Hoy os voy a contar una historia alucinante. Reconozco que, cuando mi buen amigo Paco de la Torre me habló de ella, no podía creer que nunca antes hubiera tenido conocimiento de la existencia de tan extraordinaria mujer, por lo que, un poco avergonzado, comencé a leer sobre ella. Cada dato, cada referencia y cada mención que encontraba acerca nuestra protagonista de hoy eran nuevos motivos de asombro para mí. Voy a resumiros su biografía con la seguridad de que, al leerla, comprenderéis mi profunda admiración por esta absoluta adelantada a su tiempo.
Fanny Bullock Workman nació en Worcester, Massachusetts (Estados Unidos) el 8 de enero de 1859 y falleció en Cannes (Francia) el 22 de enero de 1925. Su familia, de buena posición económica, pertenecía al curioso grupo religioso de los Padres Peregrinos (colectivo de ingleses formado a finales del siglo XVI que decidieron emigrar debido a su descontento con el ambiente político-religioso en su país, llegando primero a Leiden (Países Bajos) en 1609 y posteriormente a Norteamérica en 1620). Fanny era la menor de tres hermanos y su educación pasó por institutrices en primer lugar y, más adelante, por estancias en Nueva York, París y Dresde (Alemania).
Desde joven, Fanny mostró su rebeldía contra las restricciones a las que a menudo obligaba su privilegiada posición económica. Por contra, mostró siempre un gran interés por la aventura y un cierto desprecio a la sociedad que la rodeaba. Fue así como se escapó de su casa en Grindelwald para convertirse en una excelente montañera. De este modo conoció y se casó con un estadounidense, el médico William Workman, quien era 12 años mayor que ella. Con él, se aventuró en numerosas expediciones por todo el mundo, convirtiéndose en una de las principales alpinistas y exploradoras de finales del siglo XIX y principios del XX. Asimismo, fue una ferviente y pionera defensora de los derechos de las mujeres.
Lo más destacado de su carrera, por lo que alcanzó fama mundial, fue su incursión en el alpinismo, donde desafió las convenciones sociales de la época al escalar picos de gran altitud en Europa y Asia, todo ello con los rudimentarios medios de la época y sin dejar de vestir sus voluminosas faldas. Entre sus logros se encuentran ascensiones notables como el Mont Blanc en los Alpes y varias montañas en la región del Himalaya. Su mayor logro como montañera tuvo lugar en 1906, con 47 años de edad, cuando escaló el pico Pinnacle, de 6.930 metros de altitud, en el macizo Nun Kun dentro del Himalaya occidental. Además de su pasión por el alpinismo, Fanny fue una pionera en el estudio de glaciares, realizando importantes investigaciones geográficas y contribuciones significativas a la cartografía.
Pero su legado fue mucho más allá de su gran valentía en la exploración, logrando trascender por otros muchos motivos. Fanny fue, como os decía, una defensora apasionada de la igualdad de género y luchó incansablemente por los derechos de las mujeres en un momento en que encontraban numerosos obstáculos para participar en actividades al aire libre y para lograr protagonismo en el ámbito científico. Fue así cómo, rompiendo todo tipo de estereotipos, abogó por igualar el papel de las mujeres en la sociedad y por el fomento de su participación activa en campos considerados predominantemente masculinos. De este modo, fue una de las más destacadas luchadoras para conseguir la aceptación del sufragio femenino en las elecciones. Fanny Workman fue la primera mujer estadounidense en impartir una charla en la universidad de la Sorbona de París y una de las primeras mujeres admitidas como miembro de la Royal Geographical Society, gracias a que sus publicaciones incluían observaciones científicas sobre la glaciación y otros fenómenos.
Su vida y logros marcaron un precedente, demostrando que las mujeres podían destacar en campos que anteriormente habían sido considerados exclusivamente masculinos. Fanny Bullock Workman nos dejó un doble legado que ha llegado a nuestros días: como una intrépida exploradora-geógrafa y como una valiente defensora de la igualdad entre mujeres y hombres. Su coraje y determinación continúan siendo una inspiración para las generaciones venideras.
Sin embargo, lo que más nos interesa de Fanny Bullock Workman en Toledo es su faceta como (también) pionera ciclista. El matrimonio se había mudado a Europa hacia 1888 tras heredar bastante dinero de sus respectivos padres recientemente fallecidos, por lo que emprendieron un alucinante periplo que les llevó a recorrer nada menos que en bicicleta multitud de países europeos mientras dejaban a sus hijos en internados para clases acomodadas. Entre 1888 y 1893 recorrieron Suiza, Francia e Italia.
En 1893 falleció su segundo hijo, Siegfrid, siendo muy pequeño, a causa de gripe agravada con neumonía. Tras ello, emprendieron su viaje más largo: una gira de 4.500 km en bicicleta por España en 1895. Cada uno de ellos portaba 9 kilogramos de equipaje, recorriendo un promedio de 72 km por jornada, llegando incluso algunos días a pedalear 130 km. Este impresionante viaje por nuestro país quedó reflejado en el libro Sketches Awheel in Modern Iberia, escrito por ambos, en el que describieron magistralmente la España de aquella época, a la que definieron como "rústica, pintoresca y cautivadora".
Los lugares que visitaron en su tremendo periplo español fueron Gerona, Barcelona, Montserrat, Manresa, Montblanch, Poblet, Tarragona, Tortosa, Castellón de la Plana, Sagunto, Valencia, Játiva, Alcoy, Alicante, Elche, Murcia, Albacete, Manzanares, Jaén, Granada, Loja, Málaga, Ronda, Gibraltar, Algeciras (con excursión a Tánger y Tetuán), Tarifa, Cádiz, Jerez, Sevilla, Mérida, Carmona, Córdoba, Toledo, Aranjuez, Tarancón, Cuenca, Madrid, El Escorial, La Granja, Segovia, Ávila, Salamanca, Zamora, Valladolid, Burgos, Logroño, Tudela, Zaragoza, Pamplona, Tolosa, San Sebastián e Irún.
En el citado libro aparece un amplio capítulo dedicado a Toledo, ciudad a la que llegaron con sus pesadas bicicletas procedentes de Madrid, adonde habían acudido para reparar unas piezas. Me gustaría que, por un momento, os paráseis a reflexionar acerca de su proeza: utilizando un reciente invento aún sin demasiados perfeccionamientos (las bicicletas solo estaban comenzando a popularizarse), con la precaria red de carreteras y caminos existente entonces en España, con escasos establecimientos para alojarse con ciertas comodidades, expuestos a accidentes, lesiones, robos e inclemencias meteorológicas... ¿no os parece absolutamente fascinante?
Su visita a Toledo tuvo lugar en plena celebración de nuestra fiesta mayor, el Corpus Christi, los días 12 y 13 de junio de aquel lejano año de 1895. La estampa de Fanny a su llegada a Toledo, en el Paseo de la Rosa, con la ciudad al fondo (se vislumbra la zona del Paseo del Carmen, el convento de la Concepción Francisca y parte del Miradero al fondo), rodeada de niños con gorrillas y un paisano con sombrero, es una de las que más emoción me ha causado contemplar en este año 2023 que está a punto de concluir:
Si la primera fotografía debió ser obtenida por William, dado que solo aparece Fanny, en esta otra imagen no podemos saber con certeza quién apretó el disparador. Se trata de una espectacular imagen de los toldos y de los tapices flamencos que lucen en el día del Corpus. Está tomada en la calle Cardenal Cisneros junto a la Puerta Llana de la Catedral. Es una de las fotografías más antiguas que se conservan de las festividades del Corpus en Toledo, lo que otorga aún más valor a la instantánea:
En nuestra ciudad se alojaron en el Hotel Castilla, inaugurado muy pocos años antes de su llegada, donde a buen seguro aprovecharon para reponerse del cansancio acumulado por tantas jornadas de pedaleo a pleno sol, repletas de anécdotas por toda la geografía española que relatan en el libro de forma muy amena.
Vaya aquí mi inmenso agradecimiento, una vez más, a Paco de la Torre por haberme puesto sobre la pista de esta intrépida pionera, que nos permite ir completando el puzzle de la fotografía histórica toledana en el siglo XIX y, de paso, rendir homenaje a una personalidad tan fascinante como Fanny Bullock Workman.
Como colofón, creo que es del máximo interés poder ofreceros el texto íntegro del capítulo dedicado a Toledo en el libro citado, donde Fanny y William expresan sus impresiones sobre la ciudad en aquellos días de junio de 1895. Es un absoluto privilegio, un viaje en el tiempo, conocer de primera mano la experiencia de la visita a Toledo de personas con un bagaje tan rico en vivencias a lo largo del mundo como eran Fanny y su marido, en una fecha tan señalada como es la celebración de nuestro Corpus Christi:
"Bien cubiertos de polvo de los llanos castellanos, amarillos y yermos, que se extienden entre Madrid y Toledo, llegamos a este último lugar, que, de no ser por su pintoresquismo, podría ser llamado el punto culminante de la desolación de la desolada Castilla la Nueva. En el Hotel Castilla, el dueño dijo que nos había estado buscando durante varios días.
Mucho antes de esto, los periódicos, al tener noticias de nuestra presencia en España y de nuestro viaje planeado por el país, habían estado anunciando nuestros movimientos y nuestra llegada a diferentes ciudades, adornando los avisos con varios detalles sugeridos por la imaginación de sus editores sobre nosotros y nuestras bicicletas, los más comunes de los cuales eran que éramos un "matrimonio inglés" o pareja inglesa de Londres, y que viajábamos montados en bicicletas maravillosamente finas. De ahí el comentario del dueño.
Las guías señalan que Toledo no tiene una fonda adecuada para hospedarse, y como consecuencia, esta ciudad suele ser visitada en un día desde Madrid, ya que los viajeros en España, al igual que en otros lugares, tienen un gran horror a las pocas comodidades de estos establecimientos inferiores. En el último año se abrió el hotel mencionado anteriormente, que es muy cómodo y está adaptado a las necesidades de los turistas modernos, lo que les permite ver este lugar tan interesante a su ritmo sin sacrificar la comodidad corporal. El día después de nuestra llegada, el 13 de junio, era el Corpus Christi, una festividad religiosa de mayor importancia, si cabe, para los toledanos que la Semana Santa. Por la tarde del 12, la gente, en el estado de expectación propio que precede a las festividades religiosas y otras en España, se reunió en la plaza frente a la catedral para presenciar la danza de los Gigantones, que tuvo lugar detrás de la verja de hierro en la entrada. Estas son figuras de unos quince a veinte pies de altura vestidas con largos trajes de colores alegres y grandes caras pintadas inexpresivas, que son manipuladas en sus actuaciones por hombres dentro de ellas. Después de una danza solemne, dan un paseo por las calles seguidos por los jóvenes del pueblo en un estado de gran excitación.
Los Gigantones, que son toda una institución, de las favoritas del público español, se dice que representan reyes moros y góticos, y entre ellos suelen haber uno o más rostros negros, pero llevan los nombres de santos masculinos y femeninos, se guardan en la catedral y desempeñan un papel importante en las festividades religiosas. San Antonio era el favorito particular en Toledo y realizó su minueto con una gigantona santa para el deleite de grupos de niños y holgazanes en la víspera y en la propia festividad de Corpus. En las festividades provinciales de Pamplona y otras ciudades, los Gigantes desfilan el primer día.
La tarde de este día fue celebrada con la iluminación de la torre de la catedral, que fue un espectáculo de gran interés. Temprano en la mañana del Corpus Christi, se esparció arena espesa sobre el pavimento empedrado de las calles por las que pasaría la procesión religiosa. Las casas altas estaban profusamente decoradas con vegetación, y de sus balcones y ventanas con rejas colgaban grandes y pesados paños de seda, siendo el rojo brillante y el amarillo los colores predominantes. Sobre algunas de las calles, a la altura de los techos de las casas, los toldos parcheados estaban tan tensos que apenas quedaba una rendija en los bordes para que penetrasen los rayos del sol de junio.
Toledo se había convertido en una ciudad de fantasía con su llamativo atuendo de gala, y al caminar sobre los guijarros arenosos y observar las casas adornadas, nos sentíamos como sombras del pasado. Este sentimiento se intensificó al salir a la plaza soleada y encontrar que el exterior del faro del sentimiento y esteticismo españoles, la catedral, estaba completamente cubierto con los preciados tapices de la época de los Reyes Católicos. Solo faltaba la presencia de los propios Reyes Católicos en caballos ricamente enjaezados para que la imagen fuera propia completamente del siglo XV.
Estos exquisitos tapices religiosos, en los que se mezclan el carmesí, el malva y el azul, como solo los efectos suavizantes del tiempo pueden mezclar, se exponen a la mirada pública durante la mañana del Corpus Christi. Algunos están en un estado de conservación perfecto, otros, entre ellos muchos de los más finos, que representan al tutelar San Ildefonso o a los valientes campeadores, han sido rasgados y desgastados y se han cuidadosamente remendado. Siguiendo las estrechas calles que rodean la iglesia por tres lados, dimos la vuelta a esta extraordinaria galería al aire libre.
Dentro de ella, los pensamientos no expresados de mil figuras arrodilladas encontraban expresión en un torrente de melodía orquestal y de órgano. ¡Cómo la música y el ambiente de la catedral española dejan en evidencia a la música sacra que solemos escuchar! En estos templos, el alma de la música así como del misticismo tienen su hogar. Aquí el español viene por su fiesta musical como el alemán va a la sala de conciertos por la suya.
Después de la misa, toda la población salió, llenando las calles y ocupando las ventanas y balcones para esperar la procesión. Todas las tiendas estaban cerradas y el comercio estaba suspendido. Policías montados a caballo patrullaban para mantener a la multitud alejada y hacer espacio para la procesión, pero tratando a todos con una gentileza y cortesía que rara vez muestran los cuerpos de policía de la mayoría de los países en tales ocasiones. Lo mismo se notaba en Madrid y en otros lugares, así como la cortesía de todas las clases de personas entre sí, lo cual es más sorprendente cuando se consideran los espectáculos sangrientos de la arena [los toros], en los que ellos se deleitan.
En la procesión, el ejército hizo una presentación decorosa, y el clero luciendo magníficas vestimentas blancas y doradas, llevando la custodia y ricas banderas de seda, protagonizó un gran espectáculo. Por la tarde, todo Toledo y su multitud de visitantes se dirigieron a la plaza de toros fuera de la ciudad para la corrida. La tarde fue celebrada con actuaciones teatrales y fuegos artificiales, que marcan la conclusión de una festividad religiosa.
Para juzgar la verdadera pintoresquidad de la ciudad, debe hacerse el paseo por el lado sur del Tajo. Esto implica un largo paseo por las cimas arenosas y a través de barrancos horneados y hendidos, que parecen no tener salida, y en su desolación sugieren los oscuros hechos de días pasados que la historia asocia con esta orilla del río, cuando moros, judíos y cristianos ocuparon en algún momento la ciudad rocosa y parduzca. A lo largo del camino, la vista se deleita con impresionantes vistas de Toledo custodiada por sus torres centinelas moriscas.
Lo pintoresco se encuentra tanto dentro como fuera de Toledo. Sus muchas torres de ladrillo ejemplifican particularmente la manera efectiva en que se ha utilizado el ladrillo en España como material de construcción, y aquellos que no les gusta la albañilería moderna pueden aprender a admirarla aquí tal como fue empleada por los arquitectos de tiempos anteriores. Ya sea que el efecto se deba a la forma rugosa en que se ensamblan los ladrillos o a la influencia del brillante y claro ambiente de España, es cierto que estas estructuras poseen un rico matiz y tono que falta en la albañilería moderna.
Después de cuatro siglos de dominio, los moros dejaron en Toledo un mayor número de monumentos de su habilidad que en muchas de las ciudades andaluzas, donde el estilo general de construcción es más árabe. Las puertas son particularmente interesantes, construidas ya sea por los moros o por trabajadores moros empleados por los cristianos, el ejemplar más fino es la Puerta del Sol, que con sus torres almenadas y dobles hileras de arcos entrelazados luce magníficamente cuando se asciende la colina hacia la ciudad.
En ningún lugar de España puede el artista encontrar motivos más completamente logrados que en la doble línea de murallas, mitad visigóticas, mitad moriscas, que conectan el puente de Alcántara en un extremo con el de San Martín en el otro. De este último puente, construido en el siglo XIII, del que uno de los cinco arcos tiene ciento cuarenta pies de ancho y noventa y cinco de alto, se cuenta una historia interesante por el pueblo. Cuando estaba siendo reconstruido por el arzobispo Tenorio, el arquitecto, al darse cuenta de que cuando se retiraran los andamios que sostenían los arcos, estos caerían, en su desánimo confió su secreto a su esposa. Para salvarlo del oprobio, ella prendió fuego a los andamios, y cuando el puente cayó, su destrucción fue atribuida al fuego. Después de que fuese reconstruido, ella confesó su falta. En lugar de hacer que el arquitecto costeara la segunda reconstrucción, el arzobispo lo elogió por tener una esposa tan inteligente.
Las casas moriscas con, de vez en cuando, un techo artesonado, todavía son numerosas en Toledo, pero debido a la frágil forma de su construcción y al poco cuidado recibido de los propietarios, están desapareciendo rápidamente. Después de la catedral, las sinagogas judías construidas en gran medida en el estilo de las mezquitas reclaman nuestra atención, aunque sus columnas octogonales y arcos de herradura están tan completamente enlucidos con cal que se disminuye el efecto armonioso del contorno.
De entre la masa de joyas arquitectónicas que están encaladas en España, uno desea rescatar sobre todo los capiteles pintorescos y ricamente tallados. Columnas y arcos con este atuendo blanco a menudo están presentables, pero es inútil intentar descifrar sus delicadas tallas después de que la brocha del enjalbegador haya hecho su trabajo. El Cristo de la Luz, donde Alfonso VI colgó su escudo al entrar en la ciudad, es la única iglesia completamente morisca que queda, y su diminuto interior con nueve compartimentos es muy llamativo."
Sin palabras, Eduardo.
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