En las pasadas semanas ha sido posible contemplar en París, concretamente en el Museo de Orsay, una interesantísima exposición sobre una fotógrafa sensacional, la mejor exponente femenina de la corriente del pictorialismo, como fue la francesa Céline Laguarde. Se trata de una figura que, pese a la enorme calidad de su obra y su relevancia en la época, había pasado a la historia con un peso mucho menor de lo que merecía, por lo que esta exposición ha saldado felizmente una deuda que los amantes de la fotografía teníamos con ella.
Su nombre completo era Gracieuse Céline Laguarde de Camoux y nació el 2 de noviembre de 1873 en Biarritz, en el seno de una familia acomodada. Su madre provenía de una familia de talladores de piedra, mientras que su padre, hijo de posaderos, había dejado su próspero negocio en Bayona. Sin embargo, su padre falleció cuando Céline tenía apenas 3 años, dejando a su madre viuda.
Hacia 1895, la viuda y su hija se trasladaron a París para unirse a la familia Irigoin-Guichandut, parientes de su padrino fallecido. Dos años después, ambas familias se establecieron en la “Villa des Pins” en Aix-en-Provence, un entorno que marcó profundamente la vida de Céline.
En 1898, Céline comenzó a destacar tanto por su talento musical, siendo una pianista muy valorada en los círculos intelectuales y artísticos de la Provenza, como por su pasión por la fotografía. En 1901 participó por primera vez en el prestigioso Salón del Photo-Club de París y fue nombrada miembro correspondiente de esta asociación, lo que impulsó su carrera a nivel nacional e internacional, tanto en Europa como en los Estados Unidos.
En 1902, bajo la tutela de Robert Demachy, adoptó el proceso pigmentario de la goma bicromatada, un avance técnico que definió su estilo. Entre 1904 y 1906, se unió al Photo-Club de Marsella y fue nombrada miembro honorario de la Sociedad Fotográfica de Marsella. Posteriormente, experimentó con nuevas técnicas, como el proceso de tintas grasas (aceite directo) en 1906, consolidándose como una pionera en el pictorialismo fotográfico. En 1907, recibió las Palmas Académicas como reconocimiento a su contribución al arte como pintora y fotógrafa.
A partir de 1910, Céline entabló una estrecha relación creativa con el compositor Darius Milhaud y el poeta Léo Latil, con quienes compartía admiración por el poeta Francis Jammes. En 1911, protagonizó su primera exposición monográfica en el casino municipal de Niza.
En 1913, Céline contrajo matrimonio con el suizo Édouard Bugnion, profesor honorario de la Universidad de Lausana y destacado entomólogo. Durante la Primera Guerra Mundial, el entorno pictorialista francés colapsó, lo que llevó a Céline a diversificar su obra. En 1915 comenzó a practicar la microfotografía científica en colaboración con su marido y se convirtió en pionera en Francia del “batik de arte”, una técnica de teñido de tejidos.
Entre 1915 y 1930, continuó exponiendo ocasionalmente en ciudades como Niza, Aix-en-Provence y Los Ángeles. Su carrera artística culminó en la década de 1930 con sus últimas obras pictorialistas y microfotografías científicas.
En 1939, Céline sufrió la pérdida de su esposo. Durante la Segunda Guerra Mundial, vivió un exilio forzado en Suiza, dedicándose plenamente a su pasión por la música. En 1948, vendió sus bienes inmuebles en Aix-en-Provence y se instaló definitivamente en Lausana, donde arrendó una propiedad de la abadía de Saint-Maurice d'Agaune.
En 1950, dejó un legado perdurable al financiar la construcción de un gran órgano para la basílica de Saint-Maurice, un proyecto que reflejaba su amor por la música y su generosidad.
Céline Laguarde falleció el 21 de mayo de 1961 en Lausana, dejando tras de sí un impresionante legado como artista, fotógrafa y mecenas cultural.
La reconstrucción del fondo personal de Céline Laguarde en las colecciones del museo de Orsay se desarrolló en varias etapas. Así, entre 1978 y 2005, la figura de Laguarde resurgió ocasionalmente gracias a la influencia y relevancia de su obra en la historia de la fotografía y a la reproducción de sus obras creadas entre 1901 y 1914. Algunos años después, durante la preparación de la exposición titulada «¿Quién teme a las mujeres fotógrafas? 1839-1919» en el museo de la Orangerie, se redescubrió entre 2013 y 2015 una primera parte de las obras originales de Laguarde, conservadas por la artista hasta su muerte. Cuatro de esas piezas fueron expuestas. En 2017 se adquirió por el gobierno francés casi la totalidad de este primer conjunto de obras, siendo la primera vez que fotografías originales de Laguarde pasaron a formar parte de las colecciones nacionales.
Ya en 2022 se redescubrió una segunda parte de su fondo artístico y en 2024 se adquirió la totalidad de este segundo conjunto, completando el corpus legado por la fotógrafa. Este fue enriquecido con obras donadas por Laguarde a sus allegados en vida, incluidas cuatro de la colección de Darius Milhaud y una pieza excepcional hallada en el mercado del arte.
Actualmente, el museo de Orsay conserva más de 200 piezas únicas de Laguarde, de las cuales una amplia selección se ha exhibido por primera vez en la exposición dedicada a ella que acaba de finalizar.
Como no podía ser de otra forma, Céline Laguarde, al igual que tantos otros mitos de la fotografía, también visitó y retrató Toledo, en su caso influida por dos grandes toledanistas como eran sus amigos Maurice Barrés e Ignacio Zuloaga. Su estancia en la vieja ciudad castellana tuvo lugar en 1914 y, durante la misma, Laguarde obtuvo un puñado de sensacionales fotografías.
Sus imágenes son de una belleza asombrosa, sirva de ejemplo la primera de ellas: una anciana en el Valle con una vista general de Toledo al fondo:
En esta otra tenemos una soberbia toma con un burro en una cuesta empedrada, con la torre de San Lorenzo y el seminario al fondo.
En los contornos del Arroyo de la Degollada, Céline Laguarde obtuvo esta fotografía:
El río Tajo, por entonces sin atisbo de contaminación ni la amenaza del Trasvase, aparece bajo el puente de Alcántara en esta excelente toma de Laguarde:
Como veis, se trata de cuatro magníficas estampas de una autora clave en la historia de la fotografía pictorialista, felizmente recuperada gracias a esta exposición y al empeño en reivindicar su figura por parte de estudiosos como Thomas Galifot, quien ha diseccionado su vida y obra en un trabajo digno de todo nuestro reconocimiento y agradecimiento.
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