En entradas anteriores ya cité a la casa francesa Léon & Lévy como la firma por la que fueron conocidos en París los fotógrafos Moisé Léon y Jules Georges Lévy, establecidos en la década de 1860 en la capital de Francia. A partir de 1873 fueron los hijos de Lévy —Lucien, Jules y Ernest— quienes se hicieron cargo de la empresa, que pasó a llamarse Lévy & Cie, aunque mantuvieron la marca comercial L. L.
Hoy tengo el inmenso placer de ofreceros las imágenes tomadas en Toledo hacia 1880 por alguno de los hijos de Lévy —probablemente Lucien— y que suponen uno de los repasos fotográficos más amplios del Toledo del siglo XIX.
Se trata de una extensa y maravillosa colección propiedad de la agencia Roger-Viollet cuyos derechos en España pertenecen a Cordon Press, a quienes debo agradecer la cesión de esta increíble serie que, dada su extensión, os ofrezco con los mínimos comentarios por mi parte. Tan sólo indicar que es probable que no se trate de la colección completa (hay otras fotos atribuidas a esta casa en Toledo) y cuya posible datación oscila entre 1875 y 1885, probablemente tomadas en varias visitas a la ciudad.
Como no puede ser de otra forma, comencemos viendo cómo era hacia 1880 el corazón de la ciudad -que como buen corazón no está en el centro, sino en un costado- que no es otro que la Plaza de Zocodover:
Como quiera que la finalidad de este reportaje era lucrativa -se usaron las fotos durante décadas en postales y publicaciones-, las localizaciones más turísticas se fotografiaron con profusión. De este modo tenemos uno de los reportajes más extensos del XIX de la Catedral, comparable a los de Alguacil o Laurent:
Se trata de algunas de las primeras fotografías de los frescos de la sacristía:
El repaso a los frescos del claustro de Bayeu y Maella es impresionante:
Otra joya que fue fotografiada casi por los cuatro costados fue el Monasterio de San Juan de los Reyes:
En este monasterio se encontraba el museo provincial, que como vemos tenía las obras dispuestas de un modo bastante anárquico:
El Tajo, con sus vistas, sus puentes medievales y construcciones anejas fue uno de los motivos más fotografiados por Lévy:
En concreto esta fotografía presenta la curiosidad de haber sido en varias ocasiones atribuida a Casiano Alguacil (¿trabajaría Alguacil para Lévy?, ¿irían juntos a hacer las fotografías?, ¿compró Alguacil algunas fotos a Lévy?):
La colección cuenta con algunas vistas panorámicas sencillamente sensacionales. Están tomadas tanto desde torres interiores (la de la Catedral, la de San Ildefonso y probablemente la de San Andrés) como desde el Valle o San Servando:
Aquí tenemos la Puerta Vieja de Bisagra aún tapiada:
Esta es la moderna Puerta de Bisagra:
La Mezquita del Cristo de la Luz 20 años antes de ser descubierta su fachada con la inscripción fundacional y albergando aún en su altar a la Virgen de la Luz:
El Ayuntamiento:
El Palacio del Rey Don Pedro:
Al lado, el Palacio de Inés de Ayala junto al Convento de Santa Isabel:
El convento de San Antonio y la calle de Santo Tomé:
El Castillo de San Servando:
La Iglesia de Santiago del Arrabal:
La Casa de Mesa:
El Convento de San Clemente (ya sabéis que esta foto en alta resolución me sirvió para demostrar que el grafito de Bécquer era original):
El Alcázar, pocos años antes de ser destruido por el incendio de 1887:
El Convento de San Pedro Mártir:
El Hospital de Santa Cruz:
El sepulcro del Cardenal Tavera:
Esta es la Puerta del Sol:
Lévy fotografió las joyas del Convento de San Juan de la Penitencia -penosamente destruidas al ser quemado el edificio al inicio de la Guerra Civil- como la reja del maestro Juan Francés o el sepulcro de Fray Francisco Ruiz:
La Iglesia de San Andrés:
La Sinagoga de Santa María la Blanca:
Con el deseo de que este empacho de fotos del Toledo del siglo XIX os haya gustado tanto como a mí, sólo me queda reiterar mi agradecimiento a Cordon Press la cesión de estas imágenes y recordar que aquellos que quieran adquirirlas en alta resolución pueden hacerlo en su web.
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8 comentarios
Gracias Eduardo una vez por estas maravillas que nos ofreces. De empacho nada de nada, al menos por mi parte. Estaré expectante para lo que venga a continuación.
De nuevo gran entrada Eduardo. Pero una lástima este viaje de los fotógrafos de L&L a Toledo. Si algo caracteriza las imágenes españolas de esta casa y este viaje son los animadas que están: gente por las calles, oficios, semovientes, mercados, puertos, actividad industrial, etc. Aunque hay alguna de estas en las que nos muestras, ojalá el resto de las que no sean de este tipo. Saludos.
Hago algún comentario a esta sensacional secuencia de Leon/Levy que, en una recuperación más de extraordinario valor, nos brinda hoy Toledo Olvidado. Me refiero, en principio, a alguna de las fotos en la que los árboles tienen alguna presencia especial.
Citaría en primer lugar a nuestro ya viejo conocido y amigo el ciprés de la Casa del Deán –posterior sede de la Audiencia Provincial–, y que ya nos ha “visitado” en entregas anteriores. En esta ocasión cabría destacar la nitidez y precisión con las que se nos permite determinar su exacto emplazamiento en el patio del histórico inmueble, y por otra parte, el elemento de referencia comparativa de su porte y de su talla con las modestas acacias de bola de la vecina Plaza del Ayuntamiento, lo que explica que Reyes Prósper le incluyera en su lista de “colosos vegetales” como singular “descubrimiento” de “Los viejos árboles de la vetusta Toledo”.
En segundo lugar quiero anotar, sobre la foto de la puerta del Sol, y junto a los arrieros que –mula de repuesto incluida–, ascienden con su carro por la Cuesta de las Armas, la “reciente” plantación, (y entrecomillo reciente porque parecen recién extraídos del plantel más joven de cualquier vivero forestal), de unos arbolillos, de presencia tan insignificante que apenas resaltan en la foto. Pues bien, sin duda deben ser los mismos que, en otra foto de la Puerta del Sol, con casi idéntico enfoque, y que se nos ofrecía en la entrada anterior del blog, (la del estupendo trabajo del catalán Albert Oliveras), nos aparecen ya como ejemplares bien adultos y frondosos. Medio siglo separan ambas fotografías. Como reflexión de amante de los árboles, medio siglo –más el tiempo añadido hasta que se decretara su inexorable e impía tala– de infamias arboricidas en nuestra ciudad.
Sobre la infinidad de fotografías que, de distintos autores y épocas, Toledo Olvidado ya nos ha mostrado sobre plazas y calles toledanas con presencia de árboles, sería cosa de ver, y hasta de analizar en un estudio monográfico de indudable interés, la evolución –plantaciones, replantaciones, intentos fallidos, talas absurdas– que ha determinado con frecuencia el cambio de fisonomía arbórea, y hasta de la percepción del conjunto del enclave o monumento, de parajes urbanos a los que adornaban o sombreaban tan característicos como las plazas de Zocodover, Mayor, Juan de Mariana, del Ayuntamiento o del Conde de Fuensalida, la subida de Santiago del Arrabal, el entorno de San Juan de los Reyes y tantos otros lugares en los que un tímido intento “forestador” de la “peñascosa pesadumbre” cervantina, por unas u otras razones tuvo vida efímera o, simplemente, terminó en un frustrado fracaso.
La fotografía de la Calle de Santiago del Arrabal, ocupada en toda su anchura por cinco borricos, precedidos de un caporal no tiene desperdicio. Con carga de imposible determinación –¿cereal de La Sagra para alguna tahona o, tal vez carbón de los montes para el inmediato invierno?–, alineados entre las acacias, quizá también recién plantadas a ambos lados de la vía, esa especie de reproducción por parte de los sufridos jumentos de nuestro juego infantil de “a tapar la calle que no pase nadie” es sencillamente inefable.
Anotado queda, pues, una vez más que a los gobernantes toledanos, al menos a los que rigieron la ciudad en aquellos años en los que de su obra empezó a quedar testimonio fotográfico, no les resultó ajena la preocupación de dotar a Toledo de cubierta arbolada en sus calles y plazas. Afortunadamente, de aquel empeño entusiasta de algunos todavía perviven sus más longevos testigos en los principales jardines y parques del entorno más inmediato de nuestra ciudad.
Dejo para el comentario posterior mi modesta implicación personal en ese empeño entusiasta al que antes me refería.
Quizá imbuido por esa ejemplar herencia que antes comentaba se me ocurrió presentar en el Ayuntamiento, en mi breve y azarosa etapa de concejal toledano, una propuesta cuyo título era “Moción sobre repoblación forestal del Término Municipal de Toledo”. ¡Ahí es nada! ¡Y…que no iba de ambicioso el muchacho! Más que una Moción en el estricto sentido político del término era casi la Memoria de un proyecto regeneracionista, optimista y bienintencionado, de cuya exposición en la sesión plenaria de la Corporación del día 20 de marzo de 1991 dejé resumida referencia entre las páginas 180 a 182 en “De árboles en Toledo”. Del “éxito” de esta iniciativa, mucho más cívica que política, quedaba testimonio en esas páginas cuando afirmaba en ellas que la Moción “alcanzó tal grado de unanimidad que fue aprobada incluso por los componentes de mi propio grupo”. Que entre ellos se encontrara el actual alcalde de Toledo y que la intención de mi ácida ironía anterior pudieran ser elementos significativos y elocuentes de una aproximación a mi biografía política –y también a otras– son cosas que, por supuesto, no vienen al caso ni, a estas alturas, revisten ya demasiada importancia. Mucho menos, cuando de tan singular iniciativa arborícola guardo, como imborrable recuerdo de gratitud, el comentario laudatorio que me dedicó al día siguiente, en las páginas toledanas de ABC, en recuadro especial, nuestro querido don Luis Moreno Nieto.
Cuando sobre la vida de las personas pasan tantos años como han pasado sobre algunos árboles que, a pesar de todo sobreviven, lo único que se valora y que tiene importancia, como sucede con ellos, es que cada año, al llegar los días suaves de la primavera, todavía tengan la leve fuerza de ofrecernos sus brotes nuevos y, llegado el implacable rigor del estío, regalarnos con su sombra. ¿Se me disculpará esta emotiva metáfora si digo que, frente al olvido e ignorancia de aquella iniciativa mía, algo así ha sido lo que he sentido al repasar ahora, en esta nueva secuencia de Toledo Olvidado, el breve comentario periodístico de don Luis?
De nuevo Don Ricardo tenemos que agradecerle su excelsa manera de escribir al retratar vivencias e impresiones de nuestra amada Toledo. A veces se plantan más árboles con la pluma que con la azada, y usted ha plantado muchos de los árboles que hoy vemos en la ciudad gracias al cariño que siente por ellos y su divulgación. Su manera de escribir es capaz de mover conciencias. Ojala algún día su moción de repoblación del término municipal se haga realidad.
Gracias.
Vaya por delante, amigo Carlos, mi cordial agradecimiento por tus palabras. Suponen tanto estímulo y ánimo que no pueden suscitar sino una inmensa gratitud.
Y ahora ya, al margen de comentarios sobre la presencia de árboles en esta última entrega de Toledo Olvidado, quiero también dejar constancia de la impresión que me ha causado el casi exhaustivo recorrido de la cámara sobre las interioridades más recónditas de la Catedral en aquella determinada época. No he podido evitar el pensamiento de que habrían sido, sin duda, estas “intromisiones” en las entretelas más íntimas del primado templo, en su silenciosa soledad, hasta en sus más minúsculos detalles, –la Sala Capitular, el Ochavo, el Claustro y sus frescos murales, las capillas de la girola, el Altar Mayor y sus espléndidos retablo y rejería, la sillería del Coro– las que impresionaran en aquel mismo tiempo de sus visitas de propósito literario –casi el mismo del reportaje fotográfico– a Vicente Blasco Ibáñez y a Benito Pérez Galdós para dar vida a sus personajes de vivencia más toledana: uno, Gabriel Luna, que pierde la fe encontrada, y otro, Ángel Guerra, que encuentra le fe perdida.
Y ya, aunque nunca lejos del todo, algo separados de los árboles, y también de las interioridades catedralicias, y para dejar ahora testimonio de cómo el arte fotográfico de aquellos años nos ha servido –nos sirve– para reparar, por simple comparación, en la evolución y en los cambios de algunos elementos de la iconografía más aparente de la ciudad que hasta nos habrían podido pasar inadvertidos, he detenido mi atención en sendas fotografías del mismo lugar que se nos han ofrecido en las dos últimas entregas. Me he detenido en ellas por su muy reciente publicación en el blog, aunque podríamos haber elegido otras de entregas anteriores. Me estoy refiriendo a las escalerillas del Miradero, aparentes sólo en su primer tramo de construcción, el que llegaba hasta el El Carmen y Santa Fe, (reportaje de Leon et Levy, 1875-1880), y ya definitivamente terminadas hasta su llegada al propio Paseo del Miradero, (reportaje de Albert Oliveras, 1927).
De hecho, en un comentario al blog, en su entrada del 30 de marzo de 2010, al detenerme en este mismo lugar fotografiado por el francés Petit, ya señalaba esta evolución de las escalerillas del Miradero. Por su extensión, y aunque se trate de una repetición, le voy a remitir al comentario siguiente, porque ya se verá al final que viene al caso en las fechas presentes.
Decía yo en aquella ocasión: “La foto de Petit, tan exactamente datada por Eduardo –entre el 24 y el 26 de septiembre de 1899–, nos permite ver las escalerillas sólo todavía en su tramo primero, el que daba acceso desde la Puerta de Alcántara al incipiente Paseo y Convento del Carmen Calzado. Es casi la misma perspectiva que unos años antes captara Casiano Alguacil, y que nos aparecía en otra foto de la anterior entrega del blog, de la Agencia Corbis. De ambas –a cual de las dos más preciosa– se deduce como evidente que un segundo tramo, todavía no construido, estuvo en función de la construcción del Paseo del Miradero. Este segundo tramo se ejecutó en la última década del XIX, siendo alcalde de Toledo don José Benegas. Esta extraordinaria documentación fotográfica que nos ofrece “Toledo Olvidado” está en perfecta consonancia cronológica con los planos de la ciudad más representativos, y así, en el de Francisco Coello y Maximiano Hijón, de 1858, aunque ya aparece una primera explanada del Miradero, con el nombre de “Paseo Nuevo del Miradero”, no figuran las escalerillas. No obstante, en el de don José Reinoso, de 1882, sin que la superficie del Paseo hubiera variado ni se hubiera producido aún su ampliación a costa de los antiguos palacios de Galiana, ya aparece el primer tramo de la escalinata. Sin embargo, ya aparecen en su totalidad, una vez producidas algunas ampliaciones del Paseo, en los planos de 1917 y 1924, de Rocafort y Dalmau, y de Miranda Podadera, respectivamente. Y, por supuesto, en el formidable plano de Rey Pastor, de 1926, Paseo y escalerillas aparecen ya casi con la misma configuración con que llegaron hasta nuestros días. Y digo “llegaron” con alguna intención, porque a partir de un cierto momento, sobre aquel “Mira” de nuestros años jóvenes, el del “Paseo de los mancos”, el de los “barquilleros”, el del cine de verano, el de las mañanas de invierno o el de nuestras vueltas a la puesta del sol en las tardes de verano con kioscos y horchaterías o con botijos de agua fresquita para las economías más deprimidas, (que eran casi todas), alguien se empeñó en hacer extrañas cirugías a cual más calamitosa. En la última, no obstante, si los toledanos nos convertimos en diminutos gnomos, tendremos la extraordinaria fortuna de pasearnos en un auténtico bosque de boj. Digamos que un “bojque”. No sé si me explico. Inmersos, eso sí, en un cautivador aroma a claustro monástico. Lo cual es tan de agradecer, que casi se perdona todo lo demás. Y es que este Miradero nuestro, como si algún brujo de Odelot le hubiera echado una maldición, va el pobre de desgracia en desgracia”.
Cierro aquí la cita de aquel comentario mío en el blog, para concluir en el siguiente mi repaso a los lamentables estropicios cometidos sobre El Miradero.
Hoy, en nuestras grises fechas de crisis, andan enzarzados, en una patética batalla entre “galgos y podencos”, sobre quien paga los platos rotos del futuro Palacio de Congresos, del que a estas alturas no sabemos que tendrá de palacio ni a quienes va a congregar, Sabemos, eso sí, que va a ser el responsable del último desaguisado cometido sobre el venerable y vulnerable Paseo del Miradero. ¡Y van ya tantos! Sobre esa manía casi obsesiva de las últimas vanguardias arquitectónicas de exhibir sus bodrios megalíticos, de estúpidas geometrías uniformes, con los horribles sepias de sus paramentos hormigonados, lisos y morondos, sin gracia alguna –aquí en Toledo empezaron con el horrísono muro de San Marcos–, cabría destacar en este “nuestro” futuro Palacio de Congresos, como muestra representativa, las horripilantes barandillas que “adornan” su entorno en la bajada de la calle Venancio González o Cuesta de las Armas. Semejantes “quitamiedos” –que más que quitar lo dan–, ramplones y vulgares hasta decir basta, no serían ni siquiera propios de cualquier tugurio hortera del peor de los suburbios, pero eso es lo que tiene el acompañar a engendros arquitectónicos como este, que cualquier cosa que desentone de la mediocridad vulgar del conjunto del invento, resulta que “no pega”. Cuando uno compara esta “obra de arte” de la rejería de vanguardia con las barandillas y rejas de algunas plazas y parques toledanos o del exterior y patios de algunos de sus edificios nobles –bien cerca hay unas sobre el pretil del impresionante farallón que cae sobre Los Desamparados–, no puede sentirse otra cosa que una mezcla de irritación y tristeza. ¡Cuántas de ellas salieron de la magistral mano artesanal del taller de don Julio Pascual que convirtió la rejería en orfebrería! ¡Si don Julio levantara la cabeza! Lo voy a decir con una crudeza que, sólo llevado ahora de indignación, nunca empleo en mis expresiones: a mí se me caería la cara de vergüenza arrimarme a esa barandilla el “inmediato” día de la tan ansiada y políticamente vapuleada fecha de inauguración, que todos querrán convertir en un fasto “cuelgamedallas”.
Desde luego, para presenciar tan lamentable reconversión del sufrido Miradero, una vez completada su superficie como Paseo tan querido y utilizado por los toledanos junto a lo que fuera sede natalicia de del Rey Sabio, no habría hecho falta que nadie se esforzase en completar su acceso al mismo desde la Puerta de Alcántara, prolongando en un segundo tramo el primero de las “históricas” escalerillas.
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