Los amantes de la fotografía en la ciudad de Toledo tenemos la inmensa suerte de contar con registros gráficos de procedencias muy diversas. La gran belleza y peso histórico de Toledo ha hecho que por aquí hayan pasado los mejores fotógrafos de la historia, a los que se suman los cientos de miles de imágenes tomadas cada año por turistas que, con mayor o menor pericia, retratan nuestra ciudad desde la irrupción de este fenómeno. Junto a ello, tenemos el elenco de fotógrafos locales, a menudo injustamente poco conocidos, que han dedicado buena parte de su talento a inmortalizar Toledo. Entre estos últimos escasean los que han centrado su objetivo en la fotografía humanista o costumbrista, por lo que poder localizar trabajos de autores locales con este enfoque es un auténtico tesoro. Pues bien, hoy tengo el placer de traeros una selección de imágenes absolutamente maravillosas y con un marcado tinte humanista tomadas en los años de la Transición, a finales de los años 70, por un toledano de pura cepa como es Francisco Rodríguez, a quien agradezco de todo corazón su generosidad al donar estas fotos para el disfrute de todos en este blog.
Francisco Rodríguez García tiene 68 años, pues nació en Toledo un 20 de agosto de 1955, en pleno centro histórico, en el antiguo hospital de Soliss en la plaza de San Justo. Siempre le llamó la atención el mundo de la fotografía y a los 15 años ya comenzó a hacer fotos con las cámaras disponibles en ese entonces, como las Kodak con el “Cubo Flash”, la Verlisa y las Yashica, de las cuales aún conserva la FX30.
Además, Francisco se adentró en el apasionante mundo del revelado casero, llegando a montar un pequeño laboratorio en una de las habitaciones de la casa de sus padres en la Bajada del Barco. Para ello, pintó toda la habitación de negro, compró una ampliadora, las cubetas, los líquidos y el resto del material necesario, como el papel y las pinzas. Iba a Madrid a comprar todo este material a unas tiendas de fotografía en el centro llamadas “Establecimientos Aquí”, donde también adquiría la película en blanco y negro en carretes de 30 metros. Posteriormente, en el laboratorio casero y completamente a oscuras, montaba sus carretes y procuraba que entraran en ellos el máximo posible de negativos, es decir, más de los 36 que inicialmente cabían.
Pasados unos años, después de probar con técnicas de virados azules, rojos, verdes y otros colores, comprando él mismo los productos químicos y viéndose obligado, no sin riesgo, a mezclarlos para conseguirlos, empezaron a salir al mercado productos químicos para el revelado en color, que se vendían en los citados establecimientos madrileños.
Siendo aún joven y poseyendo ya algo de dinero para gastar, Francisco no pudo resistir la tentación de revelar en color sus propias fotografías, por lo que adquirió otra ampliadora de la marca Durst, que estaba preparada para el revelado en color, pues tenía un alojamiento para la colocación de los filtros necesarios para la corrección de color, con los colores amarillo, magenta y cián. Como la corrección de colores necesaria para el positivado sin un analizador de color era casi imposible, Francisco también hubo de comprar un analizador de color Philips.
Francisco recuerda cómo para proceso de revelado en blanco y negro era necesaria una bombilla roja, realizándose la tarea prácticamente a oscuras. Como las lámparas especiales que se vendían eran caras, él se ingeniaba para realizar el proceso de modo casero introduciendo una bombilla de 1,5 Voltios dentro de una botella de cerveza y eso sí, necesitando estar 10 o 15 minutos antes en el laboratorio para adaptar la pupila y poder ver algo.
Otros requerimientos para lograr buenos resultados que Francisco recuerda eran los relacionados con temperatura de los líquidos reveladores y fijadores, la cual debía mantenerse en un margen preciso. Para conseguirlo, sobre todo en invierno, al no disponer de calefacción, se tuvo que agenciar unas almohadillas eléctricas que ponía encima las cubetas de los líquidos para poder mantener su temperatura.
Todo ello sirvió a Francisco para conocer todos los detalles del mundo de la fotografía y comprender muchos de sus secretos.
Con el tiempo, la llegada de la fotografía digital hizo que cambiara estas cámaras por una digital marca Canon, modelo EOS 300D, conocida como la EOS Rebel que aún conserva.
Comenzó así a experimentar con las posibilidades de retoque que ya ofrecía la informática, que para Francisco era un mundo conocido, ya que su profesión estaba ligada al mundo de los ordenadores, habiendo comenzado a estudiar informática mucho antes de que saliera el PC, programando en Assembler, Fortran IV, Cobol y Basic. Recuerda con cierta nostalgia cómo tuvo la suerte de trabajar con ordenadores IBM de núcleos de ferrita, tarjetas perforadas y cintas magnéticas que aún conserva.
Con los años, Francisco se afilió a la Asociación Fotográfica de Toledo (AFT), donde le conocí. Allí coincidió con personas de gran talento y astucia fotográfica de las que siguió aprendiendo. Aunque reconoce que en la actualidad realiza la mayoría de sus fotografías con su teléfono móvil, Francisco no descarta volver a adquirir una cámara réflex sin espejo para recordar viejos tiempos.
Como os decía, su generosidad nos va a parmitir hoy disfrutar sobremanera con las fotografías que obtuvo a finales de los años 70, en plena Transición. Se trata de una serie de imágenes que nos muestran un Toledo tremendamente auténtico, aún lleno de detalles de otra época, en un guiño a otro tipo de transiciones, no solo políticas, sino también de modos de vida que estaban desapareciendo por entonces para nunca más volver. Es en este contexto de usos ya perdidos donde se enmarcan las primeras fotos que voy a mostraros: las de labriegos que aún araban las huertas del Granadal junto al Tajo con sus mulas. Fértiles tierras que ya emepezaban a sufrir los graves efectos de la contaminación de las aguas del Tajo y que asistían a los últimos días en que sus surcos eran labrados por animales como sucedió durante siglos. Sin lugar a dudas, son estampas históricas llenas de valor documental:
Eran los años en que el Tajo mostraba su peor versión, con una tremenda contaminación que teñía sus aguas de blanco por efecto de la espuma:
Pero lo peor para el río estaba por venir y el pueblo toledano lo sabía: la inminente apertura del Trasvase Tajo-Segura, que comenzó su nefasta sangría en 1979. Poco antes, en 1978, Francisco Rodríguez inmortalizó la lucha ciudadana por evitar ese atropello en la manifestación multitudinaria que tuvo lugar el 12 de marzo organizada por el Equipo de Defensa del Tajo:
La parte más bella y costumbrista de la obra de Francisco se centró en retratar a los vendedores ambulantes que desarrollaban su labor en las escaleras del Teatro de Rojas en la Plaza Mayor:
Son también muy significativas las fotos tomadas en el Paseo del Carmen donde, por entonces, se celebraba el mercado del Martes:
En el Paseo de Merchán o de la Vega se situaban también vendedores de humildes características que a muchos os traerán entrañables recuerdos:
Son preciosas las fotografías de otro tipo de comerciantes retratados en el centro histórico: heladeros, tenderos, vendedores de palomitas... estampas que nos hablan de modos de vida muy diferentes a los que hoy contemplamos y que nos retrotraen a otros tiempos:
Oficios y aprovechamientos hoy inimaginables en nuestras calles aún subsistían por entonces en la ciudad. Sirva como ejemplo el solar de Julia, la trapera, que se encontraba entre San Juan de la Penitencia y la Prensa de San Lorenzo, donde hoy se encuentra la Plaza Escondida:
En aquellos años, aún había barrios con calles terrizas, sin empedrar ni adoquinar como por ejemplo en las inmediaciones del Tajo, cerca del Diamantista:
En aquel Toledo que ya se expandía por nuevas barriadas se generaban también nuevos focos de degradación, como sucedía con algunos puntos del barrio de Santa Teresa, convertidos en escombreras y vertederos improvisados, como este solar donde hoy se levanta el edificio de Caja Rural.
Lo mismo se puede decir de la zona cercana a la muralla de la Puerta del Vado:
Las escenas cotidianas también llamaron la atención de Francisco, que supo captarlas con maestría:
Mucho ha cambiado desde entonces el Pasadizo de Balaguer:
La estación de ferrocarril, con sus trenes de entonces, muy distintos al AVE que hoy surca estas vías:
Francisco inmortalizó una de las primeras carreras infantiles por las calles de la ciudad:br/>
Los empleados de RENFE desempeñaban entonces labores muy diferentes de las que hoy podemos presenciar en nuestras estaciones:
Como habréis podido comprobar, estamos ante una selección de fotos realmente magistral, solo al alcance de alguien que pueda aunar no solo un gran talento con la cámara, sino un profundo conocimiento de su ciudad y una gran sensibilidad como para inmortalizar situaciones y personas que hubiesen pasado inadvertidas para la inmensa mayoría de fotógrafos. Millones de gracias, por tanto, a Francisco por este regalo que nos hace.
No quiero terminar esta entrada sin recordar a todos que aún tenéis un mes para poder ser mecenas del próximo libro de la saga de Toledo Olvidado, el que hará el número 6, con el que completaré la segunda trilogía de libros. ¡Millones de gracias a todos los mecenas que ya habéis realizado vuestra aportación, sin vosotros esto sería imposible!
La foto del hombre con cartones y gorra no es en tornerias es en cuatro calles embocando corodonerias
ResponderEliminarMil gracias por la aportación, Alicia. Corregido queda.
ResponderEliminarUn abrazo.