La gran particularidad topográfica de Toledo se debe a la inverosímil incursión que el río Tajo hace en el roquedo de la denominada Meseta Cristalina de Toledo. Cuando el río desciende plácidamente desde Aranjuez hacia Toledo por un amplio valle sedimentario un tanto asimétrico en forma de artesa, nada hace pensar que, al llegar a la ciudad, vaya a adentrarse entre esas rocas metamórficas e ígneas propias de la citada Meseta Cristalina para formar el famoso Torno del Tajo, que genera ese gran peñón rodeado en sus tres cuartas partes por el río, sobre el que se asienta desde hace milenios la ciudad. El valle del Tajo en el Torno de Toledo se transforma, de repente, en una estrecha garganta, formando una especie de cañón o breve desfiladero en el que la velocidad del agua aumenta tras el embalsamiento que, necesariamente, sufre el río justo antes de adentraste en este angosto paso.
Ese embalsamiento, que tiene lugar justo antes del Puente de Alcántara, ha sido históricamente otra de las peculiaridades topográficas que hicieron de Toledo un lugar estratégico en la península. Esa característica, menos conocida que su carácter inexpugnable, era el hecho de albergar el único punto en el que el río Tajo podía ser vadeado a pie durante buena parte del año. En efecto, como consecuencia de esa incursión en el roquedo del valle en Toledo, el Tajo sufría un gran ensanchamiento justo antes de la ciudad, pues el paso hacia el roquedo hace de embudo. Por tanto, la importancia de Toledo era doble: por un lado era una ciudad fácilmente defendible al estar en lo alto de una inmensa roca rodeada por un río y, por otro, se situaba en el único punto en el que el Tajo —que divide en dos la península, ejerciendo de frontera entre el norte y el sur— podía ser cruzado sin necesidad de puentes. De ahí la estratégica presencia de la Puerta del Vado o Bib al-Mahadat, por la que se controlaba el acceso a la ciudad en este punto.
En ese ensanchamiento previo al puente de Alcántara, la corriente del río descendía mucho de velocidad y se subdividía en dos brazos, quedando entre ellos una importante porción de tierra muy fértil denominada Isla de Antolínez. El brazo de la margen izquierda era algo más caudaloso y regaba la Huerta del Rey, mientras que el derecho, de dimensiones un poco menores, quedaba muy cerca de la citada Puerta del Vado y la muralla de la Antequeruela. Ambos brazos volvían a unirse poco antes del puente de Alcántara.
La extensión de esta isla, si bien variaba en función de la pluviometría y de la época del año, era bastante considerable. Para hacernos una idea fiel de ello, nada mejor que esta comparativa georeferenciada que realizó en 2014 el genial geógrafo Manuel López Castro, a partir del plano que representó nada menos que el Greco entre 1608 y 1614, y que publicó el no menos grande Rafael del Cerro Malagón en este estupendo artículo en ABC:
Aquella isla fue desecada a comienzos del siglo XIX y desde entonces el río posee un único brazo. El terreno que ocupaba la isla fue usado en las décadas posteriores como huerta y la ciudad fue, poco a poco, olvidando el carácter peculiar y estratégico de este paraje. Sin embargo, la fotografía histórica llegó a tiempo de inmortalizar las huellas que esta conformación topográfica había dejado en el territorio, con implicaciones para la flora y la fauna. De este modo, pese a la desecación de la isla, durante décadas fueron aún patentes los bordes del río en su configuración primitiva. En especial me refiero a la preciosa línea que marcaba el límite del brazo derecho del río, el que rozaba la muralla de la Antequeruela y la Puerta del Vado. Esa antigua ribera estaba poblada por una majestuosa, frondosa y espectacular alineación de olmos autóctonos (Ulmus minor) que generaba un paseo sombreado que por fortuna llegó a ser fotografiado por diferentes autores:
En la segunda mitad del siglo XX se unieron dos circunstancias que acabaron con esta olmeda tan especial. Por un lado, la epidemia de grafiosis que se cebó con esta especie, tan emblemática de toda Castilla, mermando sus poblaciones de forma dramática. Y, por otro, el desarrollismo entendido de una forma bastante poco respetuosa con nuestro patrimonio geológico y vegetal, que desfiguró por completo la zona. Esta imagen de 1967 por John Fyfe es una de las últimas en las que podemos apreciar, pese a ser invierno y no tener hojas, la alineación de olmos:
No mucho después, con un Tajo ya putrefacto por la contaminación y expoliado por el nefasto Trasvase Tajo-Segura como triste testigo, la zona quedó totalmente desfigurada de manera secuencial con la ejecución de viales y la construcción de edificios de gusto tan dudoso como la estación de autobuses, construida exactamente sobre esta alineación de olmos:
Pero no todo está perdido y la naturaleza vuelve a darnos una lección de resiliencia y tenacidad. Contra viento y marea, superando obras, enfermedades y motosierras, aún hay un par de olmos, rebrotes de esta antigua olmeda, que se resisten a morir y que son aún visibles en una esquina residual de este vial. Deberían ser catalogados y protegidos de manera oficial por el municipio, como testigos vivos de una configuración natural en la que el Tajo determinaba la topografía, la geoestrategia, la flora y fauna, el paisaje y la intrahistoria de una ciudad milenaria que solo podrá ser respetada y valorada si es conocida. Y para ser conocida, la única vía es la educación y la divulgación. Esta es mi pequeña contribución para la causa:
Soy asiduo lector de este estupendo blog. Soy toledano de nacimiento y complutense de adopción. Y también sobrino de Rafael del Cerro Malagón que será el pregonero del Corpus de este año.
ResponderEliminarComo siempre muy buen post
Detrás de los árboles,esos cerros rojizos eran los montes Maripas y nos llevaban de excursión en el colegio
ResponderEliminarMuy interesante artículo, las imágenes nos dan un panorama más amplio del tema.
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