Salvador Ramón Azpiazu Imbert nació en Vitoria el 9 de agosto 1867 y falleció en Madrid el 5 de enero 1927. Fue un notable dibujante, ilustrador e ingeniero. De familia con inquietudes culturales, era nieto del escultor Carlos Imbert.
Trasladó su residencia siendo muy joven a Barcelona y posteriormente se asentó en Madrid. Más tarde marchó a París donde colaboró como dibujante gráfico en 1894 y 1895 en la célebre revista L´Univers Illustré con dibujos de la actualidad española.
Al mismo tiempo, Azpiazu Imbert enviaba ilustraciones sobre sucesos y escenas de París que publicaban revistas españolas como por ejemplo La Ilustración Artística y La Esquella de la Torratxa.
Salvador Azpiazu Imbert compaginó su labor de dibujante con la de ingeniero agrónomo, siendo en 1901 oficial quinto del servicio agronómico estatal y posteriormente ayudante mayor. Entre otros interesantes trabajos, fue el encargado de erradicar la filoxera en varios campos de viñedos de Tarragona.
En su vida personal fue un viajero incansable, recorriendo toda España y buena parte de Europa, como Francia e Italia. Su sensibilidad le llevaba a familiarizarse con los diferentes paisajes y costumbres de las regiones que visitaba, plasmando sobre el lugar acertadas visiones del natural. Siempre llevaba consigo cuadernos de dibujo donde dibujaba con el lápiz y a veces con la acuarela las estampas que más llamaban su atención.
Predominaban en sus trabajos las representaciones arquitectónicas, como iglesias, conventos, castillos, rincones de grandes urbes y de pequeñas aldeas. Según explica Santiago Arcediano en el artículo de la Fundación Euskomendia a él dedicado, "su maestría y su virtuosismo como dibujante, su fina sensibilidad observadora, no se agotaban únicamente en las recreaciones de monumentos, sino que sabía además profundizar en la idiosincrasia de los moradores que habitaban estos escenarios. Así, las gentes de diferente extracción social, desde los personajes de la alta sociedad hasta los lugareños más humildes y anónimos, enriquecían su amplio repertorio visual."
Uno de sus últimos trabajos fue el ambicioso proyecto de ilustrar con 121 de sus mejores dibujos el libro La bendita tierra de sus amigos los escritores hermanos Álvarez Quintero. La obra finalmente tuvo un carácter de homenaje póstumo, pues fue publicada en Barcelona muy poco después de la muerte de Azpiazu.
Salvador Azpiazu visitó Toledo hacia 1900 y tomó una decena de interesantes fotografías -que tal vez usó para luego hacer dibujos- conservadas hoy en el Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz, institución a quien hay que agradecer su difusión. Se trata de valiosas imágenes por su antigüedad, no exentas de calidad artística.
Las más destacables son las que muestran el paso de la procesión del Corpus por la Plaza de San Vicente. Se trata probablemente de las fotografías más antiguas conocidas de nuestra fiesta mayor -anteriores en unos años a las de Santiago Relanzón y las de Pedro Román-. Sorprende ver no solo los atuendos de época del público, sino también el aspecto de la Iglesia de San Vicente, con una vivienda adosada a ella y con una curiosa cruz tumularia en el piso superior:
Azpiazu tomó algunas bellas vistas de la torre de la Catedral, desde la Calle Ancha o desde Santa Isabel, por ejemplo:
Es bellísima esta vista desde la calle del Ave María:
Aquí vemos el callejón de Santa Isabel:
Y por último aquí tenemos una vista de la Posada de la Hermandad:
Agradeciendo a Manuel Gómez haberme puesto sobre la pista de estas fotos y al Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz por su labor recuperadora y divulgadora de este legado, me despido esperando que esta serie de fotos os haya gustado tanto como a mi.
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2 comentarios
Muchas gracias, Eduardo. La gente con sus mejores galas... ¡qué buenos los contrastes de los vestidos de la época!
¿Qué estaría sucediendo o estaría a punto de suceder en esa calle de Santa Isabel, de remembranzas tan galdosianas, y tan solitaria en las dos fotos del reportaje, para que un cierto número de sus balcones de la acera más sombreada aparecieran ocupados por sus vecinos, curiosos, como expectantes de algo? ¿El paso inmediato de una procesión? ¿La llegada de algún personaje célebre a las cercanas Casas Consistoriales? ¿Algún regreso inesperado de don Benito Pérez Galdós a aquella calle, y a aquel lugar, que tanto frecuentara, acompañado de su Ángel Guerra, no hacía tantos años?, o simplemente, ¿la presencia insólita de un fotógrafo foráneo que pretendía captar con su cámara la belleza de ese encuadre de la torre de la Catedral entre las cornisas de la calle?
Una vez más, la contemplación en detalle de algunas fotos de Toledo Olvidado nos deja abiertas las puertas a las más insospechadas conjeturas o, sencillamente, a cualquier fantasía de la imaginación.
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