Dentro de esta obra magistral, escrita por un gran conocedor de España —Michener recorrió el país durante casi 40 años desde 1932 hasta finales de los años 60— encontramos un capítulo específico dedicado a la ciudad de Toledo. En este blog, dedicado a la fotografía, me centraré sobre todo en las imágenes contenidas en libro pero no quiero dejar de mencionar algunas impresiones que Michener escribió sobre el tipo de turismo que encontró en la ciudad hace ya más de medio siglo. Es sensacional el pasaje que narra su lamentable experiencia con un camarero en un restaurante (antes de la existencia de TripAdvisor y similares, todos recordaréis que las malas experiencias en restaurantes de ciudades turísticas estaban a la orden del día, y encontrar un establecimiento que se adaptase a tus gustos y bolsillo era poco menos que una lotería):
Me puse a buscar un restaurante donde cenar. Tuve la mala suerte de caer en uno cuya especialidad era engañar a los extranjeros, la mayoría de los cuales solo pasaban un día en la ciudad y al siguiente desaparecían, de modo que podían ser estafados impunemente. No tardaría en ser yo una víctima de esto.
El Gobierno español, dándose cuenta de que las grandes ventajas económicas que reporta el turismo podrían evaporarse con tanta rapidez como aparecieron, ha tomado medidas sensatas para proteger al turista. La cadena de paradores es prueba de ello.
Los restaurantes tienen que ofrecer, además de sus menús a la carta, un menú turístico especial del que se puede obtener una buena comida y una botella de vino a precio fijo. A base de este menú se puede comer bien en España por la mitad de precio que en Italia o Francia.
Pero yo me senté a una de las mesas y dije:
—Voy a tomar sopa de pescado, tortilla a la española y flan.
—¿Y qué vino?
—El que den con la comida.
—No damos nada con la comida.
—Pero aquí pone que…
—Tiene que encargarlo aparte; es extra.
—Pero el menú dice…
—Está usted mirando el menú turístico.
—Sí, eso es lo que quiero.
—No, qué va; no dijo usted nada de menú turístico.
—Lo digo ahora.
—No, ahora ya no vale, tiene que decirlo cuando se sienta.
—Pero si ni siquiera ha pasado el pedido a la cocina…
—Es verdad, pero lo he apuntado; lo que importa es lo que apunto.
—¿Quiere usted decirme que si llego a decir «menú turístico» al sentarme, la comida me hubiera costado solo un dólar con sesenta centavos?
—¡Claro!
—¿Y que, como he tardado tres minutos en hacerlo, la misma comida me va a costar dos dólares con sesenta?
—Más otros sesenta centavos de vino.
Le expliqué lo ridículo de la situación, pero el camarero seguía impasible. Llegó el dueño, miró lo que había apuntado su empleado y se encogió de hombros.
—Si lo que usted quería es el menú turístico, haberlo dicho —gruñó—.
—Lo digo ahora.
—Es demasiado tarde.
Me levanté y me fui del restaurante, mientras el camarero me gritaba y el dueño decía que le debía dinero por haberle manchado la servilleta. Es cierto que la había desdoblado.
Otras anécdotas son también de enorme interés y prefiero invitaros a leer el libro en vez de desgranarlas aquí porque realmente vais a disfrutar mucho. Solo entresacaré una frase que habla del declive de la artesanía de calidad que, ya en 1967, Michener detectaba en Toledo:
Saliendo de Zocodover me vi, dondequiera que fuese, sitiado virtualmente por tiendecitas en las que se vendían toneladas de basura para turistas: ceniceros damasquinados, navajas con incrustaciones, plegaderas que trataban de hacerse pasar por antiguas dagas moras, cerámica llena de florituras, adornada con tristes caballeros alanceando molinos, y banderolas de iridiscentes y chillones colores. Estas tiendas ramplonas no se veían a docenas, sino a cientos, y era deprimente pensar que la artesanía toledana, antes tan prestigiosa, hubiese degenerado de tal manera, después de haber abastecido al mundo medieval de mercancías tan magníficas.
Si el texto del libro es de gran interés y calidad, la parte fotográfica del mismo no se queda en absoluto atrás. Ello es debido al excepcional trabajo del fotógrafo estadounidense Robert Vavra, amigo personal de James A. Michener, con el que recorrió España en infinidad de ocasiones.

Su relación con nuestro país da comienzo en 1958 cuando, atraído por los toros y especialmente gracias a las corridas que ya había conocido en México, se traslada a España con un billete de ida a Madrid en un antiguo barco italiano, el Valcania. Sin formación alguna ni en fotografía ni en zoología o veterinaria, pasó seis años estudiando no solo los toros sino también el mundo del caballo español. De esta etapa, Vavra ha afirmado que "no pude encontrar el tipo de fotografías que quería para el estudio que estaba desarrollando, así que me convertí en fotógrafo por necesidad. Nunca me ha interesado la cámara... Realmente no me considero un fotógrafo. Soy artista y narrador”.
Se sumergió de tal modo en la tradición taurina y la vida del toro bravo que su pasión culminó con la publicación de un libro titulado Toros de Iberia en 1972. Llegó a convertirse en amigo personal del legendario matador de toros Juan Belmonte, y cabalgaba con él a caballo en sus fincas cuidando y supervisando sus reses bravas. Del mismo modo, gracias a que compartían nacionalidad, también trabó gran amistad con el torero estadounidense John Fulton, compartiendo con él sueños, miedos, aventuras y vivencias.
Más adelante, en 1988, Vavra se mudó a Ololasurai (Kenia) dando comienzo a una estancia de seis años con el pueblo tribal masai, lo que llevó a la publicación del libro Una tienda de campaña con vistas en 1991. Vavra pagó de su bolsillo la educación de varios niños masai y, ya de regreso al continente americano, financió la construcción de una escuela en México, donde, desde su construcción, más de 5.000 niños y niñas han aprendido a leer y escribir.
Pero vayamos ya a la parte toledana de su obra: las fotografías que obtuvo en 1967 por encargo de su amigo James A. Michener para el libro Iberia del que os hablé al comienzo. Han transcurrido más de 55 años desde entonces y la ciudad ha cambiado en bastantes aspectos, por lo que poder diseccionar sus fotografías resulta muy interesante. En mi opinión, la mejor imagen de todas es esta en la que Vavra inmortalizó a un heterogéneo grupo de toledanos en la parada del Katanga en los soportales de Zocodover:














No quiero terminar esta entrada sin agradecer a la Universidad de Colorado del Norte la cesión de algunas de las fotografías incluidas en ella, así como su labor de conservación de los fondos de Vavra.

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