Hay elementos arquitectónicos desaparecidos en Toledo que, desde el momento de su demolición, pasaron al olvido más absoluto. Un caso paradigmático es el del Cimborrio de la Catedral, que pasó a ser historia hacia 1910 y del cual apenas nadie se ha acordado desde entonces.
Cierto es que en una ciudad tan plagada de monumentos, y formando parte de un edificio con tantos elementos dignos de más atención, este sencillo cimborrio pasaba desapercibido a la mayoría de los observadores. Fue tan desdichado este discreto remate cuadrangular que, incluso después de que en 1889 se demoliera a escasos metros de él la Torre del Reloj, apenas nadie le prestó atención y su derribo no provocó sorprendentemente polémica alguna, al menos que yo sepa.
Se trataba de una construcción sin demasiadas pretensiones, ejecutada en el siglo XV, y que presentaba un tejado a cuatro aguas con teja de pizarra coronado por un final puntiagudo rematado por una cruz patriarcal o de Lorena. Presentaba un total de ocho pequeñas ventanas a los lados de las cuatro esquinas.
Sus presencia no era muy notoria en el superpoblado horizonte toledano, especialmente antes de que fuera demolida la Torre del Reloj en 1889, muy cercana al cimborrio. De esta época, en el siglo XIX, datan sus primeras imágenes:
Tras el derribo de la Torre del Reloj su presencia era algo más patente:
El principio del fin del cimborrio comenzó allá por 1903, cuando saltaron las primeras voces de alarma por el estado de las cubiertas de la Catedral. Así, en la comisión mixta del Senado reunida el 17 de diciembre de ese año, los señores Avilés y Morales solicitaron que se aprobara un crédito para la reparación del templo primado.
Sin embargo, no debió surtir efecto alguno esta propuesta y el deterioro siguió avanzando. En vista de la gravedad de ciertos desperfectos, el 13 de enero de 1909, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando envió de urgencia al arquitecto Fernando Arbós a inspeccionar la catedral para que emitiera un informe.
En febrero de ese mismo año, otros informes del arquitecto del Cabildo así como del señor Velázquez advertían de lo siguiente:
"El arquitecto diocesano dio un informe especificando el estado en que se encontraba el edificio: y en vista del mismo el cabildo decidió abandonar el coro y reunirse en la sala capitular cerrando el paso del público por la nave central. Otro informe del arquitecto Sr. Velázquez, arquitecto del Ministerio de Instrucción Pública y jefe de construcciones civiles, el cual ha visitado la catedral para estudiar la reparación necesaria, ha venido á establecer la verdad del peligro y sus causas. Del informe del Sr. Velázquez se deduce que la nave central no ofrece grandes condiciones de seguridad, aunque el peligro no es tan inminente como en un principio se supuso. Este peligro nace, entre otras causas, de las siguientes:
Deficiencias de construcción, debidas á la diversidad de criterio en el trazado de las obras por los distintos maestros mayores que desde Pedro Pérez tuvo la catedral; el enorme peso que gravita sobre los arcos y bóvedas, pues éstas, en sus claves y muchas aristas, soportan hasta 37 enormes postes de ladrillo, de varios metros de altura, y muchísima madera, de gran valor por cierto; y que el desviamiento de la parte superior de los muros que arrancan de los pilares, algunos también desviados, dan la desproporción de la fuerza de los botareles ó arcos de sostén, que exteriormente y arrancando de los muros de las naves inferiores, contienen y sostienen a los muros salientes más elevados de la nave central, dan la unidad armónica de esta arquitectura, en la que sus pesados y vistosos pináculos aploman y dan fijeza a los muros, contenidos también por otros, llamados contrafuertes de contención.
Resulta pues que la nave central inspira fundados temores de ruina, cuyo inmediato peligro estará en la trepidación que tengan las bóvedas al pretender destruir los enormes pilares que sobre ellas gravitan; pero que de momento no es inminente ese peligro, y que las obras de reparación han de tender principalmente a descargar de peso las claves y sus bóvedas, reformando exteriormente los muros sobre los que descansa la techumbre con ligera y bien entendida armadura".
La noticia corrió por toda España, y un diario de Gerona se hizo eco de la noticia:
"Según noticias de Toledo, en un reciente reconocimiento practicado por los arquitectos én las bóvedas de la Catedral, se ha comprobado que amenazan ruina con gran peligro, en particular la bóveda central comprendida entre la Puerta del Perdón y el coro. Se ha impedido el paso por debajo de la citada bóveda para evitar posibles desgracias. Como el coro donde diariamente se rezan las horas canónicas se halla también en peligro, está preparándose en la iglesia de la Trinidad todo lo necesario para instalar allí el coro. La prensa de Madrid y de Toledo, piden que los amantes de los monumentos artísticos gestionen por todos los medios del Gobierno se proceda á la reparación de la Catedral de Toledo, que es una joya nacional."
En base a estos informes, en el mismo mes de enero se destinaron las primeras 2.500 pesetas, de un total de 15.000 duros, recabadas para iniciar obras de urgencia.
La gota que colmó el vaso, y nunca mejor dicho, fue una tromba de agua que en mayo de ese mismo año 1909 provocó la aparición de goteras hasta en los frescos de Lucas Jordán de la Sacristía. Y eso que ya se habían iniciado los trámites para declarar la Catedral Monumento Nacional, a instancias del Conde de Romanones, que fue quien inteligentemente propuso esta declaración para poder recabar fondos estatales para las obras de restauración. El Rey Alfonso XIII firmó la declaración de monumento nacional el día 14 de mayo.
El día 3 de junio de 1910 el rey aprueba el denominado "proyecto de obras de reparación de cornisa, antepecho y armadura para el crucero y naves altas de la catedral de Toledo" por un importe de 345.766,05 pesetas. La obra fue subastada el 22 de julio, siendo más tarde adjudicada a la empresa Tomás Tercero S.L.
Tras la ejecución de todos los trabajos, la obra se recepcionó oficialmente el día 15 de julio de 1915.
Los trabajos consistieron, entre otras cosas, en aligerar la carga que soportaban las bóvedas, por lo que se decidió derribar el cimborrio. Las fotografías posteriores a 1910 nos muestran ya la Catedral sin su cimborrio, con un aspecto más sencillo y simple, que a algunos les parecerá más feo y a otros les parecerá que permite admirar con más claridad la planta de cruz latina del templo primado.
En la actualidad aún puede verse la cruz de Lorena que presidía el cimborrio y que fue recolocada en el centro de la cruz latina de las nuevas cubiertas, más ligeras pero también menos vistosas:
domingo, 19 de abril de 2009
La Plaza del Padre Juan de Mariana
Pocos lugares en Toledo disfrutan de una visión más privilegiada de la torre de la Catedral que esta recoleta, céntrica y entrañable plaza. Conocida anteriormente como plaza de San Juan Bautista, en el siglo XX fue dedicada al talaverano Padre Juan de Mariana, fallecido en Toledo en 1624.
Se sitúa frente a la fachada de la Iglesia de San Ildefonso, más conocida como "Los Jesuítas" y es uno de los rincones más agradables del centro de la ciudad.
En el siglo XIX tuvo el privilegio de convertirse en uno de los primeros lugares de la ciudad en poseer una fuente pública de agua potable procedente de los cercanos depósitos de la Plaza de San Román, donde se almacenaba el agua que venía de los manantiales de Pozuela en los cigarrales (que era el agua que manaba en esta plaza) así como la procedente del río a través de la elevadora de aguas proyectada por Luis de la Escosura y ejecutada por López Vargas.
Hacia 1863 fue colocada la fuente en la plaza, y la excelente calidad del agua de Pozuela hacía que se formasen largas colas que necesitaban de la presencia de autoridades municipales para evitar altercados y trifulcas por el turno.
Las fotografías más antiguas de la plaza con la fuente datan de esos años del siglo XIX y fueron tomadas tanto por Casiano Alguacil como por Jean Laurent y Alexander Lamont Henderson:
El ambiente de esos años en la plaza quedó maravillosamente retratado nada menos que por Pío Baroja en su obra maestra Camino de perfección de 1902:
"Volvió de aquí para allá a fin de matar el tiempo, hasta encontrarse en una plaza en donde se veía una iglesia grandona y churrigueresca con dos torres a los lados, portada en tres puertas y una gradería, en la que estaban sentados una porción de mujeres y chicos. Entre aquellas mujeres había algunas que llevaban refajos y mantos de bayeta de unos colores desconocidos en el mundo de la civilización, de un tono tan jugoso, tan caliente, tan vivo, que Fernando pensó que sólo allí pudo El Greco vestir sus figuras con los paños espléndidos con que las vistió.
En medio de la plaza había una fuente y un jardinillo con bancos. En uno de éstos se sentó Fernando. En la acera de una callejuela en cuesta, que partía de la plaza, se veía una fila de cántaros sosteniéndose amigablemente, como buenos camaradas; unos hacían el efecto de haberse dormido sobre el hombro de los compañeros; otros, apoyándose en la pared, tan gordos y tripudos, parecían señores calmosos y escépticos, completamente convencidos de la inestabilidad de las cosas humanas.
A un lado de la plaza, por encima de un tejado, asomaba la gallarda torre de la catedral.
Ossorio miraba a los cántaros y a las personas sentadas en las gradas de la iglesia, preguntándose qué esperarían unas y otras.
En esto vino un hombre con un látigo en la mano, se acercó a la fuente, hizo una serie de manipulaciones con unos bramantes y unas cañas, y al poco rato el agua comenzó a manar. Entonces el hombre restalló el látigo en el aire.
Inmediatamente, como una bandada de gorriones, toda la gente apostada en las gradas bajó a la plaza; cogieron mujeres y chicos los cántaros en la acera de la callejuela y se acercaron con ellos a la fuente"
Esa estampa de los cántaros alineados que tan bien describe Baroja podemos verla en la imagen de Laurent si nos acercamos un poco: se trata de la puerta de la actual tienda de La Provisoría:
En los comienzos del siglo XX se repitieron preciosas fotografías de la plaza:
De nuevo, la fotografía parece tener un efecto resucitador al descubrir en dos imágenes, una de Abelardo Linares y otra del escocés James Craig Annan, al mismo azacán en esta plaza con su cargamento de agua y su jumento:
En los años veinte, mi abuelo Eduardo Butragueño Bueno, aún un adolescente, se fotografió én la plaza tirando de su ingenioso hilo escondido. La imagen tiene la curiosidad botánica de fotografiar tras él al que pudiera haber sido uno de los primeros magnolios plantados en el centro de Toledo (los más antiguos se plantaron en la Fábrica de Armas):
En la actualidad, la plaza, con menos vegetación, deja ver con mayor claridad la torre de la Catedral:
Como curiosidad final, deciros que esa fuente es la que se encuentra actualmente en la Plaza de San Justo.
La Plaza del Padre Juan de Mariana en Google Maps:
Ver Toledo Olvidado en un mapa más grande
Se sitúa frente a la fachada de la Iglesia de San Ildefonso, más conocida como "Los Jesuítas" y es uno de los rincones más agradables del centro de la ciudad.
En el siglo XIX tuvo el privilegio de convertirse en uno de los primeros lugares de la ciudad en poseer una fuente pública de agua potable procedente de los cercanos depósitos de la Plaza de San Román, donde se almacenaba el agua que venía de los manantiales de Pozuela en los cigarrales (que era el agua que manaba en esta plaza) así como la procedente del río a través de la elevadora de aguas proyectada por Luis de la Escosura y ejecutada por López Vargas.
Hacia 1863 fue colocada la fuente en la plaza, y la excelente calidad del agua de Pozuela hacía que se formasen largas colas que necesitaban de la presencia de autoridades municipales para evitar altercados y trifulcas por el turno.
Las fotografías más antiguas de la plaza con la fuente datan de esos años del siglo XIX y fueron tomadas tanto por Casiano Alguacil como por Jean Laurent y Alexander Lamont Henderson:
El ambiente de esos años en la plaza quedó maravillosamente retratado nada menos que por Pío Baroja en su obra maestra Camino de perfección de 1902:
"Volvió de aquí para allá a fin de matar el tiempo, hasta encontrarse en una plaza en donde se veía una iglesia grandona y churrigueresca con dos torres a los lados, portada en tres puertas y una gradería, en la que estaban sentados una porción de mujeres y chicos. Entre aquellas mujeres había algunas que llevaban refajos y mantos de bayeta de unos colores desconocidos en el mundo de la civilización, de un tono tan jugoso, tan caliente, tan vivo, que Fernando pensó que sólo allí pudo El Greco vestir sus figuras con los paños espléndidos con que las vistió.
En medio de la plaza había una fuente y un jardinillo con bancos. En uno de éstos se sentó Fernando. En la acera de una callejuela en cuesta, que partía de la plaza, se veía una fila de cántaros sosteniéndose amigablemente, como buenos camaradas; unos hacían el efecto de haberse dormido sobre el hombro de los compañeros; otros, apoyándose en la pared, tan gordos y tripudos, parecían señores calmosos y escépticos, completamente convencidos de la inestabilidad de las cosas humanas.
A un lado de la plaza, por encima de un tejado, asomaba la gallarda torre de la catedral.
Ossorio miraba a los cántaros y a las personas sentadas en las gradas de la iglesia, preguntándose qué esperarían unas y otras.
En esto vino un hombre con un látigo en la mano, se acercó a la fuente, hizo una serie de manipulaciones con unos bramantes y unas cañas, y al poco rato el agua comenzó a manar. Entonces el hombre restalló el látigo en el aire.
Inmediatamente, como una bandada de gorriones, toda la gente apostada en las gradas bajó a la plaza; cogieron mujeres y chicos los cántaros en la acera de la callejuela y se acercaron con ellos a la fuente"
Esa estampa de los cántaros alineados que tan bien describe Baroja podemos verla en la imagen de Laurent si nos acercamos un poco: se trata de la puerta de la actual tienda de La Provisoría:
En los comienzos del siglo XX se repitieron preciosas fotografías de la plaza:
De nuevo, la fotografía parece tener un efecto resucitador al descubrir en dos imágenes, una de Abelardo Linares y otra del escocés James Craig Annan, al mismo azacán en esta plaza con su cargamento de agua y su jumento:
En los años veinte, mi abuelo Eduardo Butragueño Bueno, aún un adolescente, se fotografió én la plaza tirando de su ingenioso hilo escondido. La imagen tiene la curiosidad botánica de fotografiar tras él al que pudiera haber sido uno de los primeros magnolios plantados en el centro de Toledo (los más antiguos se plantaron en la Fábrica de Armas):
En la actualidad, la plaza, con menos vegetación, deja ver con mayor claridad la torre de la Catedral:
Como curiosidad final, deciros que esa fuente es la que se encuentra actualmente en la Plaza de San Justo.
La Plaza del Padre Juan de Mariana en Google Maps:
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