En los tiempos actuales, quien más quien menos ha tenido oportunidad de viajar a otra ciudad por motivos turísticos. Dejar plasmado ese viaje como recuerdo imborrable en forma de fotografías es y será uno de los mayores placeres del hecho de conocer lugares nuevos. Hoy en día, con las cámaras digitales, todos podemos realizar cuantas fotografías nos venga en gana -o hasta que se agote la batería o la capacidad de la memoria del dispositivo- pero hasta no hace tanto, todos recordamos que, con las cámaras de carrete de película, había que economizar y disparar con prudencia...aunque la duda sobre si al revelar las imágenes éstas serían aceptables en ocasiones nos hacía tomar alguna foto de más.
Pero, ¿cómo afrontaban los primeros turistas este reto de dejar constancia fotográfica de su visita? No olvidemos que en aquellos primeros casos, las cámaras eras muy diferentes de las que hoy conocemos y el número de fotografías que se podían tomar mientras se disfrutaba de una visita era bastante limitado.
Para resolver esta duda del modo más visual posible, hoy os traigo dos reportajes realizados por turistas franceses en Toledo nada menos que en 1906 y en 1909 que recientemente he recopilado.
Comenzaremos por el grupo de fotografías tomadas en 1906 por una familia adinerada francesa en nuestra ciudad. Como a nosotros nos ocurre en la actualidad, el fotógrafo hizo un esfuerzo por capturar una mezcla de belleza -monumentos, paisajes...- con curiosidades que le llamaran la atención. Una de estas curiosidades quedó plasmada en esta soberbia fotografía de unas vacas en la preciosa calle de Santa Fe, tomada desde las inmediaciones del Arco de la Sangre, con la inconfundible vista del Convento de Santa Fe al fondo, donde hoy se sitúa el bar El Trébol:
Curioso debía también resultar ver el estado de abandono de algunos monumentos. Sin ir más lejos, este era el deplorable estado del patio del Hospital de Santa Cruz en 1906:
En nuestros días, una de nuestras prioridades es dejar constancia de nuestra presencia en alguna de las fotografías para que quien las vea lo pueda comprobar. En 1906 ya lo tenía claro este fotógrafo que inmortalizó al grupo de personas que le acompañaba en las inmediaciones del Puente de Alcántara en estas dos deliciosas e impagables fotografías:
Cuando viajamos, evidentemente, no podemos evitar fotografiar los paisajes y monumentos que más llaman nuestra atención. Y está claro que Toledo enamoró al fotógrafo viajero que en 1906 no pudo dejar de retratar la vista desde el Valle, el por entonces limpio y caudaloso Tajo y los puentes que lo cruzan:
En el corazón de Castilla, como es Toledo, el fotógrafo no dejó pasar la oportunidad de retratar uno de esos símbolos que dan el nombre a nuestra tierra: los castillos. En este caso, el legendario Castillo de San Servando:
Para un francés, cuyo país fue la cuna del arte gótico, debía ser impresionante ver joyas arquitectónicas de este estilo tan lejos de su tierra. El claustro de San Juan de los Reyes era un buen ejemplo para mostrar en casa a su regreso...
Pasemos ahora al viaje que también unos franceses realizaron a Toledo en 1909. De nuevo, las vistas generales de la ciudad asombraron al portador de la cámara:
El Puente de San Martín, que encandila siempre a quien por primera vez lo admira...
El Puente de Alcántara, que por entonces veía crecer alguna higuera entre sus sillares (siempre me ha sorprendido esta capacidad de las higueras para germinar y prosperar entre los sillares de los monumentos toledanos en los puntos más inverosímiles...):
Tres años después del anterior reportaje, el estado del Hospital de Santa Cruz no era en absoluto mejor:
La Plaza del Ayuntamiento, la Catedral...¡cómo no iban a llamar la atención de los primeros turistas!
Por supuesto, el río Tajo siempre era motivo de admiración de cuantos venían:
Los patios y claustros de los principales monumentos, eran parada obligada:
Un hecho muy curioso es que este turista fotografiase en sentido inverso al habitual el aspecto de la calle de Santo Tomé. El 99,9% de las estampas de esta calle muestran la torre de la iglesia, pero sin embargo él nos dejó esta joya que permite ver los restos del colegio de San Bernardino y la confitería de Santo Tomé:
¿Quién no ha tomado una foto desenfocada, descentrada o con un objeto delante? En 1909 ya les pasaba...
Esta es una de las más bellas fotografías del Arco de la Sangre que jamás he visto. A la izquierda, como una aparición, la imponente y sobria presencia del muro de la desaparecida y renombrada Posada de la Sangre:
La Puerta del Sol, con su impecable estilo mudéjar:
Para finalizar, esta curiosa foto. ¿Quién se aventura a adivinar dónde está tomada? Muchas gracias por vuestra colaboración de antemano:
Esperando que os haya gustado esta curiosa entrada os animo a tomar y conservar fotografías de todos vuestros viajes...¡con el tiempo pueden ser joyas muy valoradas!
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1 comentario
Un comentario a la casi milagrosa presencia de las higueras que vegetan entre los sillares de los puentes que cruzan el ex-río ex-Tajo. En este caso del anónimo fotógrafo francés la intrépida higuera se asienta en el Puente de Alcántara. Pero tampoco se han privado de hacerlo en el Puente de San Martín. Así, quise dejar constancia gráfica de ello en la fotografía que para la contraportada de mi “De árboles en Toledo” realizó Bienvenido Vargas Corral.
De hecho, en aquel libro acuñé una novedosa metáfora que, con el nombre de “la muralla vegetal”, pretendía resaltar que hay tres especies en Toledo, las higueras, los almeces y los ailantos, que se han tomado la molestia de casi rodear la ciudad con su aparición espontánea en los lugares más inverosímiles de los entornos del recinto amurallado.
Para los seguidores del blog que sientan curiosidad por conocer la descripción de esta “muralla vegetal” les remito a la extensa referencia que hice de ella a partir de la página 171.
Pero en concreta alusión ahora a la higuera quiero detenerme en el protagonismo de esta especie como posible origen de la propia denominación de los cigarrales de Toledo con tal nombre. En su reciente y admirable obra “Memorias del Cigarral, 1552-2015”, se adentra su autor don Gregorio Marañón Bertrán de Lis en el inveterado asunto del origen y etimología de estas fincas tan representativas del entorno de la ciudad. Repasa las muy distintas hipótesis de la procedencia del nombre para concluir que, de entre ellas, además de la clásica –“en el estío cantan allí mucho las cigarras”– opta por el criterio del arabista Emilio García Gómez. Este autor sostiene que durante la época árabe la abundancia de ese arbolado en la zona la convertía en un “figueral”, lo que por derivación fonética nos llevaría al término “cigarral”.
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