Siempre he pensado que hay mucho de tópico en eso de la supuesta frialdad de los toledanos derivada de su exacerbada castellanidad. A poco que se estudie la historia, no sólo de Toledo sino de toda Castilla, se descubre que el castellano, y por ende el toledano, es un pueblo al que tal vez le cuesta comenzar a arder, pero que una vez que lo hace es pura yesca (que le pregunten a un tal Carlos V). Un buen ejemplo de ello fue la apoteósica bienvenida a Federico Martín Bahamontes en agosto de 1954 tras ganar el gran Premio de la Montaña en el Tour de Francia, que de modo excepcional retrató y conservó el estudio de Fotografía Rodríguez (a los que mando un afectuoso saludo). En las instantáneas podréis comprobar el nivel de abarrotamiento de la Plaza del Ayuntamiento y de las calles por las que discurrió la comitiva aquel 28 de agosto de 1954, con su confeti y su coche descapotable muy a la americana y con su banda de música, dejándonos para el recuerdo estampas que bien podrían haber salido de una película italiana o de Berlanga. La chiquillería alborotada corriendo detrás del coche, las autoridades con sus mejores galas, las fuerzas vivas, los medios con sus micrófonos y cámaras que parecen sacados de "Vacaciones en Roma"...en fin, toda una parafernalia de objetos y personas en la que, con suerte, incluso alguno reconocéis a alguien entre la multitud.
Cinco años después Toledo volvió a recibir a Fede en olor de multitud: el 20 de septiembre de 1959 la ciudad le rendía homenaje como ganador de la clasificación general del Tour, siendo el primer español en conseguirlo:
Y aquí os dejo algunas fotos de Bahamontes en acción:
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5 comentarios
Amigo Eduardo:
Acabo de conocer este Blog y quisiera felicitarte públicamente por tu iniciativa. Has creado una página preciosa que pienso visitar con frecuencia.
¡Qué recuerdos!
Jesús del Verbo
Gracias por tus palabras Jesús.
Por cierto, sois antiguos compañeros de colegio (con algún lustro de diferencia).
El que le entrega la placa es IGUALITO que Chávez ¿no?
Sigo releyendo este blog y acabo de ver estas fotos de un acontecimiento que vivimos la chiquilleria de la calle de Alfileritos con pasión y cercanía. Cuando acabo, volvimos como todos los días a jugar entre los escombros del Alcazar o a bajar a la cercana sinanoga del Cristo de la Luz, pequeña, misteriosa y sin vigilante. Fue un sueño. Muchas gracias Eduardo por un trabajo histórico tan serio que nos devuelve un Toledo que nunca he olvidado. Un saludo
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