El libro titulado Iberia: Travels and Reflections, escrito por James A. Michener y publicado en 1968, fue un auténtico best seller. Se vendieron millones de ejemplares de esta obra, que es clave en la literatura de viajes de mediados del siglo XX por retratar de manera extraordinaria la realidad de aquella España que se encontraba en pleno proceso de cambio entre su pasado, marcado aún por las penurias de la posguerra, con una sociedad muy anticuada y predominantemente rural, y el incipiente desarrollismo que propiciaba la apertura del régimen tanto en lo económico como en lo social, más patente en las grandes ciudades y en las zonas costeras más turísticas.
Dentro de esta obra magistral, escrita por un gran conocedor de España —Michener recorrió el país durante casi 40 años desde 1932 hasta finales de los años 60— encontramos un capítulo específico dedicado a la ciudad de Toledo. En este blog, dedicado a la fotografía, me centraré sobre todo en las imágenes contenidas en libro pero no quiero dejar de mencionar algunas impresiones que Michener escribió sobre el tipo de turismo que encontró en la ciudad hace ya más de medio siglo. Es sensacional el pasaje que narra su lamentable experiencia con un camarero en un restaurante (antes de la existencia de TripAdvisor y similares, todos recordaréis que las malas experiencias en restaurantes de ciudades turísticas estaban a la orden del día, y encontrar un establecimiento que se adaptase a tus gustos y bolsillo era poco menos que una lotería):
Me puse a buscar un restaurante donde cenar. Tuve la mala suerte de caer en uno cuya especialidad era engañar a los extranjeros, la mayoría de los cuales solo pasaban un día en la ciudad y al siguiente desaparecían, de modo que podían ser estafados impunemente. No tardaría en ser yo una víctima de esto.
El Gobierno español, dándose cuenta de que las grandes ventajas económicas que reporta el turismo podrían evaporarse con tanta rapidez como aparecieron, ha tomado
medidas sensatas para proteger al turista. La cadena de paradores es prueba de ello.
Los restaurantes tienen que ofrecer, además de sus menús a la carta, un menú turístico especial del que se puede obtener una buena comida y una botella de vino a precio
fijo. A base de este menú se puede comer bien en España por la mitad de precio que en Italia o Francia.
Pero yo me senté a una de las mesas y dije:
—Voy a tomar sopa de pescado, tortilla a la española y flan.
—¿Y qué vino?
—El que den con la comida.
—No damos nada con la comida.
—Pero aquí pone que…
—Tiene que encargarlo aparte; es extra.
—Pero el menú dice…
—Está usted mirando el menú turístico.
—Sí, eso es lo que quiero.
—No, qué va; no dijo usted nada de menú turístico.
—Lo digo ahora.
—No, ahora ya no vale, tiene que decirlo cuando se sienta.
—Pero si ni siquiera ha pasado el pedido a la cocina…
—Es verdad, pero lo he apuntado; lo que importa es lo que apunto.
—¿Quiere usted decirme que si llego a decir «menú turístico» al sentarme, la comida me hubiera costado solo un dólar con sesenta centavos?
—¡Claro!
—¿Y que, como he tardado tres minutos en hacerlo, la misma comida me va a costar dos dólares con sesenta?
—Más otros sesenta centavos de vino.
Le expliqué lo ridículo de la situación, pero el camarero seguía impasible. Llegó el dueño, miró lo que había apuntado su empleado y se encogió de hombros.
—Si lo que usted quería es el menú turístico, haberlo dicho —gruñó—.
—Lo digo ahora.
—Es demasiado tarde.
Me levanté y me fui del restaurante, mientras el camarero me gritaba y el dueño decía que le debía dinero por haberle manchado la servilleta. Es cierto que la había
desdoblado.
Otras anécdotas son también de enorme interés y prefiero invitaros a leer el libro en vez de desgranarlas aquí porque realmente vais a disfrutar mucho. Solo entresacaré una frase que habla del declive de la artesanía de calidad que, ya en 1967, Michener detectaba en Toledo:
Saliendo de Zocodover me vi, dondequiera que fuese, sitiado virtualmente por tiendecitas en las que se vendían toneladas de basura para turistas: ceniceros damasquinados, navajas con incrustaciones, plegaderas que trataban de hacerse pasar por antiguas dagas moras, cerámica llena de florituras, adornada con tristes caballeros alanceando molinos, y banderolas de iridiscentes y chillones colores. Estas tiendas ramplonas no se veían a docenas, sino a cientos, y era deprimente pensar que la artesanía toledana, antes tan prestigiosa, hubiese degenerado de tal manera, después de haber abastecido al mundo medieval de mercancías tan magníficas.
Si el texto del libro es de gran interés y calidad, la parte fotográfica del mismo no se queda en absoluto atrás. Ello es debido al excepcional trabajo del fotógrafo estadounidense Robert Vavra, amigo personal de James A. Michener, con el que recorrió España en infinidad de ocasiones.
Robert Vavra nació el 9 de marzo de 1935 en Glendale (California) y es un escritor y fotógrafo afincado en la localidad californiana de El Cajón, aunque también reside durante las temporadas de verano en España.
Su relación con nuestro país da comienzo en 1958 cuando, atraído por los toros y especialmente gracias a las corridas que ya había conocido en México, se traslada a España con un billete de ida a Madrid en un antiguo barco italiano, el Valcania. Sin formación alguna ni en fotografía ni en zoología o veterinaria, pasó seis años estudiando no solo los toros sino también el mundo del caballo español. De esta etapa, Vavra ha afirmado que "no pude encontrar el tipo de fotografías que quería para el estudio que estaba desarrollando, así que me convertí en fotógrafo por necesidad. Nunca me ha interesado la cámara... Realmente no me considero un fotógrafo. Soy artista y narrador”.
Se sumergió de tal modo en la tradición taurina y la vida del toro bravo que su pasión culminó con la publicación de un libro titulado Toros de Iberia en 1972. Llegó a convertirse en amigo personal del legendario matador de toros Juan Belmonte, y cabalgaba con él a caballo en sus fincas cuidando y supervisando sus reses bravas. Del mismo modo, gracias a que compartían nacionalidad, también trabó gran amistad con el torero estadounidense John Fulton, compartiendo con él sueños, miedos, aventuras y vivencias.
Más adelante, en 1988, Vavra se mudó a Ololasurai (Kenia) dando comienzo a una estancia de seis años con el pueblo tribal masai, lo que llevó a la publicación del libro Una tienda de campaña con vistas en 1991. Vavra pagó de su bolsillo la educación de varios niños masai y, ya de regreso al continente americano, financió la construcción de una escuela en México, donde, desde su construcción, más de 5.000 niños y niñas han aprendido a leer y escribir.
Pero vayamos ya a la parte toledana de su obra: las fotografías que obtuvo en 1967 por encargo de su amigo James A. Michener para el libro Iberia del que os hablé al comienzo. Han transcurrido más de 55 años desde entonces y la ciudad ha cambiado en bastantes aspectos, por lo que poder diseccionar sus fotografías resulta muy interesante. En mi opinión, la mejor imagen de todas es esta en la que Vavra inmortalizó a un heterogéneo grupo de toledanos en la parada del Katanga en los soportales de Zocodover:
Se trata de una imagen tan rica en matices que está compuesta, como si se tratara de un cuadro de Velázquez, por varias microescenas que parecen narrar a la vez diferentes historias. Uno no puede dejar de imaginar las distintas peripecias vitales de cada uno de los retratados, en aquel Toledo que, poco a poco, iba viendo cómo la ciudad se ensanchaba más allá de las murallas generando nuevas barriadas que necesitaban ser interconectadas con ese corazón que Zocodover siempre será para Toledo. Comenzando de izquierda a derecha, tenemos estas mujeres que parecen atentas a algo que sucede fuera de la escena:
Junto a ellas, este elocuente contraste entre una mujer de avanzada edad que mira en dirección opuesta a donde dirigen sus ojos las toledanas más jóvenes de la fotografía. Es como una metáfora visual del Toledo que miraba al pasado, aún de luto y con pocas esperanzas, en contraste con la ciudad rejuvenecida que deseaba afrontar el futuro con la ilusión de un tiempo nuevo:
A continuación, una mujer que parece muy ilusionada con poder degustar esa misma tarde el brillante melón que porta en sus brazos, nos recuerda que a menudo la felicidad se esconde en los sencillos detalles de lo cotidiano:
Junto a ella, una madre vigila con la mirada a su pequeño, el cual porta un simpático sombrerillo. ¡Qué expresivo es el gesto de ella, que denota una felicidad orgullosa pero a la vez atenta a una posible inminente travesura del chaval!
Para finalizar, un hombre y una mujer que comparten rostro preocupado, absortos en sus pensamientos y aprovechando el rato de espera del katanga para dejarse llevar por esa mente, la humana, que cuando menos lo esperamos nos atrapa y esclaviza alejándonos del instante presente.
Robert Vavra tomó otra sensacional fotografía: una niña que parece vestida de primera comunión inmortalizada a la puerta de la iglesia. ¿Volverá la magia de internet a deleitarnos con la identificación de esta jovencísima protagonista? ¿No sería precioso poner nombre y apellidos a una sonrisa tan sincera y auténtica?
No menos sincera, no menos auténtica y —por supuesto— no menos bella es esta fotografía de un tendero con su mandil que se adivina verdinegro, tal como el que usaban los pescaderos. Sin embargo, la imagen en esta ocasión no transmite alegría, sino la pesada carga del paso de los años a través de la mirada de su protagonista.
En el interior de una iglesia o de una tienda de antigüedades, Vavra inmortalizó el patetismo de esta desvencijada imagen procedente de algún viejo retablo toledano, en el que es visible la carcoma, que convive con la sorprendente supervivencia de parte de su ropaje de tela, cuya textura fue magistralmente captada por el fotógrafo haciendo un excelente uso de la luz:
El primer plano de los daños que la metralla causó en 1936 al monumento al Comandante Villamartín, obra de Mariano Benlliure situada junto al Alcázar, es otra de las fantásticas fotografías toledanas de Robert Vavra en 1967:
En esta imagen de una bella aldaba o llamador, Robert Vavra demostró de nuevo un gran talento fotográfico a la hora de captar las texturas gracias a la luminosidad:
También es de gran belleza el efecto de la luz atravesando la filigrana de una de las ventanas de la Sinagoga del Tránsito:
Para terminar, esta fotografía de un escaparate de una tienda de damasquinos:
Creo que coincidiréis conmigo, tras haber visto estas fabulosas fotografías, en que Robert Vavra es justamente considerado un autor de culto en la historia de la fotografía de la segunda mitad del siglo XX. Personalmente, no me cabe duda de que si el libro Iberia llegó a vender millones de ejemplares no fue debido solo a la calidad de los textos de Michener, sino que también tuvieron mucho que ver las impresionantes fotografías con que Robert Vavra complementó y enriqueció la obra.
No quiero terminar esta entrada sin agradecer a la Universidad de Colorado del Norte la cesión de algunas de las fotografías incluidas en ella, así como su labor de conservación de los fondos de Vavra.
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