Para muchos autores, una de las peculiaridades de Toledo que más ha llamado su atención a lo largo de la historia ha sido su curioso mestizaje entre lo indudablemente castellano y un exotismo andalusí que por muchos fue incluso denominado como oriental. En una misma calle, dependiendo del recodo que se vislumbre, o de la época del año en que se recorra, puede uno sentirse a ratos en Burgos o en Damasco, en Cuenca o en Córdoba, en Valladolid o en Fez.
Es sin duda una mezcla de muchos factores la que hace que Toledo sea así de especial: desde su compleja topografía, hasta su pasado plagado de diferentes culturas que le imprimieron cada una su estilo, pasando por un clima con extremos muy diferenciados entre el verano y el invierno.
Del Toledo más oriental y andalusí destaca un elemento urbano sobre el resto: el Patio Toledano. Pero hasta este refugio de frescor en nuestros cálidos veranos presenta en Toledo peculiaridades e hibridaciones interesantísimas. Es imposible hablar de un patio toledano típico en términos absolutos, pues la tipología y variedad de patios en la ciudad es extensísima: los hay, en efecto, de clara influencia islámica, pero coexisten -a veces incluso en un mismo patio- con los mudéjares, renacentistas, barrocos, historicistas o modernistas.
Les une a todos ellos su espíritu: lugares de convivencia vecinal y familiar, oasis de frescor que consiguen bajar hasta 3 y 4 grados la temperatura con respecto a la calle, espacios destinados a iluminar y distribuir las diferentes estancias de las viviendas y a menudo lugar de almacenamiento del agua de lluvia y subterránea mediante ingeniosos juegos de tejados que vierten en profundos aljibes.
Su esmerado cuidado, tradicionalmente en manos femeninas, era -y es- algo parecido a una competición con el patio de la casa contigua. La variedad de especies vegetales que podemos contemplar en ellos no es desdeñable, pero de entre todas ellas destaca la planta del patio toledano por excelencia: la aspidistra -pilistra para casi todo el mundo- que con sus hojas de intenso color verde da una sobrada recompensa a los escasos cuidados que requiere.
No es de extrañar por tanto que los patios fueran inmortalizados por los primeros fotógrafos. Aquellos que fueran foráneos debieron sorprenderse a comprobar la amplitud de muchos de ellos, a menudo mucho mayor que la de la calle por la que se accedía, convirtiendo muchas casas que se presumían sombrías y estrechas en luminosas y espaciosas.
Esa sensación debió rondarle al galo Jean Laurent, tal vez el primero en fotografiar el patio de una vivienda toledana allá por 1860:
Pero fue un español de Mazarambroz, Casiano Alguacil, el que sin duda captó mejor el espíritu de los patios de vecindad toledanos en el siglo XIX. Son memorables sus fotografías de escenas cotidianas que reflejan una vida tranquila, probablemente a menudo algo tediosa, y por encima de todo, muy humilde. Coser, charlar, jugar, regar, lavar...eran actividades propias de los patios en aquel siglo XIX que a buen seguro era bien parecido a los siglos anteriores:
Ya a comienzos del siglo XX los patios toledanos fueron profusamente fotografiados, muchos de ellos para ilustrar postales del incipiente turismo que comenzaba a despertar en España:
Ese modo de vida tan cercano, humano y tradicional -con sus ventajas y sus inconvenientes- propio de los patios, se mantuvo hasta no hace demasiado. En los años 60 y 70 fue el genial John Fyfe quen tal vez captara el final de todo un modo de vida, antes de que el progreso cambiara nuestras vidas y palabras como televisión, aire acondicionado, bloque de pisos, videojuego, teléfono o internet acabaran casi por completo con aquella vida, a buen seguro peor que la nuestra en muchos aspectos, pero indudablemente auténtica:
Los patios toledanos han llamado la atención de fotógrafos de gran renombre. Un ejemplo es Inge Morath, que retrató este con otro habitual inquilino de los patios: el gato.
También mi abuelo Eduardo Butragueño Bueno supo captar esa plácida vida de las tardes en los patios, en este caso inmortalizando una partida de ajedrez de mi bisabuela con una amiga:
Me parecen muy representativos los artículos de comienzos de siglo sobre los patios toledanos publicados en la revista La Esfera. En 1919 fue publicado este de Andrés González Blanco:
Y en 1928 fue Santiago Camarasa quien escribió estas líneas:
Este es un artículo de S. Fernández Contreras de 1928 publicado en la Revista Toledo:
Para finalizar, traigo un ejemplo reciente -a mi entender, lamentable- de cómo una restauración de un patio en un edificio protegido puede acabar con el mismo. En la calle Santa Úrsula, 11 se ha ubicado la sede del Colegio de Arquitectos de Castilla-La Mancha. En la misma se ha destruido el patio historicista que fue objeto de multitud de fotografías y postales en el siglo XIX y comienzos del XX:
Este era su estado antes de las obras:
Y así ha quedado tras la reforma:
No se trata de oponerse a que en el centro de Toledo puedan ejecutarse patios de estilos diferentes -siempre se hizo a lo largo de la historia-, sino de ser coherentes. La ley debe cumplirse siempre independientemente de si el promotor es un particular o una institución oficial. No me cabe ninguna duda de que si esa reforma la efectúa cualquier vecino para su vivienda la administración hubiera paralizado la obra, multado al dueño y retirado cualquier tipo de subvención. En el caso que nos ocupa, la obra fue inaugurada hace meses por las primeras autoridades locales y regionales, que elogiarion la obra efectuada.
Sin duda es una buena noticia que una institución decida instalar su sede en Toledo, pero no lo es tanto que la ley no sea igual para todos.
Bibliografía recomendada:
- El Patio Toledano, perduración y evolución, de Juan Meneses Revenga
Enlaces de interés:
- Fotografías panorámicas en 360º de más de 100 patios de Toledo por José María Moreno
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17 comentarios
Magnífica entrada y muy bien documentada , te felicito una vez más.
De varios patios me acuerdo de niño y adolescente, todavía en los años sesenta se podía ver a muchos vecinos en ellos, charlando, trabajando, subiendo agua del pozo, a los niños jugando... Estaban llenos de vida. Lamentablemente esto se ha perdido casi del todo, las formas de vida, los cambios sociales, la seguridad privada y otros muchos factores, han acabado con estas estampas para siempre.
Hace pocas semanas tuve la suerte de poder fotografiar en panorámicas casi un centenar de estos patios, ni la tercera parte de los que existen en Toledo, en su estado actual:
http://josemariamorenofotografo.net/?id_trip=32&pag=1&sec=pan360&subsec=ent
Aunque no siempre con acierto, justo es reconocer los esfuerzos de bastantes vecinos por conservarlos y restaurarlos a su estado primitivo con ayudas oficiales o sin ellas.
Junto con las terrazas y azoteas constituyen uno de los grandes tesoros de esta ciudad que deberíamos seguir manteniendo.
Eduardo, muchas gracias por esta bellísima aportación
¡¡¡¡Como deseaba que llegase septiembre!!!!
Magnifica entrada y magnificas las panorámicas de José María. Un abrazo a los dos
Enhorabuena de nuevo Eduardo y bienvenido. Los patios forman parte de ese "Toledo oculto" que tan sólo tienen la suerte de disfrutar unos pocos. Gracias a José María hemos podido "entrar" en algunos (y durante el Corpus), pero hay auténticos tesoros que muy pocas veces se abren al resto de mortales...
Un saludo desde http://www.leyendasdetoledo.com
¡Gracias a todos! Es un placer estar de vuelta. He añadido un enlace al final con las impresionantes fotografías de José María Moreno.
Son maravillosas.
Enhorabuena una vez mas por estas fotografías y por tu interesante narración. Me ha gustado mucho al igual que los artículos antiguos que has puesto. Se ve que en esos momentos ya se temía que la modernidad se cargara lo tradicional como en otros lados ocurría.
Desde luego lo que han hecho con el último patio no tiene nombre, yo hasta dudo que sea el mismo. Aunque sucedan cosas como esta también hay que aplaudir que en estos últimos años se han hecho muchísimas rehabilitaciones, y muchas de ellas, aunque no todas, han quedado muy bien.
Para quienes tuvimos la suerte –más que suerte, casi privilegio– de nacer en Toledo en una casa con patio, al recrearnos ahora en esta secuencia fotográfica que nos brinda esta entrega del blog Toledo Olvidado, tan extraordinariamente comentada y documentada como ya es norma habitual, no podríamos sustraernos a la cita poética de Antonio Machado, cuando al rememorar la primera edad de su vida la recordaba como “mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla…”. Los nuestros, algo más al norte que los del poeta andaluz, nuestros recuerdos todavía presentes en nuestra ya frágil memoria, lo son…¡ay, de un patio de Toledo!, que tampoco es poca cosa. Y los había –los hay todavía– de la más diversa especie, de las más distintas formas en su arquitectura y en su ornamentación, sin que ello nos permita, por tanto, poder hablar con estricta propiedad de “un patio toledano típico”. Tal vez lo típico sea que no hay un tipo, que no hay ninguno típico diríamos –ya nos lo advierte el autor del blog– y, sin embargo, por alguna misteriosa razón, son únicos e inconfundibles. Desde los señoriales y muy recoletos, casi claustrales, de mansiones unifamiliares de las calles de la Plata, Sillería o Alfileritos, en el Toledo más céntrico, hasta los más amplios y algo destartalados que son como anchurosas corralas, más bien patios de vecindario de distribución y acceso a las viviendas de las distintas plantas del inmueble, precedidos con frecuencia de un umbroso zaguán y que, con todo, también tienen elementos comunes con sus congéneres más distinguidos y elegantes. Muy en particular el aljibe, alguna filigrana de estuquería arabesca, quizá algo de rejería, y…poco más. De todo ello encontramos excelente descripción en la obra de nuestro buen amigo don Juan Meneses, “El Patio Toledano, perduración y evolución”, que tanto ha hecho por el conocimiento y divulgación de esta geografía íntima de la ciudad, y que en alguna ocasión, tal vez con un punto de exageración hiperbólica, he calificado como “los cigarrales interiores”.
Dejo para un comentario siguiente una vivencia más personal.
Quizá una síntesis bastante ecléctica de aquellos dos tipos de apariencia formal tan extremadamente distinta sea el de la casa en que yo vine al mundo, en la calle de Sixto Ramón Parro, –unas veces era el número 9 y otras el número 11–, la misma en que el autor del “Toledo en la mano” escribiera tan magnífica obra que, con el paso del tiempo, le hiciera pronto acreedor, con toda justicia, a ser el titular de la calle con placa cerámica de dedicatoria, obra del ceramista toledano señor Pedraza. Mi infancia son algunos recuerdos del patio de esa casa, y de uno tan particular que no quiero, ahora que tengo ocasión, dejar de mencionarle: había en el patio, en el lateral de una de sus galerías porticadas, un sótano, permanentemente cerrado con una trampilla de madera, que a mí siempre me pareció que debía encerrar tan mágico secreto que, en mi imaginación infantil, se exaltaban y enardecían toda clase de ensoñaciones. En algún descuido del señor Santiago y de la señora Antonia, padre e hija, que eran los porteros de la casa y que ocupaban vivienda en el propio patio, con sigilo temeroso me atreví un día a levantar aquella trampilla y accedí al misterioso recinto. Mi más inolvidable descubrimiento fue toparme con unos considerables montones de libros apilados, todos iguales, cubiertos de polvo y con lamentable aspecto de olvido y abandono. Ni el polvo acumulado sobre sus tapas, ni la oscuridad del sótano, ni mis prisas por salir de allí cuanto antes sin ser descubierto en mi travesura, me permitieron poder leer lo que fueran título y autor de aquellos volúmenes, pero cada día tengo menos dudas de que debería tratarse de ejemplares no vendidos de la primera edición del “Toledo en la mano”, y que en aquel sótano esperaban, en paciente reposo, por pensar en la hipótesis más positiva, que el editor de la obra o tal vez el propio don Sixto los fueran redimiendo de su olvido, poco a poco, libro a libro, en entregas a librerías toledanas o a amistades personales.
Y finalmente, en esta aproximación al tema de “el patio toledano” quiero también subrayar la referencia que de esos dos tipos relativamente distintos, aunque no distantes, hace Benito Pérez Galdós en su “Ángel Guerra”. La magnífica secuencia fotográfica que nos ofrece Eduardo muestra, sin duda, varios ejemplares, con todas sus variantes particulares, de esos dos tipos. Conocedor y escudriñador como pocos de esas entretelas íntimas de la ciudad, Galdós y su héroe literario recalan en más de una ocasión en dos de esos patios –en muchos otros también– que, por exaltar la diferencia, podríamos decir que son los de dos casas toledanas cuyos propietarios son de condición social bien distinta. Una, en la Calle del Locum, es la ocupada por Teresa Pantoja, representante de “la rama pobre” de la familia toledana de Ángel, mientras que otra, la de don Suero, en la Calle de la Plata, es la vivienda “de la rama rica”. Los respectivos patios de ambas casas, su construcción, su atrezzo, quedan en consonancia con el status social de sus moradores. Queda en el extrarradio de cualquier tipología, ya en los estrictos límites de la pobreza más solemne el del caserón del clérigo beneficiado Mancebo, en el Plegadero, tío de la heroína Leré, si es que a eso se le pudiera llamar patio y no destartalado corralón.
A través de los patios, pues, nos hace Galdós casi una disección sociológica de la población de aquellos días toledanos de su Ángel Guerra. Sólo un maestro de la narrativa como era él podría hacerlo.
Grandes comentarios Ricardo, es un placer leerte, lástima que no te hubieras quedado con uno de esos libros.
Que buen trabajo! Esos patios me recuerdas las viejas casas caraqueñas (la ciudad de Caracas, capital de Venezuela). En Caracas todas han desaparecido y yo aún no he cumplido los 60. Mientras las veía volví a mi infancia.
Muchas gracias!
lamentable lo ocurrido con la casa de santa ursula 11, mas aun cuando existen estudios arqueológicos de la casa que demuestran la importancia que esta casa tenia.
En esta pagina encontramos un estudio arqueológico de la vivienda,
http://mcv.revues.org/2613
el que exista este estudio. hace aun mas lamentable su destrucción
La Casa Ochoa perteneció a mi bisabuela, mi madre y yo hemos visto las fotos y ella tiene recuerdos y mil historias que contar en esa casa. Vivió alli 12 años. Gracias.
Estoy horrorizado por lo que han hecho los arquitectos.
¿De verdad era necesario destruir ese patio?
Si los arquitectos no querían ese tipo de arquitectura, hubiera sido mejor que no se hubiesen mudado allí.
Si se hubiesen establecido en la vega, ni hubieran destruido patrimonio artístico toledano, ni hubieran pagado tanto por metro cuadrado.
Y, además, siempre podrían alquilar parte de su nueva sede para un Zara o un vendedor de coches, o un Carrefour, que es lo que me sugiere la arquitectura "posmoderna" que han realizado.
Desde luego, para esto no creo que sea necesario estudiar una carrera de 6 años más proyecto fin de carrera.
Basta saber dibujar una caja de zapatos (posmoderna).
Horrible lo del patio de la calle Santa Úrsula, horrible y lamentable.
"Estoy horrorizado por lo que han hecho los arquitectos"...
No se por qué tenemos la costumbre de elevar la categoría de nuestras críticas achacando a tooooodos lo que sólo ha hecho uno con la aprobación de otros pocos.
Pues sí, es un horror incalificable.
Y que lo haga un arquitecto en particular, ya es lamentable. Pero que sea precisamente en la propia sede del Colegio de Arquitectos... pues sí, lo eleva a la categoría de atentado inadmisible.
Es algo que se hace habitualmente (más de lo que nos gustaría), improvisar e innovar en lugar de rehabilitar (que no significa cambiar el espíritu de la construcción)... Algunos arquitectos (más fassion decor que otra cosa), no comprenden su trabajo.
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