Durante el mandato del activo corregidor Gabriel Amando Salido, que comenzó en 1783 bajo el reinado de Carlos III, se realizaron en la ciudad notables mejoras que recogió la prensa de la época. Entre ellas se mencionaba en El Correo de Madrid o de los Ciegos en su edición del 10 de noviembre de 1786 que se había “plantado una alameda inmediata á la fuente de Cabreygo” (sic) y se había procedido “al empedrado de la salida del Puente de Alcántara en el camino de Aranjuez”.
Estas dos acciones fueron claramente complementarias, pues la fuente de Cabrahigos, como todos la conocemos, se sitúa en ese camino que se dirigía a Aranjuez proveniente del cercanísimo Puente de Alcántara. Esas alamedas a las que se refiere el escrito no eran otra cosa que plantaciones del conocido en muchas ciudades de Castilla como “álamo negro”, que es el olmo “negrillo”, nuestro querido olmo autóctono o ibérico (Ulmus minor Mill.) y no debe confundirse con la otra especie también comúnmente denominada como álamo o más comúnmente chopo (Populus sp.).
El reinado de Carlos III fue, ciertamente, una época de abundancia de plantaciones en España, especialmente en las ciudades importantes para la monarquía, como ha sido recogido en multitud de fuentes históricas de su época y los años inmediatamente posteriores:
“Taláronse los campos para edificar regios alcázares, desapareció la humedad que atraían las frondosas copas de los tronchados árboles. Los rayos del sol abrasador secaron la tierra, y gracias á la ilustración del gobierno de Carlos III, no fue completa la ruina, porque afortunádamente se remediaron en parte estas desgracias, plantando dos millones de árboles.”
(Wenceslao Ayguals de Izco en María, la hija de un jornalero, 1845)
En efecto, el espacio comprendido entre el Puente de Alcántara y la Fuente de Cabrahigos, en el comienzo del denominado Paseo de la Rosa fue poblado por olmos negrillos que pronto demostraron su idoneidad para el fin previsto: sombreo y ornato con pocas necesidades de mantenimiento y adaptación al clima castellano. En una época en la que los sistemas de riego eran precarios y en una región climática como la nuestra, estas bazas eran realmente importantes a la hora de escoger las especies a plantar, sin olvidar el carácter de árbol emblemático, casi sagrado, que poseía el olmo desde tiempo inmemorial, presente en espacios muy destacados de pueblos y ciudades, sirviendo su sombra como lugar de reunión de vecinos, que en muchos casos eran encuentros (“ajuntamientos”) precursores de los ayuntamientos oficiales establecidos más tarde.
Era también una especie valorada por su vigor y fortaleza, con pocas enfermedades y plagas que mermasen sus capacidades de manera significativa. Por desgracia, este factor estaba cerca de su fin, pero lo veremos más adelante.
Aquellos jóvenes ejemplares vieron cómo el tiempo pasaba y cómo el mundo asistía a profundos cambios: primero la Revolución Francesa, poco después la llegada de Napoleón con sus consecuencias en España, más adelante las sucesivas guerras carlistas que jalonaron todo el siglo XIX y tras ello el siglo XX, marcado profundamente por la Guerra Civil y, 40 años después, la instauración de una democracia que dura hasta nuestros días. Todo ello lo han vivido esa decena de impresionantes olmos que Toledo tiene la doble suerte de disfrutar. Y digo doble porque resistieron no solo a todos los avatares históricos, sino porque han sobrevivido también a la devastadora enfermedad de la grafiosis, que desde mediados del siglo XX acabó con buena parte de los olmos autóctonos. Este grupo de ejemplares nos habla de resiliencia, de adaptación a circunstancias tanto climáticas como humanas, y en definitiva, de esperanza por un futuro mejor.
Siempre que paso a su lado intento valorar y disfrutar su presencia y su sombra, consciente de de que nada, ni siquiera ellos, son eternos. No sabemos si son resistentes a la grafiosis, tal vez solo el azar haya hecho que aún no estén enfermos, como acaba de sucederle a otro viejo compañero en el Parque de Buenavista, que morirá pronto. Por ello es muy importante que surjan proyectos como el de la Fundación Soliss que acaba de finalizar con la plantación de 100 ejemplares resistentes en toda la región, procedentes de una excelente tarea científica del ministerio.
En el caso de estos viejos ejemplares, también sería muy deseable por parte del ayuntamiento su inclusión en un catálogo oficial municipal de árboles singulares, que debería venir acompañado de un plan de educación ambiental que haga que la ciudadanía los conozca, los valore y los proteja.
Nota final: este artículo fue publicado en papel en el número 2 de la revista Castilla-La Mancha Ecológica editada en julio de 2019.
Existe una placa en el lugar, junto a la Fuente Nueva, que describe estas obras con una frase que me parece digna de ser destacada: "Se formó y hermoseó el próximo delicioso paseo de árboles, para la mayor comodidad y recreo del público, para ilustre ornamento de la Patria, para Monumento Perpetuo del Buen Gusto".
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5 comentarios
Una de las variedades genéticamente modificadas contra la grafiosis que ha conseguido el proyecto europeo Olmos Life se llama Toledo.
Enhorabuena por la plantación de esos cien ejemplares en la ciudad. A ver si se pueden aumentar y recuperar las olmedas. En la vecina Aranjuez se han plantado más de 6.000 en los dos últimos años.
Me encataria conocer Toledo.vivo en La Coruña
Pues podríamos seguir el ejemplo de Aranjuez
Excelente artículo Eduardo. Siempre me han llamado mucho la atención estos Olmos a mi paso por el paseo de la rosa.
Una duda, ¿los árboles que había antiguamente en la Plaza de Zocodover también eran Olmos? ¿Eran de esta misma época?
Los árboles que había en Zocodover no eran iguales, ni mucho menos. Eran olmos, pero de la variedad "pumila", una subespecie originaria de Siberia. Esos fueron plantados en 1961 y se caracterizan por ser una especie poco noble, de madera quebradiza, tendente a un crecimiento rápido pero muy desequilibrado, con multitud de ramas que envejecen pronto y se secan dejando un aspecto desgarbado que suele compensarse en las ciudades con unas podas frecuentes de rejuvenecimiento, que acrecientan su carácter quebradizo y que provocan pudriciones y resquebrajamientos porque su madera no compartimenta bien. Además es una especie no demasiado longeva (es raro que pase de 100-150 años).
Por contra, el olmo autóctono que hoy nos ocupa en este artículo es muy diferente: es noble, de crecimiento armonioso, no suele requerir podas, no es tan quebradizo ni mucho menos y es mucho más longevo (más de 500 años sin problemas).
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