situada en un paraje de bastante belleza en lo alto de un roquedo muy cerca de las casas de este entrañable barrio.
El origen de esta ermita, según publicó Felipe Rubio Piqueras en 1928, se remonta al año de 1432, al parecer por iniciativa de cuatro sacerdotes toledanos conocidos como los Cruces.
Según el mismo autor, un desgraciado incendio destruyó en 1499 casi por completo la primitiva ermita. Las crónicas cuentan que los encargados del mantenimiento del culto en estos años de destrucción fueron los cofrades adscritos a otra ermita -llamada de Santa Lucía- en los terrenos de la vega Tajo cercanos al palacio de Galiana. Estos cofrades, que Rubio Piqueras cifra en 73, se dedicaban al cultivo de la Huerta del Rey y poseían también algunos molinos y batanes en este tramo del río.
Pero aquella ermita de Santa Lucía en el Tajo también quedó destruida a mediados del XVI, por lo que en 1598 -casi un siglo exacto después del incendio de nuestra protagonista de hoy- se abordó la reedificación del templo aprovechando lo poco que quedaba del edificio original.
Ello se hizo por el impulso del racionero de la catedral D. Diego Rodríguez, sumado al entusiasmo de los cofrades que sobrevivían y a la fe de algunos devotos. Así, el 30 de mayo de 1599, la ermita fue bendecida por el entonces obispo Tenerife, que se encontraba en Toledo. Las trazas del templo se debieron al maestro mayor de la Obra y Fábrica de la Catedral, de apellido Zapata. La imagen de la Virgen fue tallada por el oliero Carlos Tejado Venero, uno de los escultores en nómina del templo primado. Para lograr una masa crítica de fieles que acudieran al templo, se creó una congregación de señoras que, sumada a una preexistente de artesanos, adquirieron el compromiso de oír misa todos los festivos y comulgar allí el primer domingo del mes. Sus fiestas principales se celebraban con motivo de la Natividad, la Purificación y el último domingo de mayo, que era la más importante y solemne de todas para los fieles de la ermita.
Pasaron varios siglos -hubo una restauración más en 1668- con esta actividad religiosa en la ermita hasta que, en la Guerra de la Independecia las tropas francesas destruyeron tanto la ermita como la imagen de la Virgen, que fue quemada.
Pocos años después -según unas fuentes en 1820 y según otras en 1823- la cofradía aportó 520 ducados para la reconstrucción del templo que, sumados a una aportación mayor del alcalde-corregidor D. Trinidad Ramírez, alcanzó la cifra necesaria para completar los trabajos.
De este modo, Martín Ramiro Lumbreras, obispo de Pachou y natural de Toledo, bendijo el templo reedificado el 30 de mayo de aquel año de 1823. La nueva imagen mariana fue costeada por el Marqués de Malpica, siendo tallada en su propio palacio situado en la Plaza de Santa Clara. Se reutilizó el antiguo niño Jesús para completar el conjunto escultórico pues, según la tradición, dicho resto de la primitiva talla fue encontrado milagrosamente por el maestro de coches del Conde de Trastámara (cuando se usaba el Salón Rico del Corral de Don Diego como cochera), apellidado López, en el camino que une la Ermita de la Guía con la Ermita o Venta de Santa Ana, escondido en unas retamas, al parecer ocultado por alguna persona que lo salvó de la destrucción francesa. Según la tradición, esta persona lo halló al traer la comida desde esa cercana venta, donde trabajaban y acopiaban material al comienzo de las obras de reconstrucción de la Ermita de la Guía.
Desde aquel año de 1823 se utilizó la ermita como lugar de retiro espiritual de miembros de diversos conventos toledanos cercanos (San Servando, la Sisla, las Nieves, San Pedro y San Félix...). También fue utilizada al parecer por ermitaños y como Beaterío de Penitencia, con usos marcados por el recogimiento y la más rigurosa austeridad.
El nombre de "Virgen de la Guía" parece tener su origen en un suceso que le aconteció al deán de la Catedral, Don Diego Fernández Machuca quien, acompañado del ya mencionado racionero Diego Rodríguez (el impulsor de la reedificación de 1598) protagonizó la siguiente historia: habían salido de cacería por una dehesa cercana (conocida como "La Legua Grande") cuando les sorprendió la noche y una fuerte tormenta. Asustados y perdidos entre el denso encinar, se encomendaron a la Virgen de la Natividad (con esa advocación era conocido el, por entonces, ruinoso templo), con la suerte de que Machuca fue a encontrar cobijo en un paraje en el que decidió construir una ermita dedicada a Santa Ana en agradecimiento (la citada Ermita o Venta de Santa Ana). Por su parte, el racionero Rodríguez llegó a la Ermita de la Natividad guiado por una corneja que portaba en su pico una potente luz. En agradecimiento, reconstruyó y renombró el templo como el de la Virgen de la Guía, en alusión al pájaro que le había guiado hasta el lugar para salvarle de la tempestad. Este racionero está enterrado en la ermita bajo el altar mayor.
Se levanta la ermita en un terreno escarpado, muy cerca del arroyo de la Rosa. Junto a ella pasaba el antiguo camino romano que comunicaba nuestra ciudad con Oretum. La propiedad de la misma corresponde a la parroquia de San Justo, lo que ha permitido mantener el culto tanto cuando se vendieron los terrenos municipales colindantes en 1855 como, ya en el siglo XX, cuando quedó rodeada por terrenos militares.
En la Guerra Civil fue destruida parcialmente la imagen de la Virgen (al parecer quemaron el armazón y las manos, no así la cabeza, según apunta el historiador Emilio Vaquero) , pues el lugar quedó muy expuesto en la zona del Frente del Tajo, que registró combates hasta la primavera de 1939. Tras la guerra, todos los terrenos colindantes pasaron a la Academia de Infantería, quedando la ermita como un enclave un tanto aislado. En 1961, el presbítero Ignacio Gallego Peñalver tramitó para el Arzobispado ante el Ayuntamiento el permiso para construir un edificio de dos niveles, en el costado izquierdo del patio, junto a la vaguada del arroyo de la Rosa, destinado a «los guardas de la ermita», según el proyecto elaborado por el arquitecto José Gómez Luengo.
La imagen de la Virgen de la Guía fue escogida por el gremio de guías turísticos como su patrona y actualmente esta romería se celebra el día 12 de octubre con notable asistencia pues es muy querida en el barrio, por lo que en la edición de 2020 desearemos con todas nuestras fuerzas que pueda celebrarse: sería la mejor señal del regreso de la normalidad a nuestras vidas.
No abundan las imágenes antiguas de esta ermita, pero las pocas que hay son muy bellas:
Se conserva una fotografía de la imagen, antes de sufrir los reseñados daños en la Guerra Civil:
El estupendo libro que en 1996 le dedicó el historiador Emilio Vaquero Fernández-Prieto presenta fotos muy interesantes:
Este es el artículo publicado en 1928 por Felipe Rubio Piqueras en la Revista Toledo:
Para saber más:
- "El paraje de la ermita de La Guía y la Cruz del Siglo" por Rafael del Cerro Malagón.
Ver la Ermita de la Virgen de la Guía en Google Maps
Mapa de las fotos de Toledo Olvidado:
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