Una de mis últimas adquisiciones fotográficas me tiene enamorado. Y es que poder contemplar con colores reales cuál era el aspecto de una zona emblemática de Toledo nada más y nada menos que en 1914 es algo realmente emocionante.
Ello es posible a un autocromo (sí, ya sabéis, esa técnica que por primera vez logró conseguir imágenes a color en la historia desde que fue patentada en 1903 por los hermanos Lumière y comercializada por ellos mismos en 1907) que acabo de comprar en su placa de cristal original y que muestra una vista del Hospital Tavera desde la Playa de Safont, con el río Tajo y la Huerta del Granadal en primer término.
Esta joya fotográfica es obra del muy desconocido Manuel Amuriza López, destacado miembro de la Real Sociedad Fotográfica de Madrid en sus inicios. Su nombre aparece en este curioso artículo firmado por "Mascarilla" el 13 de abril de 1912 en las páginas de La Época que precisamente habla de los avances de la fotografía en color y de cómo los miembros de esta sociedad madrileña estaban ensayando con ella:
La fotografía de Manuel Amuriza López que he adquirido fue obtenida el día 3 de mayo de 1914, es decir, algo más de dos años después del citado artículo. Se trata de uno de los autocromos más antiguos de Toledo, posterior a los de Jules Gervais-Courtellemont tomados hacia 1910 pero un mes anterior a la formidable serie de Auguste Léon de junio de 1914. Se trata de una placa estereoscópica autocroma de cristal bien conservada que muestra una preciosa vista primaveral desde la playa de Safont, con la Huerta del Granadal y el Hospital Tavera al fondo:
Uno podría pasarse horas contemplándola. A mi modo de ver, los detalles más curiosos son los siguientes: por un lado, al tratarse de la primera fotografía a color conocida del Hospital Tavera, parece confirmarse que en 1914 aún conservaba buena parte de las tejas negras vidriadas originales que en 1600 fueron fabricadas en un taller de Chinchón con el objetivo de que el templo tuviera una cubierta negra, en señal de luto pues este impresionante edificio fue concebido como un gigantesco túmulo funerario del Cardenal Tavera:
Hay que recordar que en estos días está finalizando la restauración del edificio, dirigida por el arquitecto José Ramón de la Cal y el arqueólogo Jorge Morín, quienes magistralmente han identificado este hecho y se han esforzado en recuperar el aspecto original del templo sustituyendo las tejas árabes que en sucesivas reformas habían ocupado el lugar de las negras vidriadas originales desfigurando ese carácter funerario. La clave para confirmar que las tejas originales eran negras y vidriadas fue el hallazgo en el libro de obras que conserva la Casa Ducal de Medinaceli, del año 1601, en cuya página 8 se puede leer:
«A treynta y un dias de el mes de Agosto de 1601 años dio pago Diego de la sierra Pagador a Juan Cabello Ximenez vecino de la villa de chinchon quarenta y un mil y quatrocientos y ochenta mrs que ovo de haber a quenta de la teja de vedrio negro que esta obligado a traer al hospital para cubrir su capilla Mayor y firmolo de su nombre».
Otra de las curiosidades destacadas de la fotografía es poder ver por vez primera a color real la olmeda de Ulmus minor, es decir, el olmo ibérico autóctono, que aún hoy crece en la orilla derecha del Tajo justo antes del puente de Alcántara. Esta olmeda debería contar con la debida protección ambiental en nuestros días pues es una de las pocas que ha resistido a la devastadora enfermedad de la grafiosis que ha acabado con la mayoría de los olmos autóctonos de España en las últimas décadas:
Por último, quiero destacar la presencia rojiza del típico alcaén, la arcilla que predomina en la zona norte de la ciudad, antesala de la comarca de La Sagra, que aparece aquí muy claramente en un talud del barrio de las Covachuelas, formando parte de la orilla primitiva del Tajo cuando en este punto se ensanchaba sobremanera hasta fluir en dos brazos diferenciados dejando en el centro la famosa Isla de Antolínez. Era el punto en el que, debido a la anchura del río, su profundidad era muy escasa buena parte del año, lo que permitía vadearlo, dando lugar a la presencia de la Puerta del Vado, hoy inexplicablemente enterrada a la espera de que alguien se decida de una vez a exhumar un monumento del siglo XI oculto bajo siete metros de sedimentos y escombros. Esa isla de Antolínez fue secada a comienzos del siglo XIX para dejar un único brazo de agua en el río.
Esperando que esta foto de Manuel Amuriza os haya gustado tanto como a mi, me despido con la foto también a color que solo un mes después tomó casi en el mismo lugar el gran Auguste Léon por encargo de Albert Kahn:
Con esta superentrada has conseguido el pistoletazo para el quinto libro de TOLEDO OLVIDADO.
ResponderEliminarGracias, Eduardo.