En esta breve entrada me vais a permitir alejarme un poco de la línea habitual del blog, que suele ser esencialmente descriptiva, para expresar algunas sensaciones que la fotografía antigua me transmite. De este modo, esta entrega tendrá un contenido tal vez más reflexivo que fotográfico.
En ocasiones, como supongo que os sucederá a muchos, la visión de imágenes antiguas me recuerda lo efímero de nuestra existencia. Todas las personas que aparecen en esas fotografías del siglo XIX y principios del XX fallecieron hace mucho tiempo y, en muchos casos, ya nadie recuerda siquiera quiénes eran, cuál era su nombre o a qué se dedicaron en su vida. Particularmente, esa sensación de cierto desasosiego, la experimento con mayor intensidad al ver fotografías donde aparecen personas anónimas, paseando por la calle, trabajando o simplemente mirando con extrañeza aquellos primeros aparatos fotográficos que, para ellos, debían ser poco menos que instrumentos propios de prácticas de brujería.
Pero esa sensación se torna pronto en alegría cuando, pensándolo dos veces, me doy cuenta de que esas personas tal vez no hayan muerto del todo: la fotografía tiene ese poder inmortalizador de capturar para siempre instantes que de otro modo se hubieran desvanecido para siempre. En cierto modo, esas personas para mí siguen existiendo, y lo seguirán haciendo mientras alguien mire esas fotografías. Sin duda, la fotografía tiene ese don tan maravilloso.
Esta reflexión me ha venido a la cabeza al descubrir, por casualidad, a la que creo que es la misma persona en dos fotografías diferentes tomadas por diferentes autores en el mismo lugar (los alrededores de la Iglesia de Santiago del Arrabal y la Puerta de Bisagra cuando dicha puerta tenía viviendas adosadas en ambos lados de la calle) hacia el año 1885. Se trata de una persona bastante peculiar: viste unos ropones blancos a modo de enorme blusa como atuendo en ambas estampas, con una gorra de plato en su cabeza. En una de las fotografías, tomada por el genio de Mazarambroz, Don Casiano Alguacil, este peculiar personaje aparece sujetando un enorme palo en una escena algo extraña que pareciera simular un forcejeo con otro toledano de oscuras vestimentas:
La otra fotografía en la que creo que aparece, fue tomada hacia 1890 por un viajero anónimo inglés y es propiedad de la Casa de los Tiros de Granada. En esta estampa, el personaje viste el mismo ropón claro y la misma gorra pero con pantalones diferentes. Aparece casi en el mismo lugar de la otra foto descendiendo (¿o tal vez subiendo?) de una acémila con las alforjas cargadas de mercancía. La foto está firmada en inglés con un escueto "Toledo. The Gate":
Ampliando las imágenes se pueden ver mejor estas descripciones:
Aún más ampliadas:
Tal vez tan solo sean ilusiones mías y no se trate de la misma persona, pero en cierto modo eso es lo de menos. Lo importante es que estas fotografías me han hecho pensar en el poder de la fotografía para convertir en imperecederos los momentos...y me apetecía compartir estas reflexiones con vosotros.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario
Muy buenas reflexiones. Yo también muchas veces he pensado eso al ver las fotos antiguas. "Esa mujer de la foto, ¿qué habría estado haciendo un rato antes o qué haría un rato después?, ¿cómo era su vida cotidiana?" y un largo etc. Me parece admirable realmente el que se puedan inmortalizar así unos momentos que pasaron...
Publicar un comentario