Decir que Toledo ha sido un imán de magnetismo infinito para artistas y genios a lo largo de la historia no es decir nada nuevo. Decir que nunca se terminará de descubrir todas las maravillosas historias aquí sucedidas tampoco es algo novedoso.
Sin embargo, cada vez que me topo con una nueva curiosidad ocurrida aquí no puedo dejar de sentir cómo se me pone la piel de gallina, y vuelvo a ser consciente del privilegio que es vivir en esta ciudad, testigo de estas increíbles vivencias.
Fue Víctor Sánchez Infantes quien me puso sobre la pista de una relación fascinante: la amistad surgida en Toledo entre dos de los mejores escritores en habla inglesa del siglo XX. Se trata de Laurie Lee y Roy Campbell.
Laurie Lee (Stroud, Gloucestershire, Inglaterra - 1914) fue un célebre escritor, poeta y guionista inglés, mundialmente conocido por su trilogía compuesta por "Cider with Rosie" (1959), "As I Walked Out One Midsummer Morning" (1969) y "A Moment of War" (1991), que superó los 6 millones de libros vendidos. Con 21 años, en el verano de 1935 decidió viajar a España tan sólo porque "una chica de Buenos Aires en Slad -Sophia Rogers era su nombre- me había dicho unas pocas palabras en español". Viajando por nuestro país se mantenía con lo que le pagaban tocando el violín en los bares y restaurantes. Viajó por España casi siempre a pie, comenzando en Vigo el mes de julio de aquel año. Ya en agosto se encontraba en Toledo, empleado como violinista amenizando las veladas de las terrazas de la Plaza de Zocodover -entre ellas la del Café Español- y fue allí donde conoció a Roy Campbell, que por entonces vivía en Toledo. Al darse cuenta de que era inglés, Campbell le invitó a su mesa. Así narra el encuentro el propio Lee:
"Me ofreció una mano fuerte pero temblorosa. 'Roy Campbell' -me dijo-, 'poeta sudafricano, eh... razonablemente famoso en su país".
Se sentó a la mesa y terminó quedándose una semana a vivir con ellos. Con toda probabilidad fue la tarde del 31 de julio de 1935. Los Campbell vivían en una casa que, según Lee, Campbell describió como situada "en una calle apretada cerca de los muros de la Catedral". Se trataba de la Calle Cardenal Cisneros.
Roy Campbell (Durban, Sudáfrica – 1901) fue un poeta, escritor satírico, traductor e hispanista sudafricano. Para bastantes críticos literarios se trata de uno de los mejores autores del periodo de entreguerras. Sus comienzos como domador de caballos o pescador, pasando por su dominio del idioma zulú, dieron paso al inicio de su carrera literaria publicando su primer libro de poemas con sólo 22 años. En los felices años 20 británicos -se había mudado a Oxford y luego a Londres- accedió al celebérrimo Círculo de Bloomsbury de Virginia Woolf. Sin embargo, pronto estuvo en desacuerdo con el enfoque general de este grupo. Allí conoció a su esposa Mary Garman, con quien vivió una vida intensa y extravagante -con un affaire lésbico de Mary con la amante de Virginia Woolf incluido-. Desde joven su principal defecto era su tendencia a beber demasiado, lo que le ocasionó no pocos problemas en su vida.
El encuentro entre Laurie Lee, Roy Campbell y su mujer Mary Garman en Toledo aquella noche del 31 de julio al 1 de agosto de 1935 coincidió con la celebración del santo de Campbell (era la festividad de San Ignacio de Loyola y Roy había adoptado el nombre de Ignacio en su conversión en Altea el 24 de junio), que lo celebró junto a Lee bebiendo generosamente y en un ambiente de complicidad desde el primer momento. Según Lee, Campbell pasaba las horas del día durmiendo para comenzar su actividad al caer la noche. Debió ser una semana muy enriquecedora intelectualmente para ambos. Lee siempre habló con admiración del que denominaba el poeta.
El último día lo pasaron -para variar- bebiendo y en su despedida Campbell acompañó a Lee cruzando juntos el Puente de Alcántara camino seguramente de la estación de tren. Lee prosiguió su periplo español hacia Andalucía y los Campbell se quedaron en Toledo hasta que estalló la Guerra Civil.
Campbell había sufrido en España una profunda conversión religiosa abrazando el catolicismo. "España salvó mi alma", dijo en más de una ocasión. Se bautizó en su estancia en Altea a comienzos de 1935 y una vez en Toledo entabló gran amistad con los frailes del Convento de los Carmelitas. Vivía en la ciudad con su esposa y con sus hijas Anna y Tess.
Ya en marzo de 1936, los Campbell acogieron a varios religiosos que eran perseguidos por ciertos círculos radicales anticlericales. En una ceremonia secreta y privada recibió la confirmación por el mismísimo Cardenal Isidro Gomá. La situación en la ciudad se complicaba por momentos y los carmelitas temiendo lo peor le encomendaron el día 21 de julio -tres días después de comenzar la guerra- la custodia de los manuscritos originales de San Juan de la Cruz, que guardaron de madrugada en casa del sudafricano en una caja de madera. Esta casa en la que vivían desde aproximadamente el otoño de 1935 se situaba en la calle Airosas nº 13 -probablemente el actual Hostal del Cardenal-, cerca por tanto del convento. Al día siguiente, los milicianos entraron en el convento carmelita, capturaron a los 16 frailes que allí estaban y les fusilaron en un callejón cercano. Campbell fue quien descubrió sus cuerpos tendidos en el suelo, junto con los de otros religiosos asesinados. La biblioteca del convento fue quemada poco después, pero por suerte los manuscritos ya estaban en casa de Campbell.
La casa de los Campbell fue registrada por milicianos, pero por fortuna no hicieron una búsqueda minuciosa y llegaron a posar sus rifles sobre la caja de madera que contenía el tesoro carmelita sin abrirla. Tras varias peripecias, Campbell y su familia pudieron abandonar la ciudad en dirección a Madrid y luego al consulado británico de Valencia, desde donde partieron hacia el Reino Unido.
Durante la guerra el poeta se unió al bando nacional dando apoyo explícito a Franco. Son varios los autores que piensan que este hecho, así como sus problemas con los círculos intelectuales más poderosos y su carácter iconoclasta literariamente hablando, provocó una merma en el reconocimiento a su obra por parte de los escritores europeos que en su mayoría entonces eran cercanos a la izquierda.
Tras la guerra volvió a Toledo en 1941 supuestamente como periodista, aunque en realidad lo hizo como agente secreto británico, si bien no duró ni un día pues la noche que supo que iba a ser espía en España bebió tanto que se lo dijo a todos los presentes. Así lo recoge Jimmy Burns Marañón en su libro "Papá espía".
Al menos le dio tiempo a comprobar que las cajas de madera con los manuscritos de San Juan de la Cruz estaban intactas en su sitio. Los tradujo al inglés, logrando la que hoy en día es considerada la mejor traducción de las obras del místico a esta lengua. En una entrevista años después dijo que mientras los milicianos registraban la casa rezó a San Juan de la Cruz y prometió traducirle al inglés si salían de aquel trance. Entabló amistad con J. R. R. Tolkien inspirándole nada menos que el personaje de Aragorn para su célebre Señor de los Anillos.
Recientemente se ha publicado un repaso muy completo a su figura por parte de Joseph Pierce, "España salvó mi alma". Del mismo modo Judith Lütge Coullie ha escrito el libro "Remembering Roy Campbell: The Memoirs of His Daughters Anna and Tess".
Por su parte, Laurie Lee vivió la guerra civil de modo totalmente diferente. El comienzo le sorprendió en Andalucía y pudo volver a Inglaterra tomando un barco británico en Gibraltar.
En Inglaterra comenzó una relación con la hermana pequeña de Mary, Lorna Garman, con quien tuvo una hija -Yasmin- que no fue reconocida por Laurie y sí por el marido de ella. En diciembre de 1937 Lee volvió a España para combatir enrolado en las Brigadas Internacionales. Regresó en febrero de 1938. Posteriormente escribiría sobre esta etapa comentando en la tercera parte de su trilogía ("A Moment of War") la decepción que para él supuso esta experiencia en muchos aspectos. Llegó a ser detenido hasta tres veces por el propio bando republicano al pensar que era un infiltrado.
En la II Guerra Mundial, Campbell participó contra el ejército nazi al servicio de Inglaterra. Más tarde se estableció en Portugal. En 1957, al regresar de la Semana Santa que había disfrutado en Toledo y en Sevilla, reventó la rueda delantera del Fiat 600 que conducía su mujer Mary Garman, la cual no pudo controlar el coche que se estrelló contra un árbol falleciendo Roy Campbell en el acto.
Laurie Lee trabajó tras el periodo bélico como guionista, escritor y también para el Ministerio de Información británico.
El destino volvió a acercar a Laurie Lee con la familia Campbell, pues en 1950 se casó con Catherine Francesca Polge, sobrina de Mary Garman y de su ex amante Lorna. En 1952 fue condecorado con la Orden del Imperio Británico. Tuvo una brillante trayectoria literaria reconocida ampliamente, siendo una referencia en el mundo cultural británico.
Al final de su vida se retiró con su mujer a Slad -el lugar en el que pasó su infancia-, donde falleció en 1997. Está enterrado junto a la pequeña iglesia de este precioso lugar y hoy en día su tumba es un verdadero lugar de peregrinación y de culto para los amantes de la literatura.
Para finalizar, y como homenaje a estos dos genios unidos por Toledo y separados ideológicamente por una maldita guerra os dejo con las palabras que uno y otro dedicaron a la ciudad:
"Luego subimos más por la ciudad hasta la casa del Greco, aún conservada con su jardín en declive; una pequeña villa íntima, bella y enmarañada (...) Dentro estaban los cuadros: colores que yo nunca había visto, morados supurantes, verdes lima, amarillos amargos; los cráneos alargados de los santos y sus párpados hundidos, los ojos revestidos de abnegaciones extasiadas, miembros y rostros estirados hacia arriba como capiteles en ascenso, ropas parpadeantes igual que llamas afliladas. Comparadas con las pinturas de carnes robustas que había visto en Madrid, aquellas parecían reducidas al hueso enfebrecido". (Laurie Lee, "Díptico Español")
Por su parte Campbell siempre tuvo a Toledo como la ciudad de su corazón. Como muestra dejo dos de sus frases sin traducir dedicadas a la ciudad:
- "Toledo: sacred city of the mind"
- "This heavenly place which means more than all the world to me"
Actualización: gracias al gran Emilio Díaz he tenido acceso al álbum familiar de los Campbell, custodiado por Francesca -su nieta-, y en él hay interesantes fotos que podrían ayudar a identificar exactamente en qué casa vivían los Campbell en 1935 en la calle Cardenal Cisneros. Yo me inclino por pensar que es una vivienda que hace esquina con el callejón de San Pedro:
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7 comentarios
A riesgo de equivocarme, la azotea creo que es esta: https://plus.google.com/photos/100699567347437636939/albums/5754348720980274097?authkey=CJXf5sCxt83rtwE
Eduardo, como siempre otra excelente entrada más. Pudiera ser que esa fotografía esté realizada desde lo alto del actual inmueble que ocupa la calle Santa Isabel nº 4. Un abrazo (sigo trabajando en ello...)
Creo que está realizada desde una pequeña terraza de una casa que conozco en la calle Sixto Ramón Parro. La perspectiva parece idéntica.
Cuando vas a dejar de sorprenderme??? hoy por si fuera poco la historia visual en fotografía nos deleitas con anécdotas de dos grandes autores, del mundo literario.
Una gran entrada sin duda.
Lamentablemente no tengo idea de donde podría haberse realizado la fotografía, solo sé que en Toledo y en una Terraza ( a no ser que existiese el fotoshop jejeje) a si que no tengo más remedio que hacerme con el libro al método tradicional o sea comprándolo en la librería o en el punto de venta, cosa que estoy deseando hacer por otra parte.
Feliz domingo.
Enhorabuena por el artículo. Animo a leer "Una mañana de verano de 1934" de Laurie Lee, en la gran tradición de los viajeros ingleses por España, un libro emocionante (está en la biblioteca de El Álcazar). Antonio L.
Al encontrarme en este nuevo escenario al que nos lleva esta última entrada de Toledo Olvidado no he podido sustraerme al recuerdo de una vivencia de mis años de juventud que, ya para siempre, quedó muy grabada en ese archivo de los sentimientos. Ese irreductible archivo al que no se le puede –ni tampoco se le quiere– encontrar el icono de “eliminar” y, sin embargo, no tienes conciencia de haberle aplicado nunca el “guardar como”.
Ya, pasados muchos años, son hilos vivos de la memoria que, en cualquier momento, empiezan a mover, como en un mágico guiñol, extraños o amables personajes que no han dejado nunca de estar en el recuerdo, y que ahora lo hacen en ese cruce de caminos que son los afectos íntimos y la literatura. ¡Y la guerra!
Si este encuentro en el Café Español, de la toledanísima Plaza de Zocodover, entre Roy Campbell y Laurie Lee, tenía de “casual” todo lo que uno quiera renegar de su imaginación, el que debió tener lugar en el madrileño Café Varela entre la poetisa Adelaida Las Santas y su marido Guillermo Osorio, era no menos casual. Yo tuve conocimiento del mismo, y de toda la romántica y alucinante peripecia que le rodeó, en mi corta estancia en una pensión del centro de Madrid, muy próxima a la Gran Vía, en la que recalé en mi etapa estudiantil. Eran sus propietarios y regentes, como modestísimo negocio familiar, un trío de tan singular y entrañable dimensión humana, madre y dos hijos, varón y hembra –él, Antonio, ella, Conchita– ambos solteros, que su sola biografía, el perfil muy peculiar de cada cual, daría lugar, al menos como inevitable complemento de una trama de tono mayor –otra “colmena”–, a muchas páginas de cualquier narración costumbrista. Aunque muy breve allí mi estancia, llegué a fraguar con ellos una imperecedera amistad y, de hecho, están así incorporados a una de mis novelas “okupas”, que es así como yo califico a alguna de las que, desde hace tiempo, sin pagar ningún derecho de inquilinato y sin ejercer todavía por mi parte la acción de desahucio, ocupan no pequeño espacio en estantes y cajones de mi librería.
La gran amistad existente entre la familia hostelera y Adelaida, ya metida de lleno en esas andanzas literarias que, en los primeros años de la posguerra tenían como escenario varios centros culturales madrileños, casas regionales y quizá también el propio Café Varela, y la habían convertido en heroína del grupo “Versos con faldas”, me permitió conocer detalles y pormenores de esas coincidencias - ¿casuales? – que ahora vienen a mis recuerdos. Todo ello también propiciado porque Antonio, aunque tuviera otras menos saludables, también compartía con la poetisa aficiones literarias, versistas más en concreto, y como tal era también asiduo de las tertulias del Varela que, como es sabido, tenían en nómina, como uno de sus más insignes participantes, al inefable noctámbulo y fabulador Emilio Carrere, además de otros contertulios no menos notables, entre los que se encontraban Manuel Alcántara, Manolito El Pollero, Eduardo Alonso y Paul Peñacoba, entre otros.
Adelaida, por su parte, contaba en su grupo con colegas tan notorias como Gloria Fuertes, Acacia Uceta y María Dolores de Pablos, y debió ser en el ambiente literario de esa famosa tertulia madrileña donde conoció, después de un enamoramiento apasionado, al que, años después, sería su marido Guillermo Osorio.
Así pues, El Café Español de Toledo y el Café Varela de Madrid, como primer reclamo que me sale ahora al paso de mis recuerdos. Después, efusiones sentimentales incontroladas, noches de humo fronterizas con amaneceres prematuros, dos afectos muy íntimos –amistad, amor, ¿qué más da?, cosas del corazón– en el sugestivo ambiente de las ensoñaciones literarias: Roy Campbell con Laurie Lee y Adelaida Las Santas con Guillermo Ossorio. Cafés históricos, sentimientos exaltados, magia de las letras. Nada quizá demasiado nuevo.
Pero lo que queda de estas dos historias paralelas lo dejo para el siguiente comentario.
Hasta aquí, el encanto de las coincidencias tendría un recorrido relativamente corto. Pero aparece un elemento determinante para ensamblar todas las piezas de este sugestivo puzle. No podía ser otra cosa que una guerra. Pero no una guerra cualquiera. No, no, “nuestra guerra civil”, la del 36, esa que, según va pasando el tiempo, quisiéramos ver cada vez como menos “nuestra”. En ella, Roy Campbell –también poeta, claro– quedó en el bando nacional, en el bando azul, mientras que Laurie Lee, su gran amigo del encuentro toledano en El Español, luchador nada menos que en las Brigadas Internacionales –más rojo, imposible– “quedó” en el otro lado. Es lo que tienen las guerras civiles, que si no caes en un bando te toca caer en otro. O te hacen caer en otro, a ti que no querías caer en ninguno.
Y es que fue en esa misma guerra “nuestra” en la que Adelaida Las Santas, además de poetisa y precursora de un difuso feminismo, también falangista joseantoniana, escribió en versos muy emotivos su romance de amor con Guillermo Osorio, que además de contertulio en las noches del Varela, había sido…¡tanquista republicano!
Hoy, al revolver mi archivo, junto a mis recuerdos, para escribir este comentario en Toledo Olvidado, me ha aparecido, en un envío casi póstumo de Conchita, además del librito de Adelaida, prologado por Gloria Fuertes y editado por “Aguacantos, colección de poesía”, el “romance para que lo cante un ciego” en el que la propia poetisa de “Versos con Faldas” escribía: “Dos banderas combatían/dos banderas y una Patria/Guillermo tanquista era/bandera republicana/Mi hermano superviviente/del cuartel de la Montaña/Yo perseguida en Madrid/porque era joseantoniana”. Y más adelante, para que no quedara ninguna duda de aquella tragedia colectiva, ni siquiera que algo de ella se podía contar en versos, Adelaida se lamentaba: “¡Ay que familia la mía/que dividida que estaba!/una familia de rojos/otra familia de fachas”.
No sé si me ha llevado demasiado lejos esta historia – y su secuencia fotográfica correspondiente– de la amistad fraguada en Toledo entre Roy Campbell y Laurie Lee. Por lo demás, historias como estas con el telón de fondo de la guerra civil deben contarse por millares, con lo que sospecho que mi aportación tiene muy poco de original. Yo, sin embargo, que tenía tan a mano aquella vivencia personal de mi juventud, no he podido resistir la tentación de revisar una vez más aquel diagnóstico, entre ignorante y optimista, que alguien hizo al afirmar que “aquella iba a ser la última guerra romántica”.
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