Si hay un lugar en Toledo que merece el calificativo de idílico, ese es el Cigarral del Santo Ángel Custodio. En una ciudad en la que a menudo los responsables de jardines públicos se excusan en la dureza de nuestro clima para tener las zonas verdes en un deplorable estado, existe este oasis para los sentidos. Todo un homenaje al buen gusto y a la jardinería de primerísimo nivel que demuestra que, con una correcta selección de especies y con la dedicación suficiente, Toledo puede albergar -y de hecho lo hace- uno de los mejores jardines de España, y me atrevería a decir que al mismo nivel de los grandes jardines europeos.
Pero el Cigarral del Santo Ángel Custodio es mucho más que un bellísimo jardín. Se trata de un emplazamiento cargado de historia desde tiempos muy remotos. Aquí sitúan algunas fuentes una palestra en época romana, y en sus inmediaciones otros han querido ubicar el emplazamiento del legendario monasterio visigótico de Agali. Fue Sixto Ramón Parro quien citó un documento del siglo XII en el que se menciona la donación de unos batanes y de la tierra que los precedía situados “en el valle de Agalén a la Solanilla”. Parece ser que este topónimo de Agalén podría proceder del nombre de Agali. Recientes estudios de Ramón Gonzálvez sitúan este monasterio en la cercana zona de La Peraleda.
Ya en época musulmana, parece que el terreno donde se asienta el cigarral fue el lugar donde se levantaba el palacio de verano de un destacado mandatario islámico. Se ha mencionado repetidamente que se trataba de un rey, pero todo parece indicar que se trataría del gobernador de Toledo Abd Allah ibn Abd al-Aziz, más conocido como "Piedra Seca" (es citado otras veces como Abd al-Aziz al-Marwani). Es en esta época cuando se sitúa una preciosa leyenda que tiene muchas trazas de estar basada en hechos con cierta verosimilitud. Esta leyenda, que habría sucedido alrededor del año 1000, fue por primera vez escrita nada menos que en un romance algo posterior al año 1119, en el Chronicón del obispo de Oviedo D. Pelayo. En ella se dice que el rey de León Alfonso V dio por bien de paz a cierto rey musulmán de Toledo una hermana en matrimonio, no sin que ella se resistiera mucho y amenazara al futuro marido con que el ángel del Señor le heriría si la tocaba. Según este romance, una sola vez tuvo el Rey acceso con ella, y el ángel le hirió de muerte. Sintiéndose próximo a su fin, el rey mandó devolver la Infanta con gran comitiva y muchos camellos cargados de oro, plata, piedras preciosas, ricas vestiduras y otros magníficos presentes. La Infanta entró monja en San Pelayo de Oviedo, y allí fué enterrada. En versiones posteriores -la del arzobispo Jiménez de Rada- es cuando se añade el nombre del rey musulmán: Abdalla. Fue el arabista francés Reinhart Dozy quien intentó descubrir en el siglo XIX si la leyenda era cierta. Dozy demostró que en efecto existió esa infanta, llamada Teresa, hermana de Alfonso V e hija del rey Bermudo II. Comprobó que, en efecto, esta infanta tuvo su residencia en el monasterio de San Pelayo de Oviedo -donde firmó un diploma en 22 de diciembre de 1037- y consta su fallecimiento el 25 de abril de 1039. En su largo epitafio se la llama Tarasia Christo dicata, proles Beremundi regis et Geloriae Reginae, clara parentatu, clarior et merito (queda pues claro: "Teresa se dedicó a Cristo, hija del rey Beremundo -Bermudo- y la reina Geloria -Elvira-").
En cuanto a las fuentes árabes, también Aben Jaldún y Aben al Jatib recogen el matrimonio, si bien dicen que el marido fue nada menos que Almanzor. Esta hipótesis puede descartarse como demostró Emilio Cotarelo.
De esta preciosa manera describe la Crónica General del rey Alfonso X hacia 1270 esta historia:
«Cuenta la estoria que este rey Don Alfonso mantuvo bien su reyno, por consejo de los sabios, por quien él se guiava; mas empero que él era niño dió con poco seso a su hermana Doña Teresa a Abdalla, rey de Toledo, por razon que le ayudasse contra el rey de Cordoua; pero esto non fizo él de si mismo, mas por consejo de los altos homes, porque hoviesse paz con él, ca fazie en la tierra mucho daño: e aquel Abadalla fizie infinta que era Christiano; pero escondidamente; e hauie ya jurado e prometido al rey Don Alfonso de le ayudar contra los moros a quien quier que viniesse; pero este casamiento non fué con prazer de la dueña: e despues que gela houieron llevado a Toledo, quiso el moro aver con ella su prazer e su solaz, e la dueña le dixo: «Yo soy Christiana, e tú eres moro, e non ha menester que me tangas, ca yo non quiero hauer companna con home de otra ley: e digote que si pusieres mano en mí, o me fizieres pesar, que te matará luego el Ángel de aquel mi Señor Iesu Christo en quien yo creo.» E el moro non se dió nada por ello; e tovol en desden, e trauó della e fizo su voluntad en ella; mas luego a poca de ora le firió el Ángel de Dios de una tan grande enfermedad donde bien cuydó ser muerto, e llamó sus homes e mandó cargar muchos cauallos de oro, e de prata, e de piedras preciosas, e embió todo aquello de consuno con la dueña para Leon, a su hermano el rey Don Alfonso, e duró ella muy grand tiempo en la ciudad en habito de monja viviendo honesta e sancta vida.»
Todas estas versiones e investigaciones fueron recopiladas por Marcelino Menéndez Pelayo y en ellas queda claro que existió un matrimonio en Toledo entre un mandatario musulmán y la Infanta Teresa en una fecha que bien pudiera haber sido alrededor de 1003. Lo que no queda claro es el nombre del novio, que pudo ser con mayores probabilidades el mencionado gobernador Piedra Seca o tal vez un rey citado como Aben-Yaich o Aben Jaich, quedando descartada la hipótesis de Almanzor. Lo cierto es que de esta maraña de nombres y fechas llegó a nuestros días emplazada en este lugar la leyenda denomindada "La Pesca del Oro", recogida ya en el siglo XIX por Olavarría y Huarte y que cuenta cómo fueron arrojados al río durante la boda multitud de objetos como platos, cubiertos y vasos de oro y plata, los cuales fueron extraídos con una gran red y repartidos entre los comensales al final del banquete.
Ya en época cristiana, se sabe que fue el Marqués de Villena el dueño de los terrenos y que en el siglo XVI fueron adquiridos por el Cardenal Sandoval y Rojas, que convirtió este lugar -al igual que hiciera con el también suyo Palacio de Buenavista- en un punto de reunión de artistas, poetas y hombres destacados en las letras y en las ciencias como Lope de Vega o Tirso de Molina entre otros. Este prelado cedió parte de la finca a los frailes Capuchinos de San Francisco, que fundaron aquí en 1611 uno de sus principales monasterios. En 1631 contrataron las obras para la construcción de la capilla conventual (actual ermita), bajo las trazas de Juan Bautista Monegro, finalizándose en 1633. Preside la nave principal un formidable lienzo de siete metros de alto y cuatro de ancho obra de Vicente Carducho, pintor de la corte de Felipe III. La razón de la advocación de la ermita al Santo Ángel Custodio no está clara, pero bien podría deberse a los hechos narrados en el romance medieval, si bien Porres apunta al deseo de Luis Hurtado de Toledo.
Cuando los capuchinos se mudan en tiempos del Cardenal Moscoso a las cercanías del Alcázar, el cigarral se convierte en residencia privada. Se sabe que su propietario en 1869 era Manuel María Herreros, y que sus restos y los de su esposa fueron trasladados al cigarral en 1876. Las primeras fotografías del cigarral datan de finales del siglo XIX y principios del XX, con un aspecto muy diferente del actual:
En el cigarral se celebra desde tiempo inmemorial una romería, que no era de las más concurridas de la ciudad cuando se tomaron las primeras fotografías :
A mediados de siglo, el cigarral fue adquirido por la destacada poetisa Fina de Calderón, que volvió a hacer del cigarral un templo para la cultura como lo fuese antaño. Se trasladó a la entrada principal la formidable portada renacentista típicamente toledana -de frontispicio de vuelta redonda- procedente del Palacio de Rodrigo Niño Lasso, conde de Añover, más conocido como Casa o Palacio de Munárriz que estaba siendo desmantelado y cuyas columnas acabaron en París:
Estas son fotos del cigarral de mediados de siglo siendo ya propietaria Fina de Calderón. En varias de ellas aparece ella:
Recientemente, el gran fotógrafo David Utrilla ha rescatado de una muerte segura una serie de negativos que iban a ser tirados entre los cuales han aparecido preciosas fotografías del Cigarral del Ángel y su romería:
Pero la época de mayor esplendor para el cigarral en los últimos siglos comenzó cuando en los años 90 fue adquirido por la empresa Seguros Soliss. Esta compañía es a la que Toledo le debe, en primer lugar la costosa y formidable rehabilitación de la ermita y los escasos restos del monasterio, y sobre todo la maravillosa creación y mantenimiento de los extensos jardines que rodean todo el complejo histórico del cigarral. Sin duda se trata de una labor que ha recuperado un entorno histórico, lo ha mejorado hasta niveles de excelencia y ha sido capaz de revitalizar una romería que languidecía y que es hoy una de las más concurridas pues nadie quiere perderse la jornada de puertas abiertas que ese día permite ver la totalidad de la finca.
Es, además, un lugar especial para mí por muchas razones. Y lo será aun más a partir del sábado 21 abril, pues allí se casará mi hermano José Ignacio -Coti para todos los que le queremos- con Carolina. Es a ellos a quien va dedicada esta entrada que quiero finalizar con estas palabras para mi hermano:
Coti: quiero que sepas que no hay nada que desee más en esta vida que tu felicidad. Eres para mí algo más que un hermano. Eres parte de mí. Viniste al mundo cuando yo aún no tenía recuerdos, por lo que mi vida es inconcebible sin tí a mi lado. Desde pequeños lo compartimos todo: habitación, juegos, libros, ilusiones, llantos, aficiones, colegio, ropa y amigos.
Se habla siempre de la importancia de tener un hermano mayor, pero es también un inmenso tesoro tener un hermano pequeño. En tu caso, el más pequeño de cuatro. Un hermano pequeño alarga tu infancia -el periodo más bonito de una persona- pues quiere seguir jugando contigo cuando tus amigos empiezan a dejar de hacerlo; despierta en tí el sentimiento de responsabilidad, ya que aprendes a comprender que eres el espejo donde a menudo él se mira; conoces qué es la ternura que inspira la inocencia -nunca olvidaré el día que supe que los reyes magos no eran quien yo pensaba, mientras tu aun lo ignorabas...-; en definitiva, un hermano pequeño, un hermano como tú, es algo así como el cordón umbilical que te une a tu pasado aún reciente. Es tu sombra y es tu eco, es tu paisaje, es tu alegría y tu consuelo...es tu vida.
Te quiero, hermano. Que seáis muy felices. Cuida de Carol y que ella cuide de tí. Y nunca os vayais a dormir enfadados: haced como tu y yo siempre hacíamos, a veces uno, a veces otro -no necesariamente el que llevaba razón-, pedíos perdón antes de cerrar los ojos.
El Cigarral del Santo Ángel Custodio en Google Maps:
Ver Toledo Olvidado en un mapa más grande
Enlaces de interés para saber más:
- El Monasterio Agaliense de Toledo, por Juan Moraleda y Esteban (1922)
- Página oficial del Cigarral del Santo Ángel Custodio
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6 comentarios
Eduardo, una vez más tengo que felicitarte, por esta maravillosa entrada, en parte, histórica, en parte emotiva, de pequeña me llevaron varias veces a la romería del Ángel , también a la de la Virgen del Valle, mi hermana lleva su nombre y también es la pequeña, comprendo todo lo que sientes hacia tu hermano, y lo comparto, mi más sincera enhorabuena para el y su futura compañera, y para ti, un abrazo sincero de una Admiradora de tu maravilloso talento.
Que tengas una feliz semana.
Edu me ha encantado este artículo, ahora mismo le paso el link a Poto para que lo cuelgue por todas las oficinas de Soliss. Además de interesante es muy emotivo, le deseo a tu hermano toda la felicidad del mundo. Un abrazo.
Una entrada preciosa. Los mejores deseos para tu hermano. El enlace a Soliss no funciona :-)
Tengo la impresión de que los toledanos que somos asiduos seguidores de Toledo Olvidado encontramos uno de sus mayores atractivos en poder reconocer en cualquiera de las fotografías a personajes más o menos públicos o, simplemente, personas de la vida privada y cotidiana de la ciudad –amigos, familiares, vecinos, conocidos– que en aquel momento eran circunstanciales figurantes de la escena retratada. “Paisanaje del paisaje” podríamos decir. En no pocas entregas del blog estos “descubrimientos” –en Tornerías, en la Calle Ancha, en Zocodover– han resucitado, con alegre emoción para sus más próximos, el recuerdo de personas queridas que ya no están con nosotros, y que estas fotografías vienen a afirmarnos en nuestra fe de que, en realidad, nunca se han ido ni se irán del todo. He aquí también unos de los aspectos más admirables de este blog de Eduardo Sánchez Butragueño.
En esta entrega, extraordinariamente hermosa, del Cigarral del Santo Angel Custodio y de su romería, quiero citar entre mis descubrimientos –alguno ni siquiera merecería tal nombre– al que fuera Canónigo Magistral de la Catedral de Toledo, don Filiberto Díez Pardo, persona ilustrísima del clero toledano de la época, a quien recuerdo, en mis frecuentes asistencias de adolescente a los oficios religiosos de La Dives Primada, exhibiendo en sus homilías y discursos sagrados, una bellísima oratoria, espectacularmente escenificada en sus gestos y tonos de voz, y que a mi, ya con admiración por las metáforas y por la belleza del buen decir, me impresionaban profundamente. Para mí, escuchar a don Filiberto en el púlpito de la epístola, del Altar Mayor, junto a la rejería de Francisco de Villalpando, más allá de cualquier adhesión a mi credo católico, se había convertido en un reclamo de connotaciones casi literarias.
En el afortunado rescate de esta serie del fotógrafo David Utrilla que nos ofrece Eduardo, aquí aparece el bueno de don Filiberto en algunas escenas de la procesión de la romería de aquellos lejanos años, que por la profusión de gabardinas y paraguas debió caer en un día lluvioso, como alguno de éstos de nuestro abril de estas fechas –“las lluvias de abril y el sol de mayo” del olmo de Machado–, que nos han hecho, al menos de momento, perder el miedo a otra de las “pertinaces sequías”.
Es inefable la foto del Magistral, protegido bajo el paraguas, único en la escena, en la propia puerta de la ermita a la salida de la procesión, y con el primer plano de la banda de cornetas y tambores –seguro que la del Regimiento Cantabria 36, el más popular de la ciudad– cuya asistencia a este tipo de actos religiosos todavía no escandalizaba a nadie como sucede en nuestras democráticas fechas actuales. En alguna apostilla posterior volveré con alguna otra mención a don Filiberto.
Aunque con menos certeza, creo también reconocer, entre las autoridades civiles que acompañaban al Santo Ángel, a don Agustín Conde, padre del que, con el mismo nombre, fuera Alcalde de Toledo no hace muchos años y actual Senador. En un siguiente comentario continuaré con algún otro protagonista de esta serie fotográfica.
Pero quizá la persona del reportaje de Utrilla que merece una mención más especial es la de don Fernando Gutiérrez de Calderón, marqués de Mozobamba del Pozo, ya por entonces propietario del cigarral, esposo de la poetisa Fina de Calderón y cuyo segundo apellido, aparte ser más eufónico y literario, fue incorporado como propio por la escritora. Su verdadero nombre era Josefina de Attard y Tello, apellidos a los que renunció en un gesto de admirable amor conyugal, quizá por compartir con su esposo, más en un segundo plano de imagen pública, su celebridad como poetisa famosa. Don Fernando era de profesión forestal, Perito de Montes, y quienes le conocieron hablan de su carácter extraordinariamente educado y amable.
Eran todavía romerías que, aparte la presencia oficial de las autoridades civiles del régimen y las eclesiásticas afines –“nacional-catolicismo” se le llamaba a la cosa– aún no se habían contaminado de la actual “ocupación”, estrictamente política por mucho que se ornamenten con paellas y reclamos similares, que se produce, sobre todo en la romería de El Valle en años electorales, con un cierto y evidente oportunismo de propaganda por parte de los partidos políticos en liza que, en mi modesta opinión, sería perfectamente prescindible, aunque sólo fuera por un elemental respeto al día romero y al auténtico motivo que convoca a la multitud de asistentes. Pero, en fin, así son las cosas.
Y aprovechando que el Tajo pasa por Murcia, en mi recuerdo del Magistral Díez Pardo, quiero traer a colación un importante acontecimiento de la reciente historia de la ciudad en el que don Filiberto era objeto de mención, junto a otros sobresalientes clérigos de la Diócesis toledana. Aunque muy breve y de pasada, la tal cita se hacía en el delicioso artículo dedicado al origen y génesis de “los campos de don Gregorio”, redactado por el propio promotor y factótum fundamental de los mismos, don Gregorio Sánchez Doncel, y con el título “Proceso de la adquisición de los campos de don Gregorio”, asiento material y antecedente físico del posterior Colegio de Nuestra Señora de los Infantes, una vez trasladada su histórica ubicación en la Plaza de la Bellota. La entrega dedicada al “Colegio de Infantes” y alguno de sus emotivos comentarios, de fecha 3 de mayo de 2009, son una de las más entrañables y hermosas remembranzas que Eduardo ha publicado en su blog de Toledo Olvidado.
De la mano de esta mención al canónigo Díez Pardo he llegado –y puede parecer que traído por los pelos, pero en los recuerdos las cosas se mezclan, se entrecruzan y… son así–, en la proximidad inmediata de “los campos de don Gregorio” y del comienzo de la actual y moderna Avenida de Europa, a encontrarme, bien a mi pesar, con ese horroroso mamotreto mastodóntico, todavía hoy en construcción, llamado, para mayor sarcasmo, centro regional de expresión artística. Renuncio a usar las mayúsculas. Semejante armatoste constructivo, sobre las antiguas dependencias de la antigua Escuela de Gimnasia –que, ilusos de nosotros, creíamos recuperada para el mejor uso y disfrute de los toledanos– este horrible bodrio ha pasado con toda clase de méritos a engrosar con lugar muy preferente el que vengo denominando “catálogo de toledicidios”. La desfiguración de ese paisaje urbano de transición entre La Vega y los nuevos barrios de Palomarejos y Santa Teresa y la ocultación que su desproporcionado volumen produce, desde cualquier ángulo de vista, de la hermosa cúpula del Hospital de Afuera, del antiguo hospital de San Lázaro –bellamente glosado por el insigne médico toledano don Alfonso López-Fando en su discurso de ingreso en la Academia– y del histórico Colegio María Cristina, en el que después se ubicó, como ya he referido antes, el Regimiento Cantabria, me hacen pensar si no saldrá, en estos tiempos de saldos y subastas, una buena partida de dinamita a buen precio, que con todas las seguridades posibles y respeto al medio ambiente, eso sí, dieran en tierra con este abominable monstruo hormigonero, triste imagen –una más– de los recientes tiempos de estúpidos e irresponsables despilfarros. Tampoco es que, como cercanía de un fracaso, quede muy lejos el “Toletum” de la entrada por la carretera de Madrid, al parecer menos objeto de crítica por algunos que la escultura ecuestre de Alfonso VI, obra de Martín de Vidales. Y es que, al parecer, no aprendemos. Me pregunto a veces si es que esta ciudad no ha tenido demasiada suerte al escoger como gobernantes a personas algo más sensatas. O, que, por lo menos, entre sus ocultas aficiones, figurara la lectura. Y, a ser posible, lectura sobre la historia de Toledo. Quizá mucho pedir.
Y, por supuesto, no quisiera que se tomara como irreverencia mi amable reproche al Santo Ángel Custodio por no habernos custodiado últimamente de esta clase de atropellos y desaguisados. Quizá es que estuviera más pendiente y ocupado, aunque sólo fuera por proximidad egoísta, de custodiar la magnífica recuperación y extraordinario embellecimiento del Cigarral que, a las orillas del Tajo, la toledanísima sociedad SOLISS ha llevado a cabo en estos últimos años.
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