sábado, 22 de marzo de 2025

Los albaricoques de Toledo o de "hueso dulce"


A lo largo de los siglos, en su proceso de domesticación o selección de aquellas especies tanto animales como vegetales que le resultaban de mayor utilidad, la humanidad ha ido favoreciendo de manera intencionada la consolidación y fijación de ciertas características genéticas que han dado lugar a variedades y subespecies capaces de satisfacer sus requerimientos y necesidades, adaptadas a las condiciones ambientales del lugar en el que vivían esas comunidades humanas.
En el caso de los vegetales, cuando nuestra especie pasó de ser meramente recolectora y nómada a desarrollar la agricultura sedentaria en núcleos de población fijos, y mediante un proceso que llevó miles de años, iniciado a partir de las especies en su estado silvestre, el ser humano logró conseguir variedades bastante diferentes a las iniciales. Frutos más dulces y más grandes, variedades más resistentes a sequías, plagas o enfermedades... en definitiva, un legado precioso conseguido gracias a partes iguales a la inteligencia, el azar y la perseverancia.
Cuando la evolución alcanzó enormes avances y el ser humano logró no solo poblar buena parte del planeta sino también establecer las primeras rutas de intercambio de productos entre las diferentes civilizaciones, esos procesos de obtención de variedades vegetales seleccionadas se vieron enriquecidos al experimentar con el cultivo de estas variedades en ámbitos geográficos muy diferentes, a menudo a miles de kilómetros del lugar de origen de aquellas primeras especies silvestres.
Llegaron entonces las ingeniosísimas estrategias y técnicas agronómicas que iban más allá de la selección, como fueron los cruzamientos o los injertos que consiguieron identificar y fijar para cada lugar concreto, con su clima y su suelo específico, aquellas variedades y técnicas asociadas más adaptadas a las condiciones locales.
En el caso de Toledo, como histórico cruce de civilizaciones y culturas inmersas en ese proceso, que he resumido de forma esquemática, fueron llegando en diversas oleadas especies y técnicas que lograron establecer cultivos tan adaptados a nuestras condiciones que se convirtieron en parte esencial de la dieta y la cultura de los habitantes de la ciudad. Aunque son muchas las especies o variedades vegetales que se asocian a Toledo, hoy os quiero hablar del albaricoque. Para ser más exactos, del albaricoque de hueso dulce, también denominado en la ciudad como "albérchigo", que logró una fama en Toledo que trascendió nuestras fronteras convirtiéndose en emblema y símbolo de la ciudad.
Tarjeta tipo postal de la serie "Tipos Cómicos" con menciones a los albaricoques con un ripio ligado también al mazapán El albaricoque es el fruto del albaricoquero, un arbolillo de la familia de las rosáceas cuyo nombre científico es Prunus armeniaca. Para determinar el origen silvestre de esta especie, dedicó buena parte de su labor investigadora el botánico ruso Nikolái Vavílov, quien localizó el germen del albaricoquero en tres núcleos diferentes de Asia: un centro chino, otro centro de Asia central y un tercer centro en el cercano oriente.
La introducción del albaricoquero en Europa parece que tuvo lugar en dos épocas. En primer lugar, los romanos lo descubrieron a través de sus guerras con los persas en el siglo I antes de Cristo. Concretamente, el nombre armeniaca de su denominación científica proviene de la creencia de que fue en Armenia, como parte del imperio persa, donde los romanos tuvieron contacto con este fruto y, a raíz de ahí, los comerciantes armenios lo introdujeron en Roma. Más tarde, en el siglo VIII, el albaricoquero fue introducido en la Península Ibérica por los árabes al comienzo de su dominio tras la invasión del año 711, generalizando su cultivo y perfeccionando las técnicas asociadas a él, como los injertos, como grandes avanzados en agronomía que eran.
Tras la reconquista, su cultivo no solo no decayó, sino que fue adquiriendo importancia especialmente entre los siglos XVI y XVIII.
Albaricoques en flor en los cigarrales a comienzos del siglo XX. Foto de Pedro Román Martínez hacia 1910. Archivo Histórico Provincial. Al poseer Toledo lugares aptos para su desarrollo, tanto en los célebres cigarrales como en la fértil vega del río Tajo, los frutales fueron muy cultivados en estos siglos en nuestra ciudad. Entre ellos, por supuesto, se encontraba en una posición destacada el albaricoquero. Fue así cómo en Toledo alcanzó gran fama una variedad de este arbolillo diferente de las demás: el albaricoque de "hueso dulce". Es decir, el de aquella variedad cuya semilla, al partir la dura almendra o "hueso" que la protege, ofrece un interior carnoso dulce, a diferencia del resto de albaricoqueros, cuya semilla es amarga.
Mención a los Albaricoques de Toledo en El Heraldo Toledano : semanario científico-literario y de información: Año XX Número 4185 - 1931  junio 27 Fue tal la popularidad del "albaricoque de hueso dulce de Toledo" que son multitud las publicaciones que hablan de él y de cómo debía ser cultivado. En el Siglo de Oro fue citado por afamados autores como Luis de Góngora, que escribió en 1620 un poema burlesco titulado Mis albaricoques sean de Toledo. En el siglo XIX el albaricoque o albérchigo toledano de hueso dulce fue citado por Benito Pérez Galdós, Martín Gamero e, incluso, en la ciudad se publicó una serie dedicada a personajes ilustres toledanos titulada "Albaricoques de Toledo" escrita por el gran Rómulo Muro en 1893.
Mención a los albaricoques de Toledo en "Los cigarrales de Toledo : recreación literaria sobre su historia, riqueza y población" / por Antonio Martin Gamero (1857) Portada de "Albaricoques de Toledo. Colección de Semblanzas Instantáneas" por Rómulo Muro, 1893 La asociación entre Toledo y nuestros albaricoques era total, denominándose a Toledo como "la tierra del hueso dulce" y comparándose en numerosas citas bibliográficas la belleza de las mujeres toledanas con estos frutos, célebres también por sus características motitas o "pintas" oscuras en la piel y lo sonrosado y aterciopelado de su aspecto, que era asemejado a las mejillas pecosas y de buen color de las mozas de la ciudad.
El Morrongo, 14 de junio de 1902. Los Albaricoques de Toledo y sus juergas asociadas En julio de 1923, el periodista Andrés González Blanco escribió en la revista Nuevo Mundo un interesante artículo con fotos de Pedro Román Martínez en el que ensalzaba nuestros albaricoques de hueso dulce pero en el que también alertaba ya de su peligro de desaparición:
Artículo sobre los albaricoques de Toledo de hueso dulce por Andrés González Blanco en julio de 1923. Revista Nuevo Mundo nº 1538 Artículo sobre los albaricoques de Toledo de hueso dulce por Andrés González Blanco en julio de 1923. Revista Nuevo Mundo nº 1538. Foto de Pedro Román. Artículo sobre los albaricoques de Toledo de hueso dulce por Andrés González Blanco en julio de 1923. Revista Nuevo Mundo nº 1538. Foto de Pedro Román. Artículo sobre los albaricoques de Toledo de hueso dulce por Andrés González Blanco en julio de 1923. Revista Nuevo Mundo nº 1538. Foto de Pedro Román. Otro de los grandes reivindicadores del albaricoque como símbolo de Toledo a comienzos del siglo XX fue el gran Santiago Camarasa, defensor del tipismo castelllano y divulgador de muchas de las tradiciones y señas de identidad de Toledo en aquella época. A él le debemos varios interesantísimos artículos, siendo el primero de ellos publicado el 13 de agosto de 1927 en la revista Alrededor del Mundo en el que, además, esboza algunas leyendas y tradiciones que explicarían su origen con sus dos principales características: el dulzor de su pipa y las motitas o pecas de su piel... ¡las leyendas toledanas, siempre presentes incluso en la botánica!
Artículo sobre los albaricoques de Toledo de hueso dulce por Santiago Camarasa. Revista Alrededor del Mundo 13 de agosto de 1927 Artículo sobre los albaricoques de Toledo de hueso dulce por Santiago Camarasa. Revista Alrededor del Mundo 13 de agosto de 1927 Artículo sobre los albaricoques de Toledo de hueso dulce por Santiago Camarasa. Revista Alrededor del Mundo 13 de agosto de 1927 Muy poco después, el 2 de septiembre de 1927, en la revista Nuevo Mundo fue publicado otro artículo por el propio Camarasa, ilustrado con fotografías tomadas por él mismo.
Artículo sobre los albaricoques de Toledo de hueso dulce por Santiago Camarasa en la revista Nuevo Mundo el 2 de septiembre de 1927 Artículo sobre los albaricoques de Toledo de hueso dulce por Santiago Camarasa en la revista Nuevo Mundo el 2 de septiembre de 1927. Se trata del conocido como parador del Macho, bajo el Castillo de San Servando. Pocos años después, el 28 de julio de 1929 se publicó en ABC otro artículo firmado por don Santiago con el sabroso titular de "Los exquisitos y solicitados albaricoques del hueso dulce", ilustrado con fotografías de Pablo Rodríguez. Poco después, el mismo artículo se publicó el 1 de septiembre de ese año en la revista Toledo, que dirigía el propio Camarasa, y también en Viajes por España al mes siguiente.
Reportaje sobre los Albaricoques de Hueso Dulce por Santiago Camarasa publicado el 1 de septiembre de 1929 en la Revista Toledo. Reportaje sobre los Albaricoques de Hueso Dulce por Santiago Camarasa publicado el 1 de septiembre de 1929 en la Revista Toledo. Reportaje sobre los Albaricoques de Hueso Dulce por Santiago Camarasa publicado el 1 de septiembre de 1929 en la Revista Toledo. Reportaje sobre los Albaricoques de Hueso Dulce por Santiago Camarasa publicado el 1 de septiembre de 1929 en la Revista Toledo. Una cogendera de albaricoques de Toledo de hueso dulce hacia 1929. Artículo de Santiago Camarasa publicado en la Revista Toledo.  Foto de Pablo Rodríguez. Dos cogenderas de albaricoques de Toledo de hueso dulce hacia 1929.  Artículo de Santiago Camarasa publicado en la Revista Toledo. Foto de Pablo Rodríguez. Recolectores de albaricoques toledanos de hueso dulce en 1929. Foto de Pablo Rodríguez publicada en la Revista Toledo en un artículo de Santiago Camarasa. Recolectores de albaricoques toledanos de hueso dulce en 1929. Foto de Pablo Rodríguez publicada en la Revista Toledo en un artículo de Santiago Camarasa. Recolectores de albaricoques toledanos de hueso dulce en 1929. Foto de Pablo Rodríguez publicada en la Revista Toledo en un artículo de Santiago Camarasa. Mujeres cogenderas de albaricoques de Toledo de hueso dulce. Revista Viajes por España, octubre de 1929 Como prueba del empeño de Camarasa en reivindicar este tema, el mismo artículo se publicó tres años después, en 1932, en diarios tan dispares como El Noticiero Gaditano, Heraldo de Castellón o El Diario de Murcia. En estos artículos de Camarasa se ofrecen datos muy relevantes también desde el punto de vista agronómico, como por ejemplo el curioso dato de que la forma tradicional de su cultivo requería de un doble injerto: el patrón (árbol enraizado al suelo) era un almendro amargo (por su resistencia y adaptación a nuestro clima y suelo), sobre él se injertaba un ciruelo (en ocasiones podía ser una pavía o melocotonero) y, finalmente, sobre éste se injertaban los albaricoques de hueso dulce. Es importante recordar que el injerto es una técnica apasionante, que no conlleva mezcla genética de las especies utilizadas sino simplemente una unión física de los diferentes esquejes empleados. Por ello, en los albaricoques de Toledo cultivados del modo tradicional se mezclaban siglos de sabiduría y experimentación: por un lado la identificación, selección y fijación genética de la variedad que ofrece el hueso dulce, y por otro la unión física de esta variedad mediante el injerto con almendros amargos y ciruelos o melocotoneros para conseguir una adaptación óptima a nuestras condiciones climáticas y de sustratos. Una auténtica maravilla, vamos.
Hay otra destacada reivindicación del albaricoque de hueso dulce como símbolo de Toledo: en 1929 el académico, naturalista y etnógrafo Ismael del Pan propuso que este árbol fuera el representante toledano en el nuevo "Jardín de España" que iba a plantarse en Marbella con las especies más destacadas de cada provincia:
Alabanza del albaricoque de Toledo por Ismael del Pan en "Informe acerca del árbol simbólico de Toledo y su provincia, con destino al Jardín de España en Marbella" publicado en 1929 por la RABACHT Si ya a comienzos del siglo XX los citados escritos de González Blanco y Camarasa se lamentaban de la paulatina desaparición de los albaricoques de Toledo de hueso dulce debido a su escasa productividad, en beneficio de otros cultivos y variedades de cosechas más generosas, lo cierto es que en nuestros días podemos hablar prácticamente de peligro de extinción de esta variedad. Actualmente es casi imposible encontrar en las fruterías albaricoques de hueso dulce, y apenas quedan particulares que cuenten con algún ejemplar en sus pequeñas parcelas de Toledo o de localidades como La Puebla de Montalbán. La técnica del doble injerto ha desaparecido en la práctica y es necesario que reivindiquemos y protejamos este legado, que también es cultura, y de la buena.
Con ese objetivo, desde la Real Fundación de Toledo y dentro del proyecto de Vivero Histórico de Toledo, hemos incluido al albaricoque de hueso dulce dentro del listado de especies a reproducir y proteger. No sin esfuerzo, hemos logrado ya identificar y conseguir algunos ejemplares, siendo los próximos objetivos su clonación y reproducción, así como la fijación del saber tradicional del los injertos asociados a su cultivo en Toledo.
Albaricoque de hueso dulce injertado sobre un almendro amargo en un cigarral de Toledo Albaricoque de hueso dulce del Vivero Histórico de Toledo en el jardín de Roca Tarpeya de la Real Fundación de Toledo En los próximos años esperamos poder incrementar el número de ejemplares de albaricoque de hueso dulce en Toledo, realizar labores de divulgación y difusión de este legado cultural y ambiental y reivindicar la preservación de las variedades y especies adaptadas durante siglos a nuestro clima ante la cada vez más perjudicial homogeneización y unificación genética de las plantas empleadas en los viveros comerciales, que pone en riesgo no solo la diversidad y riqueza lograda en ese larguísimo proceso de selección, sino la viabilidad de las plantaciones ante plagas, enfermedades y fenómenos meteorológicos adversos.
Si tenéis albaricoques de hueso dulce o conocéis a personas que los tienen, os pido por favor que incidáis en su cuidado y protección, pues son los últimos restos de uno de nuestros símbolos vegetales y debemos evitar su extinción antes de que sea demasiado tarde.
Cartel de las fiestas del Corpus de Toledo de 1917, obra de Mariano Moragón. Aparece un cesto de albaricoques. Archivo Municipal de Toledo. (detalle) Sirva esta entrada de homenaje al periodista Luis Rodríguez Porres que, a finales del siglo XX fundó los premios "Hueso Dulce y Hueso Amargo" en el seno de la Tertulia Zocodover, en los que destacaba o castigaba a las mejores y peores iniciativas toledanas del momento, entregando una figura en forma albaricoque como tributo a este fruto tan nuestro.
Luis Rodríguez Porres (1928-2012). Puente Nuevo de Alcántara. Febrero de 1946. Colección personal de Eduardo Sánchez Butragueño.


1 comentario

Ricardo Sánchez Candelas dijo...

Hasta en ocho ocasiones aparece citado el albaricoque-fruto o el albaricoquero-árbol a lo largo de todo el texto de la segunda parte de la novela “Ángel Guerra” de Benito Pérez Galdós. Con mención muy especial a esta variedad casi exclusiva de los campos toledanos. En alguna ocasión para ponderar la exquisitez del fruto y de su “hueso dulce”, en otra para lamentar un cierto abandono en el mantenimiento de su cultivo, y siempre para resaltar su presencia, en compañía de olivos y cipreses, como una de las especies más representativas del cigarral toledano.

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