La Plaza de Zocodover, como centro neurálgico de Toledo, siempre se ha caracterizado por ser el punto de la ciudad en el que las diferentes corporaciones han puesto más empeño, con mayor o menor acierto, en remodelar, acicalar y embellecer. Hoy veremos la evolución de la plaza desde un punto de vista poco habitual: sus evacuatorios o urinarios públicos.
Los tiempos han cambiado mucho en el útimo siglo en lo referente a higiene y salud pública a la hora de gestionar las aguas fecales. Si a comienzos del siglo XX poco menos que seguía vigente el
¡agua va! heredado de tiempos medievales (los romanos eran más pulcros y tenían alcantarillado), en los tiempos actuales afortunadamente casi cualquier vivienda o local posee un inodoro conectado a la red pública de alcantarillado.
En este sentido, como lugar muy concurrido, Zocodover tenía un grave problema a finales del siglo XIX y principios del XX, pues el incipiente turismo así como los cambios en las costumbres sociales comenzaban a provocar un rechazo social ante el nauseabundo olor y la lamentable imagen que se ofrecía en los lugares en que se solía aliviar la población que visitaba la plaza. Desde que en 1858 se cerrara el Callejón de la Lamparilla, que era conocido como
Callejón de la Bragueta -no es necesario decir por qué- donde se edificaría la Fonda Nueva, al inicio de la cuesta de las Armas, fueron varios los lugares que el ayuntamiento intentó habilitar en la plaza y sus alrededores para ubicar los evacuatorios, por supesto carentes de agua corriente.
De este modo hacia 1900 tenemos evidencias fotográficas de la existencia de unos pequeños urinarios de madera en Zocodover situados más o menos enfrente de lo que hoy es la Caja Rural:
Por entonces también fue inmortalizado el diminuto urinario que se situaba junto al
Arco de la Sangre al bajar las escaleras que descienden de la plaza:
Unos años más tarde, hacia 1908, se construyó en el mismo lugar de Zocodover donde se situaban los servicios de madera un curioso evacuatorio constituido por dos tapias semicirculares que formaban casi una circunferencia y coronadas por un tejadillo:
Este evacuatorio existía en 1913, cuando con motivo de la visita -ya mencionada en otras entradas- del primer ministro francés Raymond Poincaré se decidió adecentar con una mano de pintura color sepia que provocó las críticas de algunos columnistas que consideraban este retrete como una vergüenza para la ciudad:
En esto llegamos al año de 1925, cuando la corporación municipal decide reformar la plaza por completo, con un proyecto que la abría al tráfico rodado y reordenaba su mobiliario urbano y su disposición interior. Fue tal la polémica que se originó en la ciudad, que el asunto fue objeto de comentario en la prensa nacional. Los trabajos llegaron a comenzar en el mes de julio:
Sin embargo, ante la presión de diversos colectivos y medios encabezados por la Revista Toledo del gran Santiago Camarasa, el propio Rey Alfonso XIII paralizó los trabajos en septiembre:
Muy pocos meses después se solicitó permiso para instalar únicamente los urinarios públicos subterráneos, que desconozco si estaban contemplados en el proyeto de remodelación, pero que fueron aprobados como lo prueban estos documentos:
Las obras comenzaron en enero de 1926. Aparecieron en el subsuelo tras varios metros de escombros algunos grandes sillares de aspecto romano:
En el mes de marzo las obras estaban casi concluidas. Se adjudicó a la Casa Zaldívar el encargo de equipar los urinarios mientras que las tareas de embellecimiento de la obra recayeron nada menos que en el genial
Julio Pascual —barandilla de forja artesanal— y en los ceramistas
Sebastián Aguado —azulejería del interior— y Henche-Montemayor.
El Castellano anunciaba así el final de los trabajos:
El resultado fue del agrado de todos y no se crearon polémicas:
Los urinarios resistieron los embates de las bombas en la guerra civil diez años después de ser construidos:
Tras la contienda, los evacuatorios subterráneos siguieron cumpliendo su cometido:
Sin embargo, en 1961 el ayuntamiento de nuevo decide reformar la plaza. El gran Luis Moreno Nieto lo anunció desde ABC:
Fue el final de los urinarios subterráneos, que fueron tapados para ganar espacio en la superficie de la plaza. Una especie de leyenda urbana cuenta que allí siguen, intactos, enterrados bajo las losas de granito. Este foto del fondo Luis Alba demuestra que al menos la estructura sigue intacta, pues fue cubierta con vigas:
Sin embargo, lo cierto es que sus azulejos fueron desmantelados al menos parcialmente. Por suerte, y gracias al interés de los responsables del
Restaurante los Cuatro Tiempos, los azulejos no se han perdido y son custodiados allí:
Sin embargo desonozco el paradero de la soberbia forja de Julio Pascual. Del mismo modo está por demostrar que la estructura de los urinarios siga íntegra en el subsuelo.
En 1983 de nuevo Luis Moreno Nieto anunciaba una nueva reforma que en teoría incluía la recuperación de los urinarios, que sin embargo nunca llegó a ser realidad:
En nuestros días, si bien no hay urinarios públicos ni fuentes de agua potable en la plaza, al menos no tenemos que soportar el hedor que a buen seguro existió en la plaza hasta 1926.
Actualización: añado un artículo de Don José Aguado donde se aclaraba el error, muy extendido, acerca de la autoría de los azulejos de los urinarios:

Segunda actualización: gracias a la colaboración de Septimio Andrés, podemos certificar que en la azulejería también participó el alfar talaverano de Henche-Montemayor.