Hilario vino al mundo en Toledo en 1948. Él y su familia vivían en la calle de Santo Tomé, entrañable microcosmos del que siempre se ha sentido orgulloso originario, donde transcurrió su infancia y juventud. Con 17 años, de la mano de Juan Antonio Villacañas en el recordado Café Español de Zocodover, Hilario tomó sus primeros contactos con el mundo de la poesía, género en el que ha logrado convertirse en una auténtica referencia.
Más adelante, el destino le llevó a Barcelona y finalmente a Nueva York, ciudad en la que reside desde 1978, concretamente en Brooklyn.
En Nueva York, Hilario Barrero se doctoró con una tesis sobre Félix Urabayen, pasando más adelante a ser catedrático titular en el Borough of Manhattan Community College de la City University of New York.
Como poeta, Hilario obtuvo en 1999 el premio Gastón Baquero con In tempore belli (Madrid, Verbum). La revista Clarín, de la que es colaborador, publicó su antología de poemas de Donald Hall, Ted Kooser y Jane Kenyon y podemos encontrar también otra antología titulada De otra manera publicada por la editorial Pre-textos, junto con el libro de Ted Kooser, Delicias y sombras. Otras obras notables suyas en poesía son Agua y Humo, Libro de familia, Tinta china: noventa y nueve haikus o Educación nocturna (Antología poética).
Su obra no se ha ceñido en exclusiva a la poesía, pues en prosa también ha escrito notables obras como los diarios titulados Las estaciones del día, De amores y temores, Días de Brooklyn, Dirección Brooklyn o Prospect Park: Diarios, 2014-2015, así como el libro de relatos Un cierto olor a azufre. Ha sido igualmente traductor de El amante de Italia o una selección de las Italian Hours de Henry James.
Entre sus numerosas antologías podemos destacar Cuentos para Toledo, Luz ilesa. Cuatro poetas-profesores, El laberinto de Ariadna, Escritores españoles en América, Alfileres, El haiku en la poesía española última o Aquí me tocó escribir.
De su poesía se dice que es un canto doloroso de felicidad hecho desde la serenidad y la aspereza. En sus páginas abunda la reflexión ante la vida y la muerte y el amor. Su austeridad formal lo aproxima a una poesía clásica cercana, por ejemplo, a Cernuda. No contento con todo ello, cultiva también con notable talento el arte de dibujar haikus.
Hilario recibió el Premio de literatura de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo en el curso 2014-2015 «en reconocimiento a su obra literaria, poética y de traducción».
Sin embargo, hoy tendremos el placer de descubrir una de sus facetas menos conocidas: la de fotógrafo. Lo haremos, además, de la mano de imágenes tomadas en su querida Toledo en una franja de tiempo muy concreta, entre 1989 y 1991. Es el propio Hilario quien nos describe brevemente el contenido de las imágenes que hoy tengo el honor de mostraros gracias a su generosidad:
La mayoría de las fotografías son de finales del 89 y principios del 90. Algunas del 91. Todas fueron tomadas en diciembre o enero, que era cuando aprovechaba las vacaciones de la universidad para ir a Toledo. Yo por aquel tiempo hacia el Bachelor en Long Island University: el mayor en Spanish y el minor en Fotografia y había "ejercicios" que hacer: sombras, luces, personajes, agua, volúmenes, paisajes y Toledo era el "personaje" ideal. Solía levantarme temprano cuando la luz estaba recién nacida. Recuerdo el silencio de la mañana y la soledad en las calles. Y la luz de Toledo: un milagro. Tomé unas 250 fotografías en blanco y negro. Algunas de ellas son de los alrededores de la calle Alfonso X el Sabio, que era donde vivía mi familia por entonces. Las fotos de la catedral y de los tejados de la ciudad, eran las vistas más sorprendentes. Toledo, en cualquier época, a cualquier hora, como ciudad monumental o ciudad cotidiana, con el "martes", ventanas con flores, tiempo dormido en cualquier esquina, es un museo único.
Personalmente, al ver fotos de mi madre y mis hermanos que yo creía olvidadas, me ha emocionado. Uno aprecia más lo que tenía cuando lo ha perdido y una imagen te lo trae de nuevo y da vida a ese tiempo.
(Cesare Pavese decía: "No recordamos días; recordamos momentos" -que son vida-, añado yo).





































































































