El 14 de abril de 1931 fue proclamada la II República Española. Con motivo del 83 aniversario de esta efeméride hoy traigo las fotografías que he podido recopilar de aquella jornada.
Al igual que sucedió en multitud de ciudades españolas, esta proclamación fue celebrada por miles de personas en las calles y plazas de la ciudad. Las crónicas hablan de una jornada festiva, carente de incidentes y en un ambiente de gran cordialidad. Es destacable por ejemplo que en nuestra ciudad el discurso del primer alcalde republicano, José Ballester Gozalvo, fuese acompañado también por un breve discurso del último alcalde monárquico, Alfredo Van den Brule, con elogios del primero hacia el segundo por su lucha a favor de Toledo durante su mandato. Por su parte, un agradecido Van den Brule, hizo hincapié en que colaboraría con el nuevo régimen y seguiría trabajando por la ciudad, pese a mantener sus convicciones monárquicas. Las intervenciones de Ballester se centraron en la importancia del día para la historia de España, de la defensa de la justicia, de la compatibilidad de la República con la religión y de la necesidad de contar con todos para su afianzamiento.
Así lo refleja por ejemplo la crónica del diario católico El Castellano:
Las fotografías que he localizado dan fe de lo multitudinario de la celebración, en la que se contó con la banda de música de la Academia de Infantería interpretando La Marsellesa y el Himno de Riego. En Zocodover fue aclamada la aparición del capitán Salvador Sediles, uno de los cabecillas de levantamiento de Jaca el 12 de diciembre de 1930. La multitud también acudió en masa al domicilio del teniente coronel Miguel López Bravo sobre el que pesaba una orden de traslado a Canarias por haber acudido a un mitin republicano. Es difícil saber si las fotografías son del día 14 o del 15 pues ambos días hubo concentraciones masivas. Me inclino a pensar que las fotos de la Plaza del Ayuntamiento son del día 14, mientras que las del Alcázar y Zocodover parecen ser de la mañana del día 15 por la posición del sol:
Se trata sin duda imágenes históricas bastante poco conocidas que espero os hayan gustado. Espero que cualquier transición política que haya de venir en el futuro del tipo que sea en Toledo se produzca de un modo tan pacífico y festivo como aquella jornada de abril de 1931.
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4 comentarios
Sólo un comentario por si nos puede servir de reflexión colectiva, a la vez que útil y moralmente válida en las actuales circunstancias políticas en que vive nuestro país. Procede de la lectura detenida de la reseña periodística que se nos ofrece en el blog del Diario toledano El Castellano, católico y conservador por más señas, del día 15 de abril de 1931. En ella se describe el ambiente festivo de la ciudad de Toledo, de júbilo y manifestación cívica, por el advenimiento del régimen republicano. Las fotografías son extraordinario elemento gráfico bien elocuente.
Ahora, a ochenta y tres años de aquella histórica efeméride, nos causa admiración, y hasta sana envidia, recordar en aquella fecha de un cambio tan trascendental, la pacífica alegría mayoritaria y la concordia general que presidieron tan definitivo acontecimiento de la historia nacional, cuyo máximo exponente podrían ser aquellos gestos y palabras de extraordinario valor ejemplar de los dos alcaldes de la ciudad, el republicano Ballester y el monárquico Van den Brule.
Sin embargo, desde aquella bienintencionada proclama del flamante nuevo alcalde Ballester sobre la compatibilidad entre la República con la Religión y el respeto a la Iglesia, hasta el cambio de nombre de la Calle de Arco de Palacio por el de Carlos Marx, apenas habían pasado tres meses.
Ni siquiera habían llegado a ocho, (6 de diciembre de 1931), cuando ya, persona tan cualificada y adicta inicial a la causa republicana como el filósofo y diputado don José Ortega y Gasset, en el Cine de la Ópera de Madrid, pronuncia su famoso discurso “Rectificación de la República”, (“no es esto, no es esto”), todo un alegato crítico en el que manifiesta sin rodeos que “es preciso rectificar el perfil de la República”. Similares distancias, y hasta con el tiempo acrecentadas, marcarían también muy pronto republicanos tan relevantes y de tan elevado prestigio intelectual como Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala.
(Continuaré en el inmediato comentario siguiente)
Pero lo más significativo de todo, por lo que tiene de metáfora trágica, poco más de cinco años después de aquel cordial relevo político en la alcaldía toledana, en la que el propio alcalde cesante monárquico había sido objeto de toda clase de reconocimientos por sus adversarios políticos, bien merecidos por su bondad, por su amor al bien común y por su toledanismo, un 29 de agosto de 1936, ya encendidos todos los odios, cae vilmente asesinado don Alfredo Van den Brule, en la esquina del Monasterio de San Juan de los Reyes ¡Apenas poco más de cinco años!
Y vuelvo al principio de mi comentario, con unas preguntas para la reflexión: ¿Qué veneno se inoculó en la sociedad española de aquellos días para que en tan corto espacio de tiempo, sólo en cinco años, desde aquella fecha de alegría mayoritaria y concordia general en que convivieron en Toledo los dos alcaldes de la ciudad se llegara a un epílogo tan dramático? ¿Quiénes inocularon ese veneno? ¿Qué irresponsable radicalismo extremista de una minoría secuestró la noble causa republicana que era patrimonio político y moral de una mayoría? ¿Quiénes degradaron y prostituyeron todo lo que había en ella de ilusión y de esperanza depositados durante mucho tiempo en aquel cambio histórico? ¿Están aprendiendo hoy algunos de nuestros presuntos líderes políticos la lección de aquella terrible experiencia? ¿Qué autoridad moral asiste, a más de ochenta años de distancia, a algunos de quienes hoy reclaman el regreso de la República sin reconocerse como directos herederos de líderes, siglas e ideologías que en aquellos lamentables cinco años la destruyeron con su sectarismo partidario y excluyente?
Y, sin embargo, ¿no sería injusto que con carácter general se incluyeran en ese juicio crítico a personas, pertenecientes a esas organizaciones, que mantuvieron hasta el final su fe en el sistema republicano, precisamente por creerle como el mejor garante de sus ideas? ¿No sería también injusto ignorar que la triste realidad de aquella frustrada experiencia fue, como punto final de la misma, un alzamiento militar –para unos, culpable, para otros, inevitable, las “dos Españas” de Machado–, como desencadenante de una guerra fratricida de mil trágicos días? ¿Valdrá para esta lamentable ocasión de nuestra inédita República el castizo dicho de que “entre todos la mataron y ella sola se murió”?
No quisiera respuestas. Sólo silencio y reflexión.
A ver si aprendemos a pedir permiso para utilizar las fotos
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