Humildes habitantes de una ciudad sumida por entonces en la decadencia que posaban con naturalidad, sin perder un ápice de dignidad pese a lucir sus pies descalzos, sus ropas ajadas y su piel abrasada por el sol y el frío. Fueron fotografías en las que quedaron inmortalizados azacanes, lavanderas, pescadores y —sobre todo y especialmente— niños, muchos niños. Los más pequeños fueron sus modelos predilectos y protagonizan una buena parte de su impagable retrato de nuestra ciudad en aquel periodo de la historia. Entre sus extenso archivo había un grupo de imágenes realmente bellas tomadas en un cigarral toledano hacia 1910 cuya ubicación exacta, hasta la fecha, permanecía sin identificar.
Quiso el destino que, en mis frecuentes intercambios de correos electrónicos con el genial investigador José Luis del Castillo, este me remitiera —como complemento a una conversación sobre nuestras respectivas sagas familiares— unas fotografías que cuidadosamente conserva, acompañadas de una prolija cantidad de datos recordados y recabados por José Luis. Al recibirlas, enseguida llamó mi atención una de ellas... ¡esa foto ya la había visto! Unos niños y su perro aparecen en una vista tomada al exterior de una construcción encalada, dos de ellos sentados y una, la más mayor, de pie con sus pies descalzos a la vista. A continuación os pongo la copia conservada por José Luis y, tras ella, la copia que yo conocía que se custodia en el Archivo Histórico Provincial de Toledo.


Además, estamos hablando del que probablemente es el entorno cigarralero más auténtico, y el que fue objeto de una descripción detallada por parte de uno de los más grandes escritores españoles: Benito Pérez Galdós. El canario retrató magistralmente estos parajes en su inmortal obra Ángel Guerra en 1891, donde diseccionaba con su mágica prosa la escarpada orografía de esta zona, los cultivos allí presentes y las vistas de la ciudad que se contemplan desde el lugar, sin olvidarse de la ruda y humilde vida de los cigarraleros encargados de cuidar estas fincas.
La localización inequívoca del lugar donde fue tomada la fotografía que me pasó José Luis era, por tanto, muy importante, no solo por las resonancias literarias del lugar, sino porque me abrió la puerta a la identificación de muchas más imágenes del mismo autor en las que aparecían los mismos niños en diferentes partes de la finca. Para ello, le fui pasando todas las imágenes a José Luis, el cual confirmó —una a una— que se trataba del mismo cigarral de las Pontezuelas.






















En el Catastro de la Ensenada de 1755 aparece citado como Cigarral de la Pontezuela o de Valdecomba (¿tal vez el mismo topónimo que en otros casos aparece como Valdecolomba?), siendo propiedad de la Cofradía del Santísimo Sacramento de la parroquia de Santa Eulalia, contando con 5 fanegas de extensión y 380 árboles de albaricoque y almendros, 30 olivas y 4 álamos negros. Poseía una cerca hecha de piedra y tierra y una casa con dos plantas de 19x20 varas para el guarda.
El 20 de noviembre de 1885, Gregorio Jimeno Quijada, agente de negocios y concejal, nacido en Toledo el 12 de marzo de 1850 y casado con Bernarda Meneses Arellano, sobrina del propietario Lino Pérez Bargueño y de Vicenta Arellano Maestre y hermanastra del pintor Pablo Manzano Arellano, compra el cigarral de Pontezuelas propiedad de Ramona de Roa Onrubia por herencia de su padre y anterior propietario, Pedro de Roa Pinto, y de su marido Braulio García Sánchez.
El 1 de julio de 1886, Gregorio Jimeno, teniente alcalde liberal, vende el cigarral de las Pontezuelas al coronel Antonio Lozano Ascarza, antiguo profesor, subdirector y jefe de estudios de la Academia de Infantería en su primera época y dueño de un colegio de preparación al ingreso en academias militares abierto en la calle de la Trinidad y desde 1883, en la de Santa Úrsula.
El 4 de mayo de 1889, Gregorio Jimeno vuelve a comprar el cigarral de las Pontezuelas, llamado de don Jesús o Villalobos, a Aurora y Carolina Lozano Romero, herederas del coronel Antonio Lozano Ascarza, y construye el pozo del mismo.

El 19 de diciembre de 1909, Gregorio Jimeno fallece en Toledo a los 59 años de edad. El cigarral de su propiedad pasa en herencia a su única hija, Carmen Jimeno Meneses, nacida en Toledo el 8 de mayo de 1882 y casada con Julio Jiménez Jiménez, nacido en Orihuela del Tremedal (Teruel) el 19 de diciembre de 1877, dueño de la farmacia de la calle Cardenal Lorenzana. Ambos eran los abuelos de José Luis del Castillo Jiménez. Es en esta época cuando se toman las fotografías de Pedro Román que hoy protagonizan esta entrada del blog.


Ya a mediados del siglo XX, en los años 60, el cigarral se subdivide en tres, denominados Pontezuelas, Pozo de las Pontezuelas y Santoyo.


No hay comentarios
Publicar un comentario