Si hay un lugar en el que, a la devoción propia de estas fechas y la belleza de los pasos e imágenes que desfilan, cabe añadir un escenario irrepetible y en buena medida casi intacto a lo largo de los siglos en muchos de sus rincones, ese lugar es Toledo.
Nuestra Semana Santa tiene el carácter propio de las semanas santas castellanas, más dadas al silencio y al recogimiento que las del sur español. Sin duda, lo angosto de muchos de los lugares por los que desfilan las procesiones en Toledo favorece ese recogimiento, que por momentos llega a ser sobrecogedor.
Este contraste entre las semanas santas castellanas y andaluzas -y más en concreto entre la de Sevilla y la de Toledo- ya llamó la atención nada menos que de Gustavo Adolfo Bécquer en 1869. El genial poeta sin duda conocía bien ambas ciudades y en un precioso artículo publicado el 28 de marzo de aquel año en El Museo Universal resumió muy bien estos contrastes (Texto completo aquí).
El artículo venía además ilustrado con dibujos de su hermano Valeriano:
Uno de los pasajes del texto de Bécquer sirve perfectamente para comentar la fotografía más antigua que he localizado de la Semana Santa toledana. Es curioso destacar que, pese a que el número de fotografías antiguas de Semana Santa es muy inferior al de fotos del Corpus -tal vez porque la primera es un acontecimiento de duelo y el segundo tiene carácter festivo- la imagen más antigua es de Semana Santa, tomada aún en el siglo XIX (por contra no se conservan o aún no he localizado fotografías de la procesión del Corpus en el siglo XIX). Esta foto es la siguiente, publicada en 1897 y que muestra el Cristo del Descendimiento, y bajo ella pongo el texto de Bécquer:
"(...) las imágenes de las andas se dibujan confusas y asemejan gentes vivas que miran y ven con sus ojos de vidrio, causando la impresión de algo que, semejante a la visión del sueño, flota entre el mundo real y el imaginario; el Cristo del Descendimiento, se balancea suspendido en el aire; las ropas de los que lo bajan se agitan al soplo del viento; la ilusión es completa".
Las fotografías de comienzos de siglo XX que retratan la Semana Santa de Toledo no son demasiado abundantes. Dos de las mejores son estas tomadas en Zocodover y conservadas en la Fototeca del Instituto del Patrimonio Cultural de España. Se observa a la procesión del jueves santo entrando en la plaza desde Barrio Rey, procedente de la Iglesia de la Magdalena, de donde partían muchos de los pasos que entonces desfilaban y que por desgracia desaparecieron durante la guerra civil en 1936 al quedar destruida esta iglesia:
Entre las imágenes que fueron destruidas en La Magdalena en 1936 destacaban el famoso Cristo de las Aguas y el paso de la Oración en el Huerto, que podemos ver en estas fotografías de comienzos del siglo XX desfilando:
Este era el aspecto del Cristo de las Aguas en su emplazamiento habitual en en interior del templo:
Estos eran miembros de su cofradía:
Esta es una bonita imagen de 1902 de la procesión del viernes santo saliendo de esta iglesia tomada por el gran Antonio Cánovas del Castillo, conocido como Dalton Kaulak:
También de comienzos del siglo XX es esta preciosa toma de Pedro Román Martínez junto a la Catedral en la que sorprende ver a los chiquillos encaramados en la verja del templo primado:
Existe en la Fototeca del Patrimonio Histórico una serie de 5 fotografías estereoscópicas firmadas por unas iniciales H.B. tomadas en la Plaza de San Vicente hacia 1915 que presentan un gran interés (para ver las dos partes de cada foto completas hacer click en la imagen):
Aquí tenemos a los armados de la procesión del Santo Entierro en 1927:
Una de las joyas de la Semana Santa toledana es el conocido como monumento grande, excepcional obra de Ignacio Haan estrenada en 1807, de dimensiones tan colosales que su colocación llevaba un mes completo. Realizado en madera imitando jaspes, cuenta con una altura de casi 30 metros. En el siglo XX fue ya únicamente instalado en cuatro ocasiones, siendo la última en 1955. En la actualidad pueden admirarse algunas de sus piezas en el nuevo Museo de Tapices del Colegio de Infantes:
Una de las últimas veces que fue colocado sucedió en 1928, y tal como recoge la prensa de la época "el acontecimiento fue tal, que el Rey de España [Alfonso XIII], a media tarde y en riguroso incógnito, acompañado del Duque de Miranda, se dirigió directamente desde Madrid a la Catedral toledana a visitar el Monumento donde se encontraban velando al Santísimo los Caballeros del Santo Sepulcro. Ante tal renovado esplendor, el Rey lo elogió fervientemente y a las puertas de la Catedral fue recibido por el Cardenal Doctor Segura".
Tras la guerra civil, el número de fotografías de nuestra Semana Santa fue haciéndose paulatinamente más numeroso, por lo que incluir fotografías de este periodo alargaría en demasía esta entrada. Sin embargo sí incluiré una tomada en 1952 por el célebre fotógrafo Robert Frank. La incluyo por varias razones: la primera por su extraordinaria belleza; la segunda porque ha supuesto todo un descubrimiento conocer que este fotógrafo de culto visitó Toledo (esta imagen estaba erróneamente identificada como tomada en el barrio del Cabanyal valenciano, cuando en realidad fue obtenida en nuestra calle de Santo Tomé); y en tercer lugar porque retrata una tradición apenas fotografiada en Toledo, como es la quema del Judas que se realizaba el Domingo de Resurrección. Este día el vecindario se esmeraba en poner muñecos de trapo que eran colgados para ser luego quemados en medio de una gran algarabía de los chiquillos. Una fotografía sencillamente magistral:
Para finalizar, lanzo una duda al aire. Históricamente se ha identificado la siguiente fotografía del gran José María Álvarez de Toledo, Conde de la Ventosa, como tomada en Toledo. Desde luego es una calleja que podría ser de la ciudad, pero sin embargo yo me inclino a pensar que no es nuestra ciudad sino otra (que podría ser por ejemplo Cuenca). ¿Vosotros qué opináis?
Esa calle es Santo Tomé, al final, se ve el comienzo de la calle del Ágel a la izquierda. Si te fijas en los salientes del convento de San Antonio, son exactamente iguales que los que existen ahora https://www.google.es/maps/place/Calle+Santo+Tome,+45002+Toledo/@39.856975,-4.028137,3a,69.1y,284.34h,76.87t/data=!3m4!1e1!3m2!1shldtbR3d2D8iKfyi1NgyIg!2e0!4m2!3m1!1s0xd6a0ba770198199:0xb894b19008772ccb!6m1!1e1
ResponderEliminarJosé María, no me refería a la foto del Judas sino a la última del capuchón. Un abrazo.
ResponderEliminarLo mss parecido es la Calle Sola.
ResponderEliminarPero creo que tiene que ser Cuenca.
...Ya me extrañaba a mí que no identificaras esa. Disculpa.
ResponderEliminarLa otra no doy con ella.
La foto del Judas de Santo-Tome debe ser muy anterior a 1952. Conozco la casa de la derecha por esos años y no es ni parecida-
ResponderEliminarEduardo, ya veo que cada vez te vas superando a ti mismo, muy buen trabajo , y muy buena la colección de fotografías, me ha encantado, felicidades.
ResponderEliminarGracias José Luis. Un abrazo.
EliminarEn esta entrega de Toledo Olvidado sobre la Semana Santa cobra protagonismo singular la desaparecida imagen del Cristo de las Aguas, objeto de una de las leyendas más sugestivas de la ciudad en el entorno del también desaparecido –y con él también sus aguas– Río Tajo. La venerada imagen con su cofradía desfilaba, no “procesionaba”, –¡qué horror de palabra, estúpidamente generalizada de unos años acá!– en estas significadas fechas por las calles de nuestra ciudad.
ResponderEliminarComo tantas otras costumbres y vivencias toledanas no podría pasar desapercibida esta legendaria imagen para ese gran observador de lo más íntimo y profundo de la vieja urbe carpetana que fue don Benito Pérez Galdós. A buen seguro, muchas de las fotografías que nos viene ofreciendo Toledo Olvidado serían soporte gráfico exacto de aquel Toledo magistralmente retratado por el autor de Ángel Guerra.
Con su inseparable compañero de trajines y callejeos por aquel Toledo decadente y finisecular, el héroe toledano de la novela, también el Cristo de las Aguas, la Semana Santa, tienen en la obra galdosiana su representativa referencia.
Acompañaba yo a ambos, novelista y novelado, en aquellas andanzas por nuestra ciudad y lo dejé escrito en mi inédito “Galdós en Toledo”. De esa obra rescato ahora el pasaje en el que yo inquiría al antiguo revolucionario y masón, transmutado ahora en asceta místico, su impresión sobre el no menos sorprendente cambio de Dulce, su antigua amante, cruelmente abandonada, afincada ya en Toledo, y ahora ferviente devota en sus oraciones de arrepentida en la también desaparecida Iglesia de la Magdalena, ante el Cristo de las Aguas. ¡Cuántas cosas han desaparecido ya en este Toledo Olvidado!
Así lo expresaba en este párrafo de mi obra:
“Si no me lo tomara a mal quizá tuviera que preguntarle si la conversión de su antigua amante clandestina había llegado a tal extremo que en algún momento pudiera superar la perplejidad de verle un buen día, ¡a él!, con un punto de rabia indignada, sin dar todavía crédito a lo que veía, prácticamente embutido en uno de los confesionarios de la iglesia sin saber si la descarga de su conciencia entre aquellas cuatro tablas del divino perdón incluía también la culpa de haberla abandonado de manera tan inmisericorde. A buen seguro que me habría contestado que todo milagro era posible si se pedía con la fe suficiente al Cristo de las Aguas, cuya imagen allí residente era objeto de especial devoción del pueblo toledano”.
Continuaré en el próximo comentario.
Y proseguía en mi relato de conversador con Guerra:
ResponderEliminar“Quiso Ángel, prisionero aún de sus recuerdos, que le contara el motivo de tan piadosa adhesión popular a esa imagen, situada frente al altar de la Virgen de la Consolación, de la que don Benito sólo le había referido que tiene su origen en “la interesante leyenda de su aparición en las ondas del Tajo, y por ser abogado predilecto de la ciudad en tiempo de sequía y calamidades públicas”, pero no estaba yo muy dispuesto a extenderme en aquel relato legendario, entre religioso y fluvial, y preferí ceñirme a una reseña más breve sobre la andadura histórica de la venerada imagen.
Hasta 1810 había estado en el Convento del Carmen Calzado, quizá por la proximidad del mismo al milagroso episodio y porque según cuenta la leyenda fueron dos frailes carmelitanos los que abrieron la navegante caja que contenía el crucifijo. En aquella fecha, los invasores franceses, adelantados de fervor europeísta, quemaron la imagen, y fue entonces cuando, relativamente restaurada, pasó a la Iglesia de la Magdalena.
Era esa parroquia desde donde se la sacaba en procesión siempre que la ciudad se veía castigada con sequías, peste o cualquier otro infortunio. En nuestra contienda de 1936, también muy civilizada ella, la iglesia de la Magdalena fue destruida, y con ella el Cristo de las Aguas que allí residía. Con aquel final tan deplorable, casi me arrepentí de haberle contado a Ángel la historia y haber evitado la mucho mejor opción de contarle la leyenda”.
Pero también pertenecía el Cristo de las Aguas a la experiencia más dura de la desgraciada vida familiar de su amada Leré, la novicia de su amor imposible, en aquella desafortunada ocasión de las segundas nupcias de su madre. Así lo narraba en mi obra:
“Al mes de casados –refería Leré a Ángel al lamentarse de aquel infierno familiar– mi madre y yo teníamos en el cuerpo más cardenales que los que hay pintados en la Sala Capitular”, sin que para redimir en algo las barbaridades de tan abominable padrastro sirvieran, como únicas ayudas prestadas a la economía familiar por aquel redomado haragán, que le subiera a su mujer desde el río los sacos de ropa, o que “ganara algún dinero en Semana Santa poniéndose la armadura para salir de guerrero en la procesión o cargando las andas del Cristo de las Aguas”.
Una vez más nos hemos encontrado en este Toledo Olvidado con una de las imágenes, el Cristo de las Aguas, con un tiempo, la Semana Santa y con un personaje literario, Ángel Guerra, que identifican con plena exactitud la esencia más radical de la ciudad.
Es inimaginable pensar la inmensa belleza de la que hoy habríamos disfrutado si don Benito Pérez Galdós hubiese tenido la misma destreza con una buena cámara fotográfica en sus manos que la que tenía con su lápiz –al parecer era su útil de escritura preferido– como escritor de novelas. A falta de ese “doblete”, y para nuestra suerte, hoy, este blog de Eduardo Sánchez Butragueño, nos ofrece, una y otra vez en cada entrega, esas imágenes que acompañan a la palabra escrita y nos “facilitan” no echarla de menos.
Anónimo dijo...
ResponderEliminarLa foto del Judas de Santo-Tome debe ser muy anterior a 1952. Conozco la casa de la derecha por esos años y no es ni parecida-
29 DE MARZO DE 2015, 23:17
La casa de la derecha en santo tome fue así hasta que hicieron nuevo el edificio del Rinconcito.
La foto de la quema del Judas es muy posterior a esa fecha, es de entre 1975/1978.
Lo se bien pues los Judas los hacia mi padre, en Santo Tome solo un par de años o tres y después en San Andres donde en donde se estuvieron haciendo hasta 1996 luego ya falleció mi padre, a mi me ofrecieron continuar haciéndolos pero no continué y solo un año mas lo hizo Manolo después ya no se hicieron, en la cornisa empezaron a hacerlo un par de años antes,
Nota: Mi padre aparece en la foto.
Queridos anónimo y Julio: muchas gracias por vuestras opiniones y aportaciones pero he de deciros que la foto de la quema del Judas está perfectamente datada por su autor Robert Frank en 1952. Un abrazo a ambos.
EliminarMuchas gracias por la información, sobre todo por lo del Monumento Grande. El otro día estuvimos en el Colegio Infantes (Museo de Tapices) y nos preguntábamos qué sería aquello. No me consta que exista ninguna nota aclaratoria cerca del templete ni cerca de los soldados. Bueno nada más, supongo que en breve "alguién de Cuenca" te dará toda la información sobre ese inconfundible estilo pictorialista (similar al de Ortiz Echagüe) que se aprecia en el nazareno de Cuenca, Sin duda, Cuenca, Laura,
ResponderEliminarExtraordinaria entrada Eduardo, como siempre.
ResponderEliminarTe inclinas bien amigo ya que, efectivamente, la última fotografía del nazareno subiendo una cuesta está realizada en Cuenca. Sirvió de portada para el programa de Semana Santa del año 1932. Otro detalle es que el nazareno porta una tulipa para proteger la luz de la vela, se utiliza en pocas semanas santas.
José María Álvarez de Toledo, Conde de la Ventosa, es una de las grandes figuras de la fotografía española y más en concreto de la pictoralistas de principios del XX, miembro fundador de la Real Sociedad Fotográfica de Madrid. Aún así, un gran desconocido y poco estudiado.
En su obra destaca el fotolibro "Por España. Impresiones Gráficas" del que se editaron solo 300 ejemplares con fotografías,pegadas en el texto, realizadas con técnicas de huecograbado y heliograbado. Destacar que hay un capítulo dedicado a Escalona.
Saludos.
Millones de Gracias Paco! Genial aportación que nos saca definitivamente de dudas con respecto a esa preciosa foto. Un abrazo.
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